L' anima sparita

L' anima sparita

domingo, 26 de diciembre de 2010

Astros

Ayer me asomé a la ventana y no vi estrella alguna que tuviera el fulgor de tu mirada... Les conté que las veía opacas a comparación del brillo que tienen tus ojos y nada contestaron. Seguro están celosas de que seas tú quien posea ese brillo que tanto me gusta y no ellas...

Hace dos noches miré a la Luna tan grande como siempre y platiqué con ella. Le pregunté si había cambiado de rayos, si estaba triste. Su respuesta fue un "no" seguido de mil preguntas... Sólo pude responderle que desde que te conozco, dejó de poseer la luz más intensa que me atraía a ella como anzuelo al pez. Ahora la Luna no me habla más, se ha enojado conmigo porque minimicé su fulgor... pero ¿cómo no hacerlo si con tu sonrisa tengo suficiente para iluminar mi vida?

Un día me encontré a la mitad de la tarde conversando con el Sol a punto de dormirse, le conté que los demás astros se habían enojado conmigo. Sonrió y me dijo que las estrellas y la Luna eran muy celosas de su brillo, del fulgor que las caracteriza. Me mostró uno de sus rayos para despedirse de mí y no pude contenerme y fue entonces cuando le dije que lo veía descolorido, que sus rayos parecían enmarañados entre ramas de lúgubres formas, que ya parecía cansado, obsoleto... Fue peor cuando te mencioné, cuando le dije que tus cabellos ondeaban al aire como ya no veía que sus rayos lo hicieran, que tu presencia entibiaba hasta al más frío de los corazones; fue peor cuando le dije que hay veces que creo necesitar más de tí que de él para que mis días estén provistos de calidez, de equilibrio... No me habló más y se fue herido a esconder detrás de los árboles y las casas, detrás de los cerros y las nubes... No quería verme más.

Es por tí que hoy no necesito que el sol me ilumine los días, la Luna las noches y que las estrellas sonrían; es tu presencia la que da calor y sonrisas a esta vida que, hasta no conocerte, fue insulsa, aburrida, descolorida... Es por tí que, aunque todos los astros se enojaran conmigo, no tendría miedo en sonreír y verte a mi lado, verme reflejada en el fulgor de tus ojos... Es por tí que hoy siento que vivo, que mi vida tiene sentido; es por tí que no me siento sola y que podría vivir y morir contemplando tus ojos... porque con ellos iluminas mi vida.

martes, 14 de diciembre de 2010

Nosotros... supernova

Abrázame, que quiero olvidarme del mundo por un momento; que tu cuerpo sea el universo que quiero recorrer, no en años luz ni a kilómetros por hora... que sean kilómetros por lustro, por década... que sean kilómetros sobre eternidad, que no quiero que mi vida acabe si no es en tu cuerpo, que no quiero que mi muerte llegue si es lejos de ti.

Acaríciame y que tus manos sean mi delirio, que tus dedos sean la melodía que nunca termina, la nota que a penas si se rasga en las cuerdas de esta guitarra, esa nota apenas audible, de este cuerpo que no es sino tuyo. Acaríciame y haz que me pierda en una espiral de delirio y deseo, de piel y susurros, del amor tan libre y salvaje que sólo tú y yo entendemos. Que tus manos me despojen de ese vestido de melancolía y me desnuden el cuerpo, el sentimiento y el alma mismos.

Sedúceme con una mirada, un murmullo, un suspiro entrecortado; sedúceme con una sonrisa, con tus ideas, con tu mundo, con esa esencia que no puede ser de otra persona sino la tuya, con esa risa y la voz que me enamoran cada vez más con un "te deseo", con un "te amo", con un "no te vayas..."

Condéname con tus manos aferrando mis hombros, con tus uñas deborando mi espalda, con tus labios partiendo los míos con el más dulce beso que pudiera probar mi boca; enciérrame en la jaula que tiene tu nombre, tu aroma, tu voz, tus sueños, tus pasiones. Enciérrame en tu cuerpo y en tu mirada, que no quiero salir nunca de ella, que quiero verme reflejada en tus ojos y en cada paso que des, en cada sonrisa que sueltes al viento, en cada mañana... en cada suspiro.

Ven y mátame de una vez con el placer infinito que es el tenerte en mi vida, en mi muerte, en mis grandes anhelos; apuñálame con tu cariño, con tus miradas lascivas y tus besos de hierro al rojo vivo; ahógame en el mar de tu existencia y escóndeme... sepúltame en lo más profundo de tu corazón, de tu pasión, que quiero estar en tu constelación hasta la supernova de nuestra existencia.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Dos palabras

¿Cuánto te conozco? no sé si pueda contestar esta pregunta con algo lo suficientemente sustancioso como para justificar las dos palabras que últimamente repito tanto. Tu color favorito no lo sé, no tengo idea de cómo se llama tu perro, no sé si prefieres el chocolate o la vainilla, no sé si prefieres andar en bicicleta, en patineta o caminar... o correr. No estoy segura si vives al norte o al sur, si realmente querer a alguien te es tan difícil o si prefieres huir del desbordamiento de los sentimientos más extraños existentes en el mundo.

¿Cuánto me conoces? Creo que nunca te conté que las flores no me gustan si no están en una maceta, no sabes que soy leo, que mi temperamento es terriblemente cambiante, que sólo digo tonterías para hacerte reír... Seguramente, nunca imaginaste que pudiera gustarme alguna canción de esas que odias tanto. Tal vez no esperabas esas dos palabras que he mencionado con regularidad en nuestras conversaciones, tal vez pensaste que jamás podría sentirlo, tal vez imaginaste que me es tan fácil soltar la bomba y esconder las manos... te equivocas: si lo he dicho, es verdad, si lo he dicho, es porque lo siento... si lo he dicho, no ha sido en balde y lo diría una y mil veces a ver si en una de esas, me crees... aunque no contestes de la misma manera...

¿Cuánto me conozco yo misma? Sé todo y nada de mí. Sé el postre que me gusta más, si prefiero el frío o el calor, si me dan miedo las alturas, la obscuridad, las arañas, las tres o ninguna. Sé que las nubes y los ojos son mi perdición; estoy segura de que prefiero un perro a un pez, que sólo he amado una vez y que muero de miedo de hacerlo de nuevo. Que prefiero la luna a las estrellas, y que dentro de mis canciones favoritas está "mentiras piadosas" porque incluso a mí me gusta mentirme pensando que pronuncias esas dos palabras con el sentimiento que lo hago yo al decírtelas... al escribírtelas...

¿Cuánto te conoces tú? No sé si te conozcas lo suficiente para que puedas referirte a tu ser como lo que dices ser; tal vez no te conoces lo suficiente para saber que eres mejor de lo que crees ser, aunque me pretendas demostrar lo contrario con palabras, con palabras que proceden del mismo lugar de donde proceden otras tantas con las que me haces pensar que tu coartada no es viable y que realmente eres alguien que vale tanto la pena como pocas personas... Puede que me equivoque, puede que quiera hacerme a la idea de que eres bondadoso para no arrepentirme después de esas palabras que, al pensar en tí, danzan en el aire y me hacen inhalarlas, causando el efecto de una droga tan fuerte, que me relaja y me hace sonreír. Tal vez te conoces demasiado bien como para dejarme entrar en tu vida, porque sabes bien los estragos que puedes causar en mi existencia... y los daños que yo podría causar en la tuya...

Puede ser que nos conozcamos todo, podría ser que no nos conozcamos nada... sólo quiero que esas dos palabras en mi mente no paren de danzar, al menos no hoy, al menos no ahora... Me envenenan, me seducen, juegan conmigo y con mi imaginación... me vuelven adicta a su olor, a su sabor, a su existencia... a tu presencia en mi vida... Y te quiero.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Luz

- Prende la luz- dijiste en un susurro entrecortado.
- No, no puedo- dije con voz temblorosa. Bajé la mirada, no podía sostener la tuya, siempre tan penetrante y tan serena.
- ¿Por qué no? ¡Está tan cerca el apagador que hasta yo lo alcanzo!- dijiste al tiempo que rozabas mis hombros con tus manos. Te sonreí, avergonzada e incómoda. No me moví, preferí pensar que ibas a hacer lo peor, a prender la luz a pesar de saber que no me gustaban las luces encendidas al momento de amarte.

La melodía de la noche se componía de dos grillos, tu respiración y la mía. Sonreíste sincero, te sonreí de la misma forma, un poco más tranquila. Tomaste mi mano y entrelazaste tus dedos con los míos. Tu alma y la mía se fundieron para volverse una, tu cuerpo y el mío se empalmaron como si fueran dos piezas del mismo rompecabezas que parecían haber sido hechas para estar juntas en ese momento, en ese preciso lugar.

Tu mano y mi mano aún entrelazadas, tocaron el apagador de la lámpara de noche y apreté el botón de encendido, iluminando con luz tenue la recámara. Me perdí en tu boca, en tu espalda, en tu respiración entrecortada, en mi deseo por sentirte tan cercano a mí... tan distantes ambos del mundo y de esa habitación... con una luz encendida.

La luz difuminada apenas si dejaba ver lo satinado de tu piel morena contrastando la mía, incolora... insípida piel que desearía no fuera tan blanca, no fuera tan desagradable, no fuera tan triste, no fuera tan mía... Desearía no ser quien soy... ser alguien mejor para tí en el momento de amarte entre sábanas, amándote entre pairos y derivas, amarte entre sándwiches de queso, en el momento de amarte en el parque con un beso o una mirada... Desearía no ser quien soy para gustarte más, para sentirme más cómoda con mi propia presencia.

-Amo la forma en cómo la luz ilumina tu rostro, tus hombros, tu mirada... Amo cómo tus senos se yerguen con el roce de mis manos; me encanta ver tu piel erizada con el contacto de mis dedos en ella...- Me besaste, aún más apasionado que antes, mucho más lascivo e impetuoso. Por un momento me sentí incómoda, como si esto no debiera ser así, como si estuviera escrito que no debiera ser así en un manual. Tus manos apagaron el fuego de la duda que comenzaba a dispersarse sobre mi alma y mi mente... De nuevo olvidé la luz y comencé de nuevo a disfrutar de tu compañía, a disfrutar de ese momento tan tuyo y tan mío que sabía no se repetiría...

-Me gustas más con luz... al menos puedo verte a los ojos y saber que me miras... y ver que tus pupilas se dilatan porque te gusto y no por la obscuridad en el cuarto... Me encanta saberte más cómoda con esta manera de amarte... pero me gusta más que por fin, empieces a amarte tú...

martes, 7 de diciembre de 2010

140 x 6 (los retazos de mi alma) 4,463

Y hoy mi piel se estremece al recordar el calor d tu cuerpo cercano al mío en un abrazo que pareciera incendiar las sábanas, tu cuerpo, el mío.

Y bésame una y mil veces, que no quiero que te desprendas de mí por completo... Regálame partículas de saliva, una mirada, una sonrisa...

Aún te miro, aún me miras... al menos, en esa fotografía; al menos, en este recuerdo indeleble en mi memoria...

Tu diáfana piel, tus cabellos traslúcidos, tu mirada cristalina... tú, tú, tú en un suspiro, en un arrebato, en un orgasmo, tu mil y un veces.

Devuélveme cada suspiro, cada sonrisa, cada lágrima, cada palabra pronunciada en tu nombre, con tu esencia y mi saliva mezcladas.

Al menos, devuélveme la cordura que te has llevado con cada rosa, cada cabreo; devuélveme mi esencia que se convirtió en tu cobertor...

sábado, 4 de diciembre de 2010

Discrepancias

Desperté a la mitad de la noche. De nuevo me sentí tan sola en una cama tan grande, en una cama tan vacía. Cerré los ojos por un momento para recordar que la almohada contigua alguna vez estrechó tus cabellos, que mis sábanas cubrían tu cuerpo desnudo, que mis manos acariciaban tu espalda y que mis labios besaban tus hombros... Abrir los ojos es volver a la soledad: soledad que me ha acompañado siempre.

Recorre mi cuerpo tu aliento con esencia a deseo, con aroma a añoranza; a nostalgia recién cosechada. El espíritu del olvido ronda tu recuerdo, pero las memorias se resguardan en cada tejido que compone mi cuerpo. No hay manera de que ese espíritu se lleve los pocos momentos de felicidad que tengo en mi vida.

Quisiera dormir, quisiera no sentir, quisiera no extrañar... quisiera no quererte de la forma que te quiero, quisiera no llorarte las lágrimas que por el momento, son lo único que estrecha mis sábanas y la almohada; las únicas que tocan mi piel como si fueran corrosivas... Quisiera no haber dormido en tu pecho, desearía no haber escuchado tu voz diciendo "te quiero", amaría no haber sentido las yemas de tus dedos sublimando sensaciones sobre mi piel vestida de deseo... quisiera no tener más cosas que extrañar de ti, pero me sería imposible concebir la vida sin esos recuerdos... Me sería imposible entender mi existencia sin la tuya.

Extraño que un corazón arrulle mis noches, que un beso me abra un día nuevo, que una caricia me hable de lo buena que puede ser la vida... Me hace falta volver a esa rutina que, hasta ahora, ha sido la única que me ha parecido no sólo soportable, sino adorable, deseable... extrañable, entrañable... Memorable.

Las dos vocales y las dos consonantes tienen un nuevo significado desde que hiciste tu entrada triunfal en mi existencia; existencia que vivía al puro estilo de película de Chaplin, tan muda y gris, hoy empiezan a perder color; letras de esa palabra que dejó de ser anagrama de Omar, Roma, Ramo, Armo, Mora, Orma... ¿Cómo lograste cambiar un significante dándole un significado tan diferente, tan puro, tan pleno? ¿Cómo lograste, incluso, esa plenitud en mí?

Me duele recordarte, me hiere recordarte, me gusta recordarte... Mi masoquismo se hace presente una vez más ante los ojos de mi mundo y frente a mis recuerdos de cara al espejo; aún no cierran las heridas que esta batalla contra esa palabra surcaron en mi piel, mi psique y mi alma; no cierran contra ti. Y cuando por fin una parte de mí se decide a cerrar ciclos, la otra corta con escalpelo, con un cuchillo, un machete o una hoja de papel para que vuelva a sangrar la herida... Para que no te vayas de mi vida... No quiero que te vayas de mi vida, aunque seas un recuerdo, aunque seas incierto, aunque seas lejano... aunque seas un niño jugando a querer, aunque seamos un par de chiquillos jugando con algo tan peligroso como ingerir mercurio o arsénico.

¡Eso quiero! Envenéname con un beso tuyo, haz que cada partícula de tu saliva me mate un poco más con cada segundo que tus labios y los míos se tocan, así tendré que recordarte menos, aunque viva menos... Mátame y lléname de vida al mismo tiempo con esos besos que me transportan a un universo que no conocía, a un universo del que no me gustaría jamás irme... Que tus labios impregnen los míos con sueños y alegrías y fantasías. Que tu boca sea la música que mis labios canten; que sean las notas que hacen falta a la melodía de mi vida...

domingo, 21 de noviembre de 2010

Que comience el juego

Que comience el juego de herirnos sin desearlo, de matarnos con besos ardientes y caricias que desmoronan la piel y el alma... Comencemos a jugar con fuego y veamos quién puede ser tragafuegos, quién un pirómano y quién es un simple impostor... Seguramente, terminaré siendo yo éste último.

Que comience el juego de decirnos "te deseo", "te quiero", "me gustas" donde las palabras se vacían cada vez más mientras se repiten una vez y otra más; donde las miradas furtivas y el amor se vayan apagando como el pabilo de una vela a punto de llegar a las reservas de cera...

Comencemos, pues, a herirnos, yo a ti, tú a mí y veamos quién sale vencedor y quién termina llorando penas y añorando una boca besando la propia. Comienza de una vez, la primera estocada te la regalo, la segunda y la tercera también, porque de cualquier manera, yo me he rendido y desde hoy, sé que ya he perdido.

Comienza pues a despedazar mi carne, mis huesos. Empieza de una maldita vez a destrozar mi armadura, mis sueños; pisa y quema el corazón aún palpitante en mi pecho y espera hasta que se haya consumido por completo para que no vuelva a latir de la forma en como latió sabiéndose tuyo.

Que comience el juego de reconstruirme y destruirme en recuerdos, deseos y en el hubiera que sólo existe como forma gramatical, no como peldaño para salir del pozo de pensamientos que me sofocan habiendo caído tan bajo...

Que comience el juego de hacerme la fuerte y no llorar tu ausencia, que comience el juego donde ni siquiera puedo recordar tu nombre o el fuego que tenían tus manos al rozar mi piel encendida. Empezaré cuanto antes el juego de dañarme y marchitarme con cada pensamiento de lo posible en un futuro imposible; empezaré a negarme la tristeza para renovarme y tenerte en mi mente como un bello recuerdo...

Que comience el juego, que ya no quiero pensar más en lo que pueda pasar ni en lo que deberé hacer para resarcir los daños causados por este desastre natural al que llamamos pasión... al que confundimos con amor y que terminan siendo uno solo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Questioning myself

I'm still wondering why do I tend to believe in love... Is it even reasonable to believe in it? I guess it's not... At least, not the way I used to... at least, not today.

How can a comment turn into the worst weapon against someone you love? When did love turn into the need of changing someone to fit our interests, needs, likes and dislikes? When did love change its meaning into try to make your partner fit your personality? When did it happen? Why did I miss it...?

It's wonderful the way masks fall apart... Costumes come in different sizes, colours and shapes. I bought the most incredible and realistic wolf costume ever... You bought the best sheep costume... Now I wonder who's the sheep and who's the wolf. May be I fell in love with your costume, not with your true self... and viceversa...

Why is it so difficult to trust? I have never been able to answer the question, at least not properly. May be I've been hurt so many times that I'm a fragile porcelain doll: Don't touch it, it's been glued many times... Don't look at it... its tears might loosen the glue... Its destiny is to stare at the world on a shelf, in a showcase... but never touched... May be I'm just a bit too dramatic to think objectively and realise the truth in his words... May be I wasn't born to fall in love, may be I wasn't born to be loved either... Maybe... May be...

The game is over... I'm once and again into the real word, not the world of fantasy and love and happiness I used to live in... Here I am without a reason to smile, without a reason to feel beautiful... Here I am... unlovable again.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Catarsis I

"La fuerza del carácter con frecuencia no es más que debilidad de sentimientos" Arthur Schnitzler.

Y es en este momento que me doy la oportunidad de quitarme la máscara por un momento, respirar profundamente y dejar mis miedos de lado, porque ya no tiene caso, porque no hay razones o motivos para seguirlos guardando tan cerca del pensamiento, tan aferrados a la razón sólo para darme cuenta que podría ser lo mejor dejarte descansar en paz... al fin.

No sé qué decirte, no sé si te amo tanto que odio el hecho que te hayas ido. Apenas empiezo a entender que no fue tu decisión y que luchaste contra todo para no irte... sin embargo, no hubo mucho por hacer y terminaste con la misión que tenías por cumplir. No sé si te odio por haberme dejado con tantas preguntas en la punta de la lengua, con tantos te quiero a lo largo de mis brazos, con tantos recuerdos por compartir, con tantas lágrimas por llorar...

No sé si lo que me duele es darme cuenta que soy tan egoísta que prefiero seguir enojada contigo para no aceptar que fui yo quien no quiso estar contigo esos últimos días, quien se negó a estar junto a ti con el pretexto de querer recordarte como la persona íntegra y alegre que siempre conocí... Es tiempo de dejar de lado a los culpables, porque este será un caso sin resolver. Hoy quiero agradecerte tantas cosas, tantos recuerdos, tantas sonrisas, tantos sabores, colores, texturas... Gracias por tanto amor, por tanto cariño, por tanta ternura, dulzura y sonrisas, por tantos galones de emoción que se quedó enfrascada para vivirla juntas...

Gracias, Paty, por ser una persona tan única, especial y tan importante que aún lloro.
Gracias, Paty, por enseñarme que sonreír es una responsabilidad tan grande que aún me da miedo aceptar.
Gracias, Paty, por compartir conmigo 21 años maravillosos, tal vez un poco más.
Gracias, Paty, por confiar en mí, por permitirme ser parte de tu familia, por permitirme agregarte a mi pequeño mundo.
Gracias, Paty, por ser amiga, tía, mamá, cómplice, cocinera, niñera. Por teñir perros de colores y limpiar batidillos de una mocosa hambrienta, por ser la tía consentidora.
Gracias, Paty, por el paseo en limosina, me sentí tan grande ese día en tu boda.
Gracias, Paty, porque has sido un ejemplo a seguir, un orgullo.
Gracias, Paty, por los recitales de ballet, las fiestas de cumpleaños, los arroces verdes y los yogures con búlgaros... Por los Años Nuevos y las Navidades que no tienen un botón de pausa o para rebobinar.
Gracias, Paty, porque me dejaste quererte como a nadie y por el saludo cálido, incluso con las llamadas más sencillas...
Gracias por seguir en mi vida, por dejar tantas enseñanzas, tanta luz, tanta paz y tanto amor en mi vida.
Gracias, Paty, por compartir tu vida conmigo, por ser más que fotos en una pared y recuerdos en una canción.
Gracias, Paty, por llenar tantos días de alegría, de colores y collares, de tardes de La ley y el Orden, de paseos por el outlet.
Gracias, Paty, por regalarle a esta vida dos más. Por brindar luz a tus hijos, tus hermanos, tus sobrinos, por seguir brillando, aún estando en donde estás.
Gracias, Paty, porque tu existencia significó una bendición en la mía, porque sigue siendo un honor y un privilegio del que siempre estaré agradecida, el haber compartido un sinfín de anécdotas.
Gracias, Paty, por no resumirte en 15 frases, porque tu existencia es más que eso, porque aún eres, porque seguirás siendo, porque te seguiré queriendo a pesar del tiempo y la distancia, a pesar de la vida, la muerte y las ganas de no dejarte ir.
Gracias, infinitas gracias, por ser esa persona que sigue doliéndome tanto, a pesar de los días y los meses... y seguramente, a pesar de los años que están por venir.

Sé que algún día, estaré contigo... no sé la fecha ni la hora, sólo sé que espero con ansias ese día... love you forever...

jueves, 9 de septiembre de 2010

Fantasmas de colores

"Fotografía. Fracasar. Fracción. Fractura. Fragancia. Frágil. Fragmento."
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I

Mis fantasmas son tan coloridos como el arco iris de tus ojos, tan coloridos como mi tristeza enmudecida. Mis fantasmas son tímidos, no hablan con nadie. Prefieren mantenerse callados, mantener un silencio sepulcral a menos que estemos solos en una fiesta donde los únicos que disfrutan son ellos, mis fantasmas. Mis fantasmas confían en mí, sólo conmigo se atreven a hablar.

Son estos pequeños fantasmas que crecen, que pasan de un simple recuerdo a toda una historia a tu lado. Fantasmas que están sin cesar acosándome, que parecieran aguardar el momento preciso para emerger de mis pensamientos y hacerme su presa. Recuerdos que me cogen desprevenida para hacerme llorar... No, ellos no lloran, ellos sólo disfrutan haciéndome llorar. Son como bullies en la escuela, en la escuela de la vida de la cual pareciera no haber aprendido nada, porque cada vez que tropiezo, me doy cuenta que ha sido la misma piedra la que me ha hecho caer.

¿Cómo deshacerse de los fantasmas?

Las limpias no me han servido. He desechado todo lo que me recuerda a ti, desde las cartas hasta los presentes, incluídos tu aroma, tu sonrisa, tus labios... tus pupilas palpitantes... He desechado todo, pero los idiotas fantasmas lo regresan a sus cajas como si fuera imperioso guardarlo todo. Son estos fantasmas que se empeñan en recolectar trocitos de corazón que pegan con mesura, pero que termina por romperse nuevamente... es frágil y tanta astilla en él y ausente de él han causado que se vuelva aún más frágil. Pepenadores de recuerdos son mis fantasmas.

Mis fantasmas de colores se enredan en tus cabellos, se resguardan en tus cabellos... se camuflan entre tus cabellos y se acuerdan de mí después de haber absorbido el color y el olor de tus perfumados cabellos... Con fantasmas, a pesar de los fantasmas, no encuentro manera de estar libre de ti, de mi adicción a tu existencia, de mi adicción a llorar tu ausencia...

Tengo frío y mis fantasmas no pueden hacer nada para quitarme este frío que cala los huesos y el alma. Sólo me recuerdan cuán calientita estaba al dormir a tu lado, contigo y en tí.

Los fantasmas no sólo son pasados, también lo son presentes... incluso son futuros, éstos más jóvenes son los más crueles, pues me hacen pensar en lo que hubiera sido de mi vida si siguieras en ella, como una caricia eterna, una sanguijuela que se robara mis penas...

¿Cómo pedir al tiempo llevarse a los fantasmas?

El tiempo es su aliado, tengo que hacerme aliada del tiempo. Necesito encontrar la manera de despojarlos del privilegio de prevalecer al pasar las horas, al pasar los días y al pasar tus “te amo” frente a mis labios, sobre los mismos como dulces chispas de sabores, de colores.

Fantasmas en mis labios.

II

Conocí el tiempo hasta que conocí a los fantasmas. Estos imbéciles fantasmas que no son más imbéciles que yo, pero que de igual forma, me permiten llamarlos estúpidos, adorables, agradables, hijos de puta... fantasmas al fin, no importando el adjetivo, el idioma o la sorna o la alegría con que se les nombre, siguen siendo mis fantasmas.

Los fantasmas tan negros como tus ojos, tan rojos como tu boca, tan amarillos como tu sonrisa adicta al tabaco...

¿Quién tiene el antídoto contra los fantasmas?

Fui a la farmacia, al supermercado, al banco, al parque, incluso puse avisos en los árboles y postes de luz, en los tableros de la escuela y en los aparadores de las boutiques famosas, y de las no tan famosas también, esperando respuesta. Dejando cuanto dato fuera posible para comunicarse conmigo. Tal vez creyeron que no iba a pagar la suma necesaria, porque no recibí llamada alguna... Daría lo que fuera por que los fantasmas se fueran... o porque tu volvieras.

¿Qué tienen mis ropas que atraen a los fantasmas?

Las he quemado todas, incluso aquellas donde mi cuerpo orgiástico de abundancia, no cabía más, incluso aquellas que ni siquiera tuvieron contacto directo contigo. Me he quedado desnuda y los fantasmas han encontrado la manera de refugiarse en mi piel... Mi piel es el único hábito que me queda para andar por la casa... Tal vez lo que deba quemar es la casa.

III

¿Dónde estás?

¿y dónde están esos para siempre que nos prometíamos dentro de un abrazo que abrasaría incluso a los fuegos eternos? Un fantasma se acercó y me entregó una hoja doblada en dos: un corazón dibujado con tu nombre y el mío, un corazón que no pudo desafiar la existencia del tiempo... Un corazón como el tuyo o el mío.

¿Cómo aprender a amar a los fantasmas?

No existe ese sentimiento, no hacia los fantasmas. Lo que se siente por ellos es más bien la melancolía y la nostalgia...Tal vez, de momentos lo pasamos bien, pero después beben tanto de tus caricias que terminan borrachos de amor doloroso como terminé yo y se vuelven borrachos hostiles y agresivos... Ponzoñosos y violentos. Me golpean la cara con tu desprecio y la cabeza con tu cariño que ya no está como cura para mi cruda mental, mi cruda de ti...


Mis fantasmas suelen ser grises como el swearter que guardaba tu aroma y el de tu loción. Suelen ser rosas como las del 15 de agosto, del 20 de abril, del día y la hora precisos,de la fecha imprecisa, sin importar realmente si era una fiesta patria o un día como cualquier otro. Las rosas eran símbolo de la complicidad, del plan maestro de mi vida a tu lado.

¿Por qué me persiguen estos fantasmas?

Tal vez no han encontrado una persona más estúpida que sea tan sumisa como yo. Tal vez no han conocido a alguien que te extrañe tanto como yo, que comparta contigo tantas tonterías y pseudo- sabiduría, tantas aguas de jamaica o tantos tacos como yo.

IV

La tristeza es como la tela que te venden en la Parisina. Si no le dices a la dependienta cuántos metros debe darte, sigue sin cesar... hasta que se acaba el rollo de tela... Como aquella vez que fuimos a comprar cierres y terminamos comprando un helado en la nevería junto a la mercería.

V

La tristeza es como la merienda del preso; escaso el alimento pero larga la agonía dentro de esas cuatro paredes. El tiempo. ¿Recuerdas cuando...? No, no lo recuerdas, fue un sueño que ya no tuve oportunidad de contarte... para entonces, estabas a metros, kilómetros o a besos de distancia.

Sigo con frío... ¿por qué te fuiste?

VI

He apostado mi vida con el tiempo y creo que voy perdiendo... Mis fantasmas cada vez parecen reír más fuerte, mi sordera aún no los logra callar. Esta sordera que era imperioso desarrollar para silenciar a los fantasmas, para callar tu voz en mi memoria... Se ríen a carcajadas, como si fuera un chiste tan malo que no debiera ser jamás contado, pero que aún así, les causa gracia.

VII

¿Morir es la muerte de los fantasmas?

La idea me ha asaltado en mi lecho de muerte, pero así también ha crecido el acoso de mis fantasmas. No sonríen, sólo me miran, sonríen... Se ríen. Bailan a mi alrededor y se regocijan... Sin embargo, algunas veces, guardan minutos de silencio, tal vez temen que mi teoría de la muerte sea cierta. Tal vez temen morir conmigo a pesar de su amigo el tiempo...

VIII

¿Qué extraño más de tí? ¿Qué odio más: tu ausencia o tu presencia fermentada en mi memoria?

IX

Mis fantasmas lloran mi presencia agonizante, tiene miedo a que nadie más los piense, a que no puedan hablar nunca más con nadie... Quieren perder la timidez, pero temen que no haya alguien más que los recuerde con tanto fervor y con tanto cariño como lo hago yo.

Mis fantasmas empiezan a decolorarse o tal vez sean las cataratas las que me cuidan de verles.

Tengo tanto frío y tú tan lejos... y yo tan sola... y tú tan tuyo.

X

Mis fantasmas siguen siendo de colores tan vivos y tan muertos como siempre, siempre bañándose en tu aroma, en tus besos, en tus caricias y en tus pasos cansados y besados por el rayo de luna que entra por la ventana.

Mis fantasmas son tan coloridos como tu ausencia y son tan coloridos como mi tristeza enmudecida.




- L'anima sparita siguió desaparecida incluso después de la muerte. Deseaba con ansias que los fantasmas se fueran, al menos para esta alma atormentada y desaparecida. L'anima sparita murió o se perdió en un lugar cuya ubicación espacial aún se conoce.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Dulce

¿A quién le debía su nombre sino a la ironía de la vida? ¿Al dulce rocío de lass lágrimas que regaban sus mejillas? ¿al empalagante zumo de sus miserias y sus tristezas, o al brillo de los fracasos en su haber?

Nació mujer, nació sana, rozagante, sin llanto que expresara su sufrir al llegar a este mundo... ¿Para qué si tendría una vida, corta, para llorar después? Qué urgencia había para que gritara su expulsión del mundo que conocía si después gritaría porque desconocía y odiaba el mundo al que fue vomitada? No, ya no estaba conforme, ya no quería seguir callando y llorando a escondidas, buscando un refugio donde guarecerse al darse cuenta que sus lágrimas habían inundado todo lo que fue obligada a conocer.

Creció sin sonrisas para regalar al mundo... Vivió sin alegrías que valga la pena contar...

Perdió las batallas contra los llantos; los fracasos que iban desde la pérdida de su muñeca favorita hasta la falta de ganas de existir un día más la orillaron a descender, a tocar el Inframundo. A conocer lo que en realidad, era la vida, al pasar a la muerte.

La dulce esencia de la muerte siempre le extasió al grado de querer conocerla mucho antes de querer conocer el mundo fuera del seno mateno, le intrigaba el aroma a muerte que creía percibir al pasar por el terreno valdío cerca de su casa de regreso a casa.

Fue entonces, en uno de esos rutinarios andares de regreso a casa de sus padres que conoció a la compañera que jamás se atrevió a mirar de frente, a pesar de amarla en secreto; la misma que desde su concepción, se unió a ella, esa que con el embrión que la anunciaba en una prueba de embarazo, la hacía presente en la Tierra. Aquella, la siamesa de la vida: la muerte.

Su curiosidad siempre la llevó a caminos que jamás hubiera pisado por voluntad propia, por miedo al castigo de sus padres. Sin embargo, fue por la misma curiosidad que conoció a Marcelo en el parque cuando decidió caminar por dentro del mismo en vez de rodearlo como le había enseñado su madre. Marcelo era un niño dos años más grande que ella. Sonriente, se acercó a ella con un globo azul y le mostró lo que el globo podía hacer. Ambos miraron al cielo, viendo cómo el globo se alejaba de su vista, mientras el helio lo llevaba a flotar cada vez más alto, al tiempo que la madre de Marcelo gritaba y corría para alcanzar el globo fugitivo.

Gracias a su curiosidad, había encontrado un billete de veinte pesos tirado en la acera de la calle que cruzaba la suya y que jamás había pisado porque su padre le enseñó el camino seguro para llegar a casa. Sin que sus padres lo supieran, la calle de Mirto (la calle donde encontró el tesoro) se volvió su camino favorito para volver a casa. No sólo porque esperara encontrar nuevamente dinero tirado, sino porque caminando por allí, desafiaba las reglas familiares, se sentía un poco más libre y sí, también era allí donde esperaba cinco minutos para aspirar el olor a putrefacción del terreno valdío. Jamás se preguntó qué era lo que se encontraba en descomposición, pues era lo que menos le importaba; ya fuera una pila de manzanas, un gato, un hombre, un contenedor de composta... No importaba qué emanaba ese dulce aroma a muerte, sólo le importaba que estuviera allí hasta que dejara de vivir cerca de ese sitio.

Poco le duró el gusto. Dos, tal vez tres meses después de su hermoso y enfermo encuentro frente a frente con su más grande fascinación, llegó la desgracia a casa de los Muoiolli. Eran las cinco de la tarde de un día de verano, las hojas de los árboles se movían con el viento que soplaba con el sopor que las tardes en esa estación generan. Dieron las siete y la niña seguía fuera de casa.

-No, señora Muoiolli, lo lamento, no se puede hasta pasadas las 24 horas- dijo la voz del otro lado del auricular, con voz calmada, intentando así calmar a la Silvia Muoiolli, que lloraba desde hacía varias horas al encontrar su casa vacía, sin su hija.

Llegó Miguel Muoiolli a casa y fue recibido con los brazos abiertos de la tristeza en casa. La niña de los ojos tristes, de la sonrisa extraviada, su hija, no había vuelto de la escuela. La preocupación de los Muoiolli no disminuyó con las horas, a pesar de haber salido a buscarla, no encontraron rastro de la niña. Buscaron una y otra vez por donde sabían que la pequeña caminaba de regreso a casa, el camino que el Señor Muoiolli le había enseñado.

Cuatro días después de su desaparición, recibieron una llamada, la llamada que devastaría a los Muoiolli y que dejaría descansar en fragantes campos a Dulce: el mismo terreno que la detenía al menos cinco minutos para que se deleitara con su pútrido aroma.

La única sonrisa de la niña, fue justo en el momento en que se dio la oportunidad de ver a su compañera fiel a los ojos, el momento en que la muerte le sonrió y ella le sonrió de vuelta.

jueves, 26 de agosto de 2010

Hubiera...

Con cada beso, cada sonrisa me hipnotizaste y lograste que cayera como en cámara lenta al piso. Con cada "te amo", con cada caricia me perdí en tu ser sin saber cuán dañino podría resultar. En realidad, no me importaba, pues en mi locura tenía por sentada tu existencia, tus besos, caricias, sonrisas y los te amo que hacían arder mi corazón y me fundían a tu esencia. Quise creer que serías para mí el agua de vida y el pan que alimentaría mi ser y mi alma para la eternidad y los años subsecuentes. Creí que tu presencia era lo único que necesitaba para sentirme vivo, que tu respiración era la mía y que tu corazón y el mío latían al unísono porque creía que éramos uno solo, no únicamente cuando tu cuerpo ardía con el mío, sino cuando dormías, cuando trabajabas, cuando comías, cuando llorabas...

Me obsesionó la idea de tenerte en mí para siempre, de ser tuyo desde siempre y para siempre. Hoy, mi orgullo bajó la guardia y puedo decir que me equivoqué, que no eres más que la adicción a la que toda mi vida me negué, porque siempre pensé que aquellos que dependen de una sustancia para vivir, son débiles... Me he dado cuenta de mi debilidad y te culpo por haberme enmarañado en esta situación de la que no me arrepiento, pero que desearía jamás haber vivido. Hubiera preferido jamás saber, jamás sentir lo que el amor era... porque hoy que estoy más conciente que nunca de mis errores, no sé cómo hacer para levantarme y seguir adelante... cómo hacer para olvidarte...

miércoles, 18 de agosto de 2010

Gota de agua

Una gota de lluvia bastó para ahogar a una hormiga que se paseaba sobre el pavimento. Me entristeció sin duda su muerte, a sabiendas que a cada segundo mueren miles de ellas. Pero esta hormiga tenía un significado aún más profundo de lo que hubiera querido, en ella había encontrado una compañera víctima del mismo problema: una gota de agua.

Me sentía como la hormiga, me ahogaba en una gota de agua, un problema que cualquiera hubiera calificado como un problema menor, o simplemente, como una circunstancia en la vida sin consecuencia alguna... Para mí, era todo un acontecimiento, para mí fue un golpe del pasado que me recordaba lo frágil que era mi corazón... Lo fácil que era hacerme llorar.

La gente me miraba raro al pasar a mi lado, porque me había detenido para ver morir a una hormiga en vez de resguardarme de la lluvia que a cada minuto se volvía más abundante. Abracé mi abrigo, mientras me agachaba para ver cómo la pobre hormiga se retorcía en el diminuto charco. Al parecer, contraria a mí, seguía luchando por su vida. Yo había perdido las ganas de seguir resistiéndome a la corriente, esperaba que me llevara... Que mis problemas por fin se apoderaran de mi mente y de mi poca cordura para, de una vez por todas, tener el valor de dejar este mundo.

"Te amo" dije sonriente, alargando la mano para entregar la rosa roja que tenía entre las manos, mi interlocutora sonrió forzada, extendió la mano con la palma hacia mí y los dedos apuntando al cielo en señal de que me detuviera. Sonrió forzada y dijo "no puedo aceptarla... no puedo decirte que te amo, porque no es así".

La sorpresa fue tal que dejé caer la rosa a sus pies, sonreí con una lágrima que escapó de mis ojos y me eché a correr. Cuando sentí que la distancia era la suficiente, me detuve... y fue cuando encontré a la hormiga. Era cierto, ambas, hormiga y humana, queríamos escapar de la gota de agua que nos estaba ahogando, pero creo que mis ganas de vivir no tenían comparación con las suyas... Sentí que la vida se me había quedado en esa rosa... a sus pies...

martes, 10 de agosto de 2010

Eres tú

¿Eres un ángel con las alas rotas o un demonio con los cachos enmarañados entre los cabellos? En realidad, no me permitiría jamás preguntarte a la cara, pero me lo pregunto frente al espejo imaginando tu reflejo en él.

La luz de tu espíritu es el que amanece, no el Sol; es tu luz la que me deslumbra, no el rayo que se escabulle entre las cortinas de la habitación. Es tu piel y no la seda de las sábanas que me retiene sobre la cama, es tu sonrisa y no las praderas ni los bosques, con lo que sueño todas las noches. Eres tú y no el trinar de los pájaros, el que me hace despertar, el que me hace sentir vivo.

Tu boca me sabe a manzana de paraíso, tus ojos brillan con una flama infernal... Tus manos son una herejía y tu cuerpo es el pecado máximo encarnado. Son tus palabras las que me hacen imaginarte a tí y a mí en situaciones, en momentos que mi voz no puede pronunciar, pero que mi cuerpo añora sentir... Eres fuego, tormenta, delirio... Eres destrucción pero dentro de mí, constuyes más allá de un deseo, más allá de la piel, de los huesos... más allá del alma, del dolor, de la alegría, de los "te amo", de los "no me busques más".

¿Eres del cielo o del mismísimo infierno? Dudo un momento antes de besarte; porque al besarte pierdo el suelo, el sueño, el frío, la cordura, la conciencia, la ropa y hasta la decencia. Eres el sueño de todo hombre y la pesadilla de todo ser viviente. Con tu paso seguro haces temblar la tierra bajo tus pies, pero con tu risa enterneces hasta al más duro de los corazones... Odio amarte, pero odiaría aún más no hacerlo. Significaría perderte de mi vida, de mis sueños, de mis dedos, de mis labios... Sería reventar una burbuja que he creado sólo para dos... y sólo tu cuerpo sublime y perfecto cabe aquí, junto al mío.

Seas diosa benévola o demonio implacable, me gustas, me gusto incluso cuando estoy contigo... Te deseo cuando no estás y cuando estás te deseo aún más... Eres una adicción y yo, un fanático impertinente, un amante cegado por la lujuria y por el miedo a perderte también. Jamás podría preguntarte nada, sólo aprovecho cada momento que estás para agradecerle a la vida mi existencia en la tuya; y cada momento que te vas para blasfemar tu ausencia.

lunes, 2 de agosto de 2010

-Hoy me sobran las palabras para decirte cuánto me importas, tengo exceso de caricias para demostrarte cuánto te quiero. Hoy noté la troje que tengo de lágrimas para enseñarte cuánto te extraño en mi vida...-

Sentada en la banca del parque donde comúnmente me pongo a leer, comencé a mirar mi entorno, buscando sin buscar tu rostro, mirando sin mirar los árboles, las nubes, los pájaros, los edificios... A pesar de no quererlo, o queriéndolo con tanta fuerza, llegas a mi mente como un huracán que arrasa con todo lo que hay a su paso, que se lleva todos mis pensamientos para obligarme a pensar en tí.

Fue por eso que saqué el libro en turno de la bolsa, pero cada palabra me recordaba alguna experiencia, algún gesto, muchos momentos, muchas historias de mi vida en la tuya... De tu esencia en mi vivir. Cerré el libro con una lágrima atrapada entre las páginas y otra más entre las pestañas a las que comenzaba a corrérseles el rimel.

Me levanté de la banca, caminé con paso pausado hacia el café de la esquina de tu calle, pedí un capuccino deslactosado jumbo. Me sentí como un alcohólico que pide un doble al cantinero. Me sentí tan extraña al pagar y recibir sólo una cuchara para la espuma... Sólo pedía ese café cuando estabas conmigo...

Bebí a sorbos pequeños de esa humeante maceta, así le llamabas tú por ser tan grande la taza, la mirada de la gente me hizo sentir tan pequeña y más tras de ese tazón de café. Decidí hacerme la occisa y seguir tomando café, a pesar de que cada vez me era más difícil hacerlo pasar, pues un nudo en la garganta hacía más tortuosa la tarea.

Salí del café. En el marcador, yo salí perdedora: la taza de café y la gente pudieron más que yo, por lo que apenas si tomé un tercio de la capacidad del recipiente, me levanté de la mesa, pagué mi cuenta y salí del local.

Caminé, abrazando mi abrigo, había olvidado con cuanta fuerza golpeaba el viento. Tú y sólo tú en mi mente una vez más; soportar el frío era tarea fácil contigo a mi lado, tu calor aunado al mío, conjugado en un nosotros, era lo que me mantenía lejos de la hipotermia.

Sé que tengo que salir de ese encierro llamado recuerdo, de esa celda que llaman amor, pero me es difícil si aún me tienes encadenada con el susurro del viento, con cada experiencia, con cada gota de tu esencia en cada cosa que toco, en cada cosa que veo... Tú y sólo tú, una vez y otra más para no cambiar mi rutina, para no sacarte de mi vida...

jueves, 8 de julio de 2010

Feeling good

El despertador del celular logró hacerme abrir los ojos con la voz de Nina Simone, cantando "feeling good". Curiosas son las ironías de la vida, el título de la canción era inversamente proporcional a mi estado anímico. Apagué el despertador, no supe si por cobardía o porque necesitaba descansar, dormí tres o cuatro horas más. Se me había hecho tarde una vez más para ir a la escuela y ni siquiera sentí remordimiento. En realidad, lo que embargaba mi alma era una mezcla de dolor y tristeza que pocas veces en mi vida había aparecido. No quería levantarme de la cama, incluso con las necesidades fisiológicas, pensé que no era necesario levantarse, que podía esperar.

Gruesas lágrimas rodaron por mis mejillas, las razones eran muchas, las palabras escasas para explicarlas. Dejé que mi almohada se empapara y que el sueño se llevara el último costalito con sonrisas que tenía. Mi día era tan gris como la nube que parecía acosarme, rondarme y que planeaba quedarse el día entero conmigo.

Ya no me dolía sólo su ausencia, sino la ausencia de esencia en todo lo que veía a mi alrededor; me entristecía darme cuenta que mi vida no había tenido sentido hasta entonces, que había perdido las ilusiones de la infancia y las de adolescencia... y que me sentía vacía porque en mi edad adulta, no encontraba mas que piedras en mi camino, tropezando a cada paso... No había ilusiones que atrapar... Ilusiones en peligro de extinción. Eso era, un problema grave era no tener un ideal por atrapar en las propias redes y aspirarla como el perfume de una flor... dejarla volar y alcanzarla de nuevo como quien atrapa mariposas en el jardín.

El día fue tan gris como empezó. La lluvia en la ventana resbalaba de igual manera que las lágrimas sobre mis mejillas, la humedad del ambiente junto con mi tristeza hicieron una combinación de la que me quedan miles de recuerdos en pañuelos. Dormir fue el intermedio entre una y otra función donde la protagonista sólo llora penas que ningún espectador puede entender. Penas que, a veces, ni la actriz parece comprender.

Las horas pasaron sin darme cuenta, no sentía frío, ni hambre; no sentía ganas de levantarme, no tenía ganas de existir para nada... ni para nadie. Sentí que la esperanza y la alegría se despedían de mí como cuando se marcha un viejo amigo, se despedían de mí y de quien les cerró la puerta: soledad, una de las más fieles compañeras de mi vida, aunque no precisamente la más querida. A veces la subestimo creyéndola infame; otras, la sé tan íntima y buena consejera. De cualquier manera, esta vieja compañera no pensaba irse, no en un largo tiempo. Pensé en prepararle café, pero su compañía se limitaba a mirarme acostada en la cama, sin ganas de nada. Tranquila, taciturna. Esa es soledad.

La noche llegó y soledad prendió una vela: tú. La primera sonrisa del día fue por tí y gracias a tí con y a pesar de soledad, mi día comienza a tener un poco de iluminación a pesar de la nube, de soledad y de la tormenta emocional que llevo dentro.

miércoles, 30 de junio de 2010

sueño núm. 3

Deberían prohibirte, llamarte pecado... que nadie te toque, que se sepa que causas adicción, que vuelves insaciable a quien sea que te pruebe. Toqué con mis labios la suavidad de los tuyos, la dulce sensación de tus manos sobre mis senos, tu tersa piel escondiendo la mía en un abrazo erótico, de esos que sólo se tienen en la intimidad de la alcoba, en la intimidad de un parque cerca de tu casa, en el aeropuerto, en la sala de tu casa, la cocina, el cuarto de lavado... No pude contenerme a pesar de haberme prometido no volverlo a hacer, el llamado de tu mirada, de tu piel exigiendo el roce de mis dedos sobre ella.

Un suspiro de tus labios fueron la señal para no detenerme; quería más de tí y de mí en ese éxtasis, en ese torbellino de emociones, sensaciones, caricias, besos y palabras obsenas... En ese vaivén, en ese fluir de energía entre tu cuerpo y el mío que no dejaba espacio ni para que un rayo de luz se difuminara en la obscuridad de la habitación.

Puse en tus manos mi alma, puse en tu alma mi cuerpo, tan fuera de mí, tan dentro de tí, tan ajena de mi propia esencia. Sublime sensación tenerte e incluso pensarte, porque pensarte es como volverte a tener entre mis extremidades, en mis labios, mis ojos, mis caderas, mis senos, mi vientre...

Sonreí al ver tu cara a la luz de la Luna y un rayo de ella bañaba tu cuerpo incandescente. Tus pupilas aún dilatadas, miraban las mías. Tu voz entrecortada dijo mi nombre una y otra vez. Agregaste dos palabras después de llamarme y no supe si tomarlo a bien o a mal. Sonreí de nuevo y te agradecí el gesto. Me levanté de la cama y miré el reloj. Levanté mis ropas del suelo, me vestí... "Soy adicta a tí, pero tengo repelencia al amor" te dije antes de escabullirme por la puerta... y despertar de un sueño que me dejó con más preguntas que respuestas.

lunes, 28 de junio de 2010

Duc Et Siem

je voudrais ecrire en francais, mais j' ai problèmes avec cette langue...

Il était une fois une petite pâtissiere, une petite mademoiselle avec les cheveaux roux. Elle s' appelait Madeleine et elle était tellement passionée par les petites biscuits qu'elle faisait, tous les biscuits étaient faits avec beaucoup d' engagement, elle aimait son travail comme personne pourrais jamais aimer son travail. Elle avait compagnie, un ami qu'elle amait bien, un petit chat, noir comme la nuit que s' appelait Duc. C' était le chat que s' occupait des souris dans la pâtisserie.

Un jour, Duc était sorti comme toujours pour faire son ronde habituel, mais il est resté à l' extérieur plus du temps qu' il restait généralement dans la rue.

Après de finir le dernier plateau de biscuits, elle est sortie pour chercher Duc. Quand elle est arrivé à la porte, elle a vue le petit chat noir couché avec une boule de poil blanche comme la neige. Duc touchait avec sa petite patte la boule de poil, mais la petite chose semblait de ne pas se mouvoir.

Elle est resté à la porte sans faire du bruit pour comprendre ce que Duc faisait, s' il jouait avec une souris ou une autre chose.

Quand Duc s' est levé pour rentrer à la pâtisserie, Madeleine a vu que cette petite boule blanche là était un petit lapin.

Elle a sorti son pullover du bâtiment pour prendre le petit lapin. Elle a pris l' animal avec beaucoup d' attention pour ne pas le faire mal et l' a posé près de la fenêtre pour s' il voulait partir. Au lieu d' échaper, il a commencé à chercher son ami, Duc.

Duc est arrivé à sa côte et ils ont commencé à jouer pour la deuxième fois. Madeleine avait l' habitude de prendre un petit morceau de masse pour Duc, à ce moment là, elle a dû prendre deux; un pour Duc et un autre pour Siem, le petit lapin, lequel a reniflé la masse avant de la manger. Quand Siem avait pris le dernier morceau de masse, il a commencé a s' étouffer, un petit morceau de masse est resté sur son épiglote. Tout de suite, Duc a commencé à miauler pour que Madeleine le faisait attention. Elle a pris le petit lapin et l' a donné un peau d' eau et Siem semblait se sentir mieux.

À la fin de ce jour là, Madeleine avait trouvé une autre mascote, et Duc, un nouveau ami.

jueves, 17 de junio de 2010

Esposa perfecta

Pronto, muy pronto... En mi mente, una idea que no deja de marear a mis neuronas, una idea que me parece de lo más reconfortante pero al darme cuenta de mi pensamiento, me dan escalofríos. ¿Sería capaz? Si él no se tentó el corazón, ¿por qué debería hacerlo yo? y comienzo con una retórica autoinducida que no me lleva a nada.

Son las siete de la noche y acabo de poner la mesa. Hago una lista mental de todo lo que debe estar ahí: plato extendido, plato hondo, cubiertos, vaso, la jarra de agua, servilletas... Todo impecable, justo para dos personas. La cena está casi lista para que llegue y todo esté en orden.

Mi madre siempre me enseñó a ser meticulosa en los menesteres del hogar; sobre todo si era a lo único que me dedicaría después de casarme, cuidar de mi marido, de mi hogar y de los hijos, cuando los tuviera.

A veces esa idea de ser tan dependiente me causa náuseas, la frustración hace su aparición estelar, pero ese tipo de ideas tienen que desaparecer al aparecer Armando, sonreír como si mi único objetivo en esta vida, fuese ser la esposa perfecta.

Dan las ocho y media, la cena está fría sobre la estufa. No he probado bocado y tampoco tengo hambre. Armando no ha llegado a casa y yo muero de sueño. Recojo la mesa, guardo la cena en el refrigerador y comienzo a hacerme a la idea que dormiré sola una vez más.

Al entrar al baño, me miro al espejo. Mi rostro inexpresivo me dice más de lo que una cara sonriente o un mar de lágrimas podrían decirme. Ya no me importa nada. Desmaquillo mis párpados, sigo con mis mejillas, mis labios. Hasta que mi cara queda totalmente libre de máscaras. Ahora sólo soy yo: una interrogación en un rostro vacío, sin emociones, sin sentimientos. Mi faz refleja justo la forma en como me siento: vacía, tan vacía que ni llorar puedo. Se acabaron las lágrimas.

Las diez de la noche y sigo sola. No me sorprende la llamada diez minutos después de acostarme. Es él. Como lo suponía, no llegará a casa temprano. Salió de una junta y debe terminar algunas tareas pendientes. Sonrío, no sé si por la costumbre, no sé si por su cinisismo. Un frío "te quiero" vaga en el aire, aún después de haber dejado el teléfono en la base. Aún después de llevar 10 años de casados.

El ruido en la sala me despierta, sé que llegó y no ha comido, el horno de microondas se enciende y timbra. Me levanto y pongo la bata de noche, salgo a su encuentro después de poner un poco de rubor en mis mejillas y brillo en mis labios.

Me saluda con un beso en la frente y otro en los labios.No pregunto nada, sólo sirvo la comida recalentada en un plato, sirvo agua en un vaso y lo llevo a la mesa. Vuelvo por los cubiertos a la cocina y lo encuentro en la puerta, mientras salía de la cocina para sentarse a comer.

Le entrego los cubiertos y el servilletero de madera, el salero y la jarra de agua; me siento frente a él y mientras mis ojos se entrecierran por el sueño, me cuenta su día. No me mira a los ojos y después de contarme de la junta, comienza a titubear. Sabía que tarde o temprano pasaría... Miente. Todos los días miente, sabe que lo sé, pero se empeña en seguir una obra de teatro donde incluso los aplausos volvieron a hacerse silencio.

Mientras él se prepara para dormir, intento dejar impecable la mesa. Sigue en el baño, perdido en el reflejo del espejo. Toco su hombro y vuelve a este mundo. Se desabotona la camisa y la deja en el cesto de ropa, le acerco la pijama y vamos a la cama. Me recuesto mirando al lado contrario de donde se encuentra. Me abraza y me besa. Yo no siento nada, de hecho, simulo estar dormida, esperando que me deje en paz... Así lo hace y se queda dormido, dándome la espalda.

Despierto. Son las seis y media de la mañana: hora de hacer su desayuno. Tengo exactamente una hora para preparar todo antes de despertarlo para que vaya a trabajar; saco la ropa del cesto en el baño y de nuevo ese aroma tan peculiar me detiene para hurgar su camisa. No sólo era ese perfume que detestaba lo que lo delataba, sino también las marcas de labial en el cuello de la camisa. Sonreí, era de esperarse. Su trabajo no era tan demandante, sus juntas no eran tan largas.

¿Será más linda o más atenta? ¿Será más elegante, más refinada, una puta o una mujer vulgar? Eran las preguntas necesarias en momentos de ocio, a sabiendas que, respondiendo o no, me daría igual. ¿Sería capaz de confrontarlo y desmentirlo? Eso jamás se hace, al menos, con esa idea crecí. No sé si maldecir a mi madre por haberme injertado una idea tan estúpida de esposa abnegada o si debería tenerle lástima por el sufrimiento que tal vez debió callar ante sus hijos.

Las siete de la noche resuenan en el reloj de la sala. Quince minutos después aparece Armando, sonriente. Quisiera no odiarlo, quisiera no odiarme, pero pronto... muy pronto habrá de morir...

domingo, 6 de junio de 2010

Estrellas

Desperté sin saber dónde me encontraba. Del techo colgaban estrellas de papel de mil colores. Logré recordar dónde estaba y giré mi cuerpo hacia un costado. Frente a mí, su pálida piel; sus ojos cerrados, el ceño relajado. Sonreí y pasé largo rato mirando su bello rostro... exquisito rostro.
Después de un rato, despertó y sus ojos dejaron ver la sorpresa que le causaba mi mirada posada en su faz.

- ¿Por qué no me despertaste?- dijo aún soñolienta.
- Porque... ¿Para qué despertarte, sabiendo cuán cansada estabas?
- Gracias... gracias por comprender- dijo apenada, esbozando esa sonrisa que me pedía ser robada, que mis labios pedían sobre de ellos.
- Sabes que te quiero, ¿verdad?- comenzó casi solemne.
- Obvio no más que yo- dije, sonriente.
- ¡Eso crees!- contestó soltando una risita.
- No voy a discutir eso contigo- dije simulando enojo.
- ¿Te enojaste?- preguntó apenada.
- No, imposible me sería el enojo- sonreí.
- ¡Gracias, te adoro!
- Yo igual.

Mientras platicábamos de banalidades, nuestros cuerpos se acercaban. No era incómodo ni la primera vez.
- ¿Sabes? Haberte conocido ha sido de las mejores cosas que me han pasado- dijo espontánea.
- Eso crees, yo opino que fue una maldición... el pago de tu karma- reí.
- ¡Qué grosería! ¡Ni un halago puedo hacerte!
- No es eso, es que... bueno, aún me pregunto cómo fue que el destino nos unió.

Sonreímos. Tomó mi mano por sorpresa. Apreté la suya con fuerza y así nos quedamos un rato, en silencio. Cara a cara.
- ¿Te preparo café?- preguntó después de un rato.
- No, gracias. Así estoy bien.
- Bueno, es que yo si quiero, pero...
Su celular sonó, un mensaje la interrumpió. Se giró dándome la espalda para alcanzar el celular sobre el bureau.
- ¡Qué lindo!- exclamó acercando el celular a mí- Me lo mando Diego. Léelo.
Contra mi voluntad, leí un mensaje ajeno que, con cada palabra, marchitaba un pedacito de corazón.
- ¡Pero no llores! Yo sé que está bien lindo, pero no es para tí- me dijo riendo.
- ¡Ya sé, tonta!- Me reí para ella. Guardé las lágrimas para mí.

Su rostro se iluminó desde el momento en que recibió el mensaje. Me dolía tanto no haber sido quien le alegrase la mañana, el día entero; ni habiendo pasado la noche en su casa.

La incomodidad se apoderó de mí, abruptamente.
- Mejor me voy- mascullé y me levanté de la cama de un salto.
- No, no te vayas. Quédate otro ratito- dijo con voz insistente.
- No puedo, nena, sabes que no puedo.
- ¡Pero si te quedaste toda la noche!
- Bueno, está bien. Otro ratito será.
- Ven, acuéstate- dijo mientras palmeaba la cama y se recostaba. No pude negarme. Su mirada ejercía un poder sobre mí que no podía, ni puedo, describir.

Abrazó una almohada larga y la puso entre su cuerpo y el mío.
- ¿Me quieres?- preguntó intrigada.
- Sabes que sí, hace rato lo discutíamos, ¿recuerdas?- dije.
- ¡Ay, le quitas lo divertido al juego! - refunfuñó y después sonrió.
Mis manos jugaban con sus lacios, largos y negros cabellos. Mi mirada estaba perdida en sus grandes ojos verdes.

Hubo un impulso que no pude controlar, que me obligó a hacer lo que contuve la noche anterior y hasta las 10: 47 de ese día. Tomé su mentón, me acerqué a ella y la besé, sin pudores. Por un momento, se resistió, pero después sus labios comenzaron a danzar con los míos un baile que no volverán a bailar de la misma forma. Sentí su música de manera tan distinta, con tanta fuerza y energía, pero también con tanta paz como jamás la había sentido.

Comprendí momentos después lo que pasaba y me alejé. Noté que su mano se había entrelazado con la mía, pero no supe si fue ella o si fui yo, quien tuvo la iniciativa.
- Te quiero- me dijo en un susurro.
- Yo te amo.- Me acerqué a ella, intentando besarla de nuevo. Se apartó.
- No, ya no- me dijo- Somos amigas, y así te quiero... No puedo... Diego...

Entendí lo que pretendía decír, aún con tantas pausas. Besé su frente, me levanté y salí de su recámara, sabiendo que sería la última vez que la vería.

miércoles, 26 de mayo de 2010

adiós

A la orilla de un beso a media luz, en la penumbra de unos ojos lejanos, tan lejanos como el otro lado del mundo. Un abrazo frío pero largo me anuncia el adiós, inevitable despedida. Sonrío al mirarte a los ojos y reflejarme en ellos; sonrío con ganas de llorar realmente. Jamás creí que este día llegaría, nunca pensé en este día como una posibilidad, sino como una pesadilla que no quería en mis horas de sueño... ahora es una pesadilla en mis horas en vela.

Acaricié tus cabellos atrapando su esencia en mis manos, atrapando tu alma entre mis dedos... ¿Realmente tienes que irte? Una lágrima rodó por mi mejilla, el miedo de no tenerte en mi futuro... de ir perdiéndote en mi presente... no quiero que dejes de estar... no quiero que dejes de vivir en mi mente y cuerpo, no quiero vivir de recuerdos, que de recuerdos he vivido mucho... Siento la necesidad de susurrarte al oído mi miedo a perderte, pero tus ojos me han dicho cuanto te duele partir... cuán terrible sería pedirte que te quedaras... No, yo sé que no debo decir nada. Beso tu pecho al descubierto entre los botones de tu camisa y levantas mi barbilla. Un beso en la frente y tu mano recorriendo mi mejilla, bajando por mi cuello y rozando mi brazo... tomas mi mano y la aprietas con fuerza...

Ya no hagas más difícil tu partida, que yo intento ya no hacerte más difícil la despedida... Sonrío nuevamente con ese gesto que desearía romper en llanto... Dos lágrimas escapan de mis ojos y giro mi torso para que no me veas llorar. Seco las lágrimas... cuando vuelvo mi mirada, te has ido... Y yo di rienda suelta a las lágrimas que dejaron de contenerse en mis ojos...

sábado, 15 de mayo de 2010

Cafeína

Sentía tantas cosas al mirar sus ojos. Su mirada penetrante y misteriosa era lo que más llamaba mi atención sin duda; esos ojos castaños que parecían tender sobre quien los mirara, una red que no permite escapar.
La primera vez que nos vimos, me encontraba tomando un café cerca de mi trabajo, el frío era tal que no pude dormir, pero el sueño que tenía sin duda no me permitiría trabajar como se debe. Pedí un americano mientras leía el periódico que había comprado en el kiosko que se encontraba fuera. La mesera me trajo una taza donde vertió un humeante y aromático café. Aún tenía media hora para disfrutar del día, a pesar de que, para mí, no había mucho que disfrutarle: un día gris, nubes grises, gente gris... Se notaba a leguas que el invierno había llegado.

27 de diciembre; las luces navideñas titilantes, los moños y la escarcha seguían adornando cada uno de los edificios de la ciudad. El aire aún cargado con notas de nostalgia y tristeza, me recordaban con un agridulce sabor cuán incómoda había pasado la navidad en casa de mis padres.

Comencé a divagar y mi mirada se perdió en un edificio que se encontraba en la acera de enfrente. Sólo logré volver a mi realidad cuando un hombre pasó justo frente a la ventana por la que miraba, el cual entró al café donde me encontraba. Era un hombre entrado en años, piel curtida y cabellos tan grises como la mañana de ese día. Llamó mi atención el paso tan despreocupado con el que caminaba. Se sentó en la barra, a escasos pasos de mi mesa. Pidió un espresso doble que bebió de un sorbo en cuanto se lo entregaron y pidió uno más.

Tal vez sintió mi mirada y se volvió hacia mi: ahí fue cuando me atrapó su mirada. Me sonrió y se mudó a mi mesa, como si mis ojos le hubieran invitado a sentarse conmigo. Comenzamos a platicar sobre mi trabajo y su reciente retiro del campo laboral. Platicábamos sobre cuán gris era el día, pero discerníamos en lo que nos hacía pensar un día como ese. Sin darme cuenta, se me hizo tarde para entrar a trabajar, me levanté para pagar mi cuenta, pero él no me lo permitió. Nos despedimos como si fuéramos grandes amigos. El día dejó de ser gris, al menos se había aclarado.

Lo demás del día, no lo recuerdo, sólo sé que su presencia en mi día quería repetirla de nuevo, por lo que me desperté temprano al otro día y entré en el café nuevamente, esperando encontrarlo de nuevo. Entró tan despreocupado como la mañana anterior, se sentó en el mismo banquillo de la barra y esta vez, fui yo quien se levantó de la mesa. Toqué su hombro y me miró sonriente, como si esperara que apareciera tarde o temprano en su día. Bebimos sendos cafés mientras la plática se desarrollaba amenamente. Ese día platicamos sobre su próximo aniversario de bodas, la emoción se reflejaba en sus ojos, el amor con el que hablaba de su esposa parecía que hablara de alguien con quien apenas un día antes, hubiera contraído nupcias; la realidad era que llevaban 55 años de casados. Felizmente casados, como dijo él. Esta vez no se me hizo tarde para ir al trabajo y esta vez también, fui yo quien pagó el café de ambos. Nos despedimos como quien se despide de un viejo amigo y crucé la puerta.

Así pasaron tres meses. Era súmamente puntual, a las 7:25 lo veía entrar por la puerta de vidrio y madera del Café Matisse, donde el pago del café era turnado. La conversación era tan sui géneris que tocamos temas tan álgidos para mí como para él. Sin embargo, su sonrisa, aunque incómoda por el tema, siempre era sincera. Incluso hablamos de temas tan dolorosos como la pérdida de su único hijo y también la muerte de mi único hermano. A pesar de lo espinoso del tema, pudimos comparar las dos caras de la moneda: la pérdida como padre y la pérdida como hermana.

Jamás supe su nombre, a mí me gustaba imaginar que se llamaba Manuel, siempre me gustó ese nombre. Jamás supo mi nombre, pero realmente saberlo estaba de más. La amistad no requiere de una identificación o de un nombre para existir.

Su elocuencia al hablar me atrapaba y más de una vez llegué tarde al trabajo, pero eso realmente no era importante, pues más me importaba encontrarlo entre semana. Los fines de semana pasaban lentamente, parecían eternos y yo esperaba con ansias el lunes. Me volví adicta a la cafeína, pero más a su voz alegre, amable y grave con la que hablaba con familiaridad de cualquier tema que le planteara. No era recíproco, pues había veces en las que yo no sabía qué decir y nos echábamos a reír.

Sus ojos seguían teniendo el mismo fulgor con el que mira un chiquillo de cinco años el mundo a su alrededor. Su mirada parecía sorprenderse con cada cosa que aparecía frente a sus ojos, aunque fuera lo más común, incluso si dos minutos hubiera aparecido una cosa semejante a la que ahora le impresionaba. Parecía como si todo lo viera por primera vez. Su mirada aún me tenía atrapada en la red que tendían como las que los pescadores tiran al mar. Yo era el pez dentro del entramado de la red de sus ojos castaños.

El 6 de abril llegué, como siempre, a sentarme en la barra, en el lugar que ya habíamos hecho nuestro punto de reunión. Miré mi reloj, eran las 7:22 y desde ese momento, comencé a mirar hacia la puerta con regularidad como lo hacía normalmente para verlo llegar. Dieron las 7: 27 y "Manuel" no había llegado aún. Me extrañó, pero no me preocupé debió quedarse dormido, me dije. Esperé hasta cinco minutos antes de mi hora de entrada pero nunca llegó. Pagué mi café y en una servilleta, que entregué a la mesera para que a su vez, ella se la entregara a él, le escribí:
Espero verte mañana porque hoy te extrañé.


Al día siguiente esperaba su llegada de nueva cuenta; sin embargo, tampoco apareció. Comencé a preocuparme, pero no tenía manera de saber si estaba bien o no. Pedí el café a mi pesar, pues la preocupación había causado en mí, la gastritis que había logrado controlar hacía un año. Poco antes de que pidiera la cuenta, se me acercó la mesera con una servilleta. Debe ser una disculpa por lo de ayer, o una explicación del por qué no ha venido, dije para mí. Sin embargo, al abrir la servilleta doblada a la mitad, encontré el recado que había yo dejado para él. Desconcertada, le pregunté a la chica lo que sucedía. Me miró compasiva y triste y me dijo:
Murió hace dos noches. Tenía una enfermedad terminal; sentía mucho dolor, pero jamás lo demostró a los demás.

La noticia me tomó totalmente por sorpresa, no pude llorar en ese momento. Me levanté del asiento, pedí la cuenta, pagué y salí hacia la oficina. De momento todo volvió a ser gris: los edificios, la gente y las nubes.

lunes, 10 de mayo de 2010

A simple vista...

Un año sin verte y pareciera que jamás nos hubiéramos conocido. Zapatos nuevos, estilo nuevo, vocabulario tan extravagante y extraño. Por un momento dudé realmente conocerte, tuve que mirarte de nuevo, detenidamente, debajo de esas capas de maquillaje, detrás de esas ropas que gritaban estar en un cuerpo que no se sentía a gusto con ellas.
Nos saludamos, tu voz incluso sonaba tan distinta, tus gestos, una pobre imitación de aquéllos que tu amiga empleaba con tanta soltura. Tu pose de niña snob no concordaba con el vago recuerdo que tenía de tí, tu sonrisa era una máscara de mala calidad conseguida en algún mercado. Lo único reconocible en tí era esa mirada ávida por conocer, necesitada de un brazo protector, de una guía. Esa mirada que se perdía entre la gente, esperando encontrarse a sí misma. Supongo que en tu amiga creíste encontrarte... pero lo único que se refleja de tí en ella, es el vacío de tu alma.

Tus ojos aún tienen ese brillo que te hacían una persona única, tan auténtica que parecías un imán de gente; ahora repeles a quien se te acerca... incluso a quien alguna vez fue tan íntimo tuyo.

Algunas veces siento que reconozco tu cara, pero tus actitudes me dicen que no eres quien creo. Después te miro fijamente y encuentro en tus ojos la verdad: eras esa persona a quien tanto quise, pero hoy eres tan diferente que no puedo reconocerte a simple vista... y dudo que puedas hacerlo tú.

Te quise mucho, no lo negaría... pero ya no eres ni la mitad de la persona que eras.

sábado, 8 de mayo de 2010

Muebles

En el espejo un te quiero con marcador rojo de pizarrón blanco que jamás quise borrar, porque quise creer que mientras estuviera ahí, me querrías... Ahora empiezo a creer que debo cambiar la luna del espejo, el espejo mismo, la cómoda, el buró, la cabecera de la cama... Ahora empiezo a creer que debo cambiarlo todo o quemarlo todo, para intentar así, borrar tu recuerdo.

Abrir y cerrar los cajones aún me parece una labor titánica que me hace dudar de mí y mi fuerza mental que se externa y, al intentar abrir el cajón, mis ojos se llenan de lágrimas y mis manos no pueden con el peso del mueble.

La razón de tu partida aún es confusa, aún es inexplicable de dónde surgió la idea de alejarte de mi vida. Sin embargo, mi estupidez de dejar mi bienestar después del tuyo, me obligó a encoger la mano que estaba a punto de estirar para sostenerte del brazo y decirte "no te vayas". ¿Realmente fue esa ideología la que me hizo detenerme o fue el miedo al rechazo? Ese miedo que siempre tuve y siempre callé ante ti, porque siempre quise ser fuerte para tus ojos, para mantener tu sonrisa en esos labios que me invitaban cada noche a beber de ellos, elhixir prohibido para cualquiera, excepto para mí.

¿Hacia dónde fuiste y por qué no puedo ir contigo? Tu adiós sigue resonando en mi mente como si lo repitieras una y otra vez, sin inflexión cansada en la voz, simplemente, dices adiós. Detrás de ese adiós sólo puedo leer tu insatisfacción. Creo haberme vuelto el lastre que siempre dijiste odiar en las relaciones de pareja. Por querer evitar justamente tu hartazgo, lo alcancé incluso más rápido de lo que esperaba... Te extraño.

Y no sólo mis ojos preguntan por ti, sino que mis manos, mis labios, mi piel me agobian con la misma pregunta a horas y deshoras... Con y sin husos horarios, o simplemente, con horarios propios, pero siempre preguntan con ese gélido silencio de tu ausencia. Te extraña cada fibra de mi, y cada molécula de los muebles de la casa... ¡Hay que quemarlos todos!

¿Dónde está ese para siempre que decíamos después del te amo callado por un beso que, más que travieso era ilegal? ¿Por qué te llevaste contigo los cuentos de hadas, mi cuento de hadas favorito donde los protagonistas eran personajes burdos de tí y de mí? ¿Dónde está el país de los sueños que me has intercambiado por este país de pesadilla del que no puedo despertar?

La muerte va más allá de lo que el ser humano comprende. No sólo se trata de lo orgánico, donde las células mueren, los pulmones, el cerebro, el corazón dejan de servir... ¿Dejas de extrañar después de la muerte? Quiero la muerte orgánica si me concede olvidarte, porque ni quemando el mundo entero logro borrarte de mí.

Hoy

Esta mañana desperté con un aire renovado, como si mi vida debiera tomar un rumbo nuevo. Ya basta, me dije. Había sido suficiente de lágrimas, sufrimiento y tristeza por demás inútiles, por demás estúpidas.
Incluso me había despertado poco antes de que el despertador sonara, mucho antes en realidad. Después del ritual matutino y obligado para salir al trabajo, me di cuenta que no le extrañaba realmente. Que el sentimiento que había guardado era más hacia las memorias que a la persona misma. La nostalgia nubló repentinamente mi vista, pero se desvaneció al instante.

Mi paso seguro, mi mirada al horizonte, mi sonrisa sincera; todo era parte de un nuevo comienzo. Que me devolviera todo aquello que alguna vez dejé en su hogar, jamás hubiera sido tan placentero como en ese instante. Habíamos cerrado el ciclo, por fin, habíamos dejado el pasado en el pasado. Al fin comenzaba a ver que mi camino tenía destellos de una luz que no creí jamás ver... Finalmente, logramos superar el pasado... nuestro pasado.

Hoy desperté con la firme convicción de que no hay ser que necesite para existir que los huesos y la carne que me sostienen... Nada más.

martes, 4 de mayo de 2010

Ritual

- De donde vengo, los cielos son azules, con blancas nubes; el clima es cálido, la gente igual. Todos nos conocemos... Somos como una gran familia siendo un pueblo tan pequeño-. Comenzó la mujer.

- Pueblo chico, infierno grande, muchacha, no lo olvides- dijo él.- ¿Qué haces en la capital?

-Vine a buscar empleo, señor. No terminé la secundaria, en el segundo año mi mamá se puso grave, tuve que encargarme de Rosalba y Tomás, mis hermanos menores. Mi papá no vivía con nosotros y la cosa se puso difícil. Sigue difícil, señor, sólo que ahora tengo edad suficiente para trabajar en la capital. Quiero mandarle dinero a mi hermana.

- ¿Y a Tomás por qué no?- preguntó él.

La expresión de Armida se hizo dura, su voz se volvió lúgubre.

- Tomás ya no necesita dinero. Lo necesitó, pero... ahorita ya está liberado de ese tipo de cosas, señor.

José Sierra frunció el ceño y miró a Armida fijamente, como si intentara entender qué pasaba por su mente.

- Murió dos años después que mi mamá se puso mala. Se ahogó en el río. Se me perdió tres días...- la voz de Armida cada vez era menos entendible, se entrecortaban sus palabras.- Lo busqué cerca, no creí que andaría tan lejos de la casa pero dos días después, encontraron su cuerpo cerca del Coloradito...- comenzó a sollozar y no pudo continuar el relato.

- Ni hablar, muchacha. Y a todo esto, ¿qué sabes hacer?

- Pues trabajar duro, señor. Sobre todo, si de barrer, trapear, cocinar y todo eso se trata.

- No suena mal. Nada mal. Por desgracia, hay muchas chicas que buscan trabajo, lo sabes, ¿verdad?

- Sí, lo sé, señor. Por eso vine, porque Angélica, mi prima, vino con usted hace... dos meses, me dijo que le consiguió trabajo. Quería ver si corría con la misma suerte.

- Ah, claro, tu prima, la niña de los ojos de aceituna. Sí, la recuerdo. Tiene un lunar en la espalda...

- Sí, ella es. Pero ¿cómo sabe lo del lunar, señor?

- Ah... es que... venía con una blusa muy bonita, tejida, y se veía el lunar- dijo José Sierra, nervioso.

Armida sonrió apenada, su mente había volado lejos, donde la decencia no tiene cabida.

- Sé lo que piensas, Armida, pero yo no soy así.- Sonrió él, amable.

- Perdone si lo ofendí, señor...- dijo ella, agachando la mirada.

- No, no. Entiendo por qué lo pensaste, dije algo que sonaba comprometedor y lamento haberte espantado.- Tosió y continuó- ¿qué te parece si me dejas los datos del lugar donde estás quedándote y yo paso a avisarte?

- Sí, sí señor.

Armida dejó los datos de donde se alojaba en una hoja de libreta que llevaba consigo. José Sierra y Armida se despidieron esa tarde y ella salió del pequeño despacho ilegítimo en la calle de Estambul.

Tres días con sus noches pasaron y Armida no supo nada de José Sierra, empezó a creer que todo era un juego y que incluso, su prima le había mentido. Sin embargo, cerca de las dos de la tarde, la puerta del cuarto donde estaba sonó. Era José Sierra con un trabajo para ella.

- Siempre pagan bien, muchacha. No te preocupes. Sabiendo tu situación, pensé en qué lugar podía ser lo más seguro para ti, por eso te mando allí.

-¡Gracias, señor!- dijo Armida emocionada. - Verá que no le quedo mal.
- Sé que no, Armida. Debes ir hoy a las cuatro para que te den instrucciones.
Armida asintió con la cabeza. Fue la última vez en cinco meses que se verían.

II

Armida llegó a las cuatro de la tarde a la iglesia de San Juan Apóstol. El portón de madera encerraba tras de sí un recinto lleno de lilis, bancas de madera y santos... muchísimos santos, más de los que ella creía que existían.

Cerca del altar, la absidiola, en la que se encontraba Hilario, el párroco de la iglesia. Encendía las velas y ella lo observaba detenidamente. Las últimas veladoras las encendió con una plegaria, como si fueran las veladoras más importantes del recinto.

- Buenas tardes- dijo él después de sobresaltarse con la presencia de Armida. - Creí estar solo, perdona.
- Buenas tardes, padre- dijo ella apenada.- José Sierra me ha mandado con usted para trabajar aquí.
- Ah, ¡con que tú eres Armida! Me alegra conocerte al fin, escuché cosas buenas, pero no imaginé que tan pronto te conocería. Dime, ¿qué te trae por aquí?

Armida relató su historia de nuevo, esta vez, con más confianza si se trataba del párroco y, aún mejor, si se le tomaba como secreto de confesión. Hilario escuchaba atento a la niña de los ojos negros como si quisiera interpretar más allá de las palabras de la muchacha. Entusiasmado, le enseñó la iglesia y los deberes que tenía por hacer el día que seguía. Le mostró el patio y la recámara que le asignaría, pues quería una muchacha de planta.

- Espero te guste el lugar, Armida- dijo él, amable.
- Sí, padre, es muy lindo. Le agradezco la hospitalidad- dijo Armida feliz.
- No, mi niña, ni te fijes.

III

Los días pasaron rápidamente y pronto se cumplirían los dos meses de la estancia de Armida en la iglesia. Su trabajo consistía en quitar el polvo de los santos, cambiar el agua de las flores, lavar los manteles usados en las misas, barrer y limpiar las bancas. Armida se esmeraba en su trabajo y hacía que cada peso que le pagaban, valiera cuarenta veces su valor.

Agotada, Armida dormía plácidamente después de la misa que terminaba a las 9 de la noche. Su cansancio era incontenible y tenía que dormirse temprano para poder levantarse antes de que llegara el alba para comenzar sus labores diarias.

Era una noche de abril, el calor incluso se sentía en la noche. El calor atormenta hasta al más frío de mente, lo apacigua incluso lo ataranta. Por lo que esa noche Armida terminó sus labores un poco más tarde de lo habitual. Se fue a su recámara cerca de las diez y cinco. Tan cansada estaba que, al sentarse sobre la cama para quitarse los zapatos, quedóse perdídamente dormida.

El tiempo que estuvo dormida, no lo supo, pero despertó cuando sintió un cosquilleo cerca del cuello. Creyendo que era un mosquito, lo golpeó, pero escuchó un quejido y se despertó.

- Armida, sabes que eres bella, ¿no es así?
- ¡Qué hace, padre!- dijo casi gritando y al mismo tiempo, intentando incorporarse sobre la cama, pero el corpulento hombre se lo impedía. - ¡Por favor, déjeme en paz!- gritó mientras intentaba safarse de las manos de Hilario.
-¡Qué muchacha tan necia, déjate querer!

IV
La sonrisa de Armida se borró de a poco de su cara. Soportaba todas las noches una visita de Hilario a su recámara que podía durar más de hora y media. Aunque cerrara con llave, Hilario encontraba la manera de entrar... Incluso Hilario decidió que sería mejor quitarle la llave para no tener que pelear con ella.

Cinco meses después de haber llegado a la capital, José Sierra apareció en la iglesia, mientras Armida barría entre las bancas.
- Armida linda, ¿qué te ha pasado? Tu expresión no es la misma con la que llegaste.
Armida sólo lo miraba con rabia, con miedo. No dijo nada.
- Mi niña, ¿qué tienes? ¿Estás bien?
Armida se echó a llorar, dejando caer la escoba. José intentó abrazarla, pero Armida lo apartó inmediatamente.
- Armida, mírame a los ojos y dime qué pasa. ¿No estás a gusto aquí?- preguntó José Sierra casi paternal.

Después de un largo rato de llanto y sollozos, Armida logró contarle lo que sucedía.
-No puedo creerlo... ¡No puedo creerlo! ¡Maldito bastardo! ¿Alguien más lo sabe, mi niña?- Armida sólo negó con la cabeza.- Jamás lo creí capaz... pero claro, si por eso las chicas que venían a ayudar se iban antes de cumplir el año aquí. No puedo dejarte aquí. Ve por tus cosas, hoy mismo nos vamos. Ahora mismo nos vamos.

Armida fue a su recámara, tomó todo lo que pudo. El miedo se reflejaba en sus ojos; miedo por que Hilario apareciera de nueva cuenta.

Armida y José desaparecieron del pueblo. Dicen que José la llevó a su pueblo para salvarla de Hilario. José desapareció del mapa, excepto para Armida, con quien aún mantenía contacto.

- A pesar del dolor que viviste, siempre has sido fuerte, mi niña. Siempre.

sábado, 1 de mayo de 2010

...

Desperté, el rayo de luz tuvo el tino para deslumbrarme al momento que abrí los ojos. Me acomodé en la cama y estiré el brazo a mi costado, donde esperaba encontrarlo dormido junto a mi... el espacio estaba vacío y la almohada fría. Tal vez salió a fumar un cigarrillo, pensé y volví a adoptar la posición de ovillo que adopto cada noche desde que tengo uso de razón. Tanta cama y ocupas un pedacito, solía decirme mi madre al llevarme a dormir. Mi cara estaba hacia la puerta, esperando verlo volver, pero mis párpados se negaban a seguir en vela un minuto más, por lo que me dormí de nuevo.

Desperté por segunda vez. Giré 180° sobre la cama. Seguía vacía. Me levanté, amarré de nuevo mi enmarañado cabello, me puse las pantuflas y salí de la recámara. Caminé por el pasillo hasta llegar a la sala. Vacía. Entré a la cocina, abrí la puerta del jardín... Estaba sola.

Volví dentro, con la interrogante en mi mente y en el alma. Caminé hacia el comedor. Sobre la mesa, una rosa, una nota y una vela a punto de apagarse. Se fue y no me despertó para decirme que se iba... no me despertó para decirme que me amaba...

lunes, 29 de marzo de 2010

Acqua...

Comenzó a llover, veía las gotas de lluvia resbalar por el cristal de mi ventana. Encontré en cada una de esas gotas pedacitos de recuerdos como un rompecabezas sin armar. Tu nombre fue una canción que no parecía terminar en mi mente. Al llegar a las últimas notas, volvían las primeras, infinita melodía de tu nombre. ¿Qué fue de tí? ¿Qué fue de mí? ¿Qué perdimos en el camino que ya no se pueda recuperar?

A la luz titilante de un pabilo a punto de quemarse por completo recordé lo triste que fue tu partida.

El rocío que quedó en los sublimes pétalos de las flores era tan abundante como las lágrimas que lloré al dejarte ir.

Sobre un charco, con una ramita, escribí tu nombre. Se desvaneció cada letra... como se desvaneció tu esencia en mí.

jueves, 25 de marzo de 2010

wicked ride...

La calle estaba obscura, sola... El viento golpeaba mi cara y la fría humedad del mismo hacía que, con cada exhalación, una nube de vaho emanara de mi boca.
Buscaba con la mirada a alguien que pudiera acompañarme a casa, pero mi única compañía eran los árboles de la acera y los vagos que etaban dormidos en las bancas del parque. Pasaba de la una de la mañana, nisiquiera recordaba qué hacía en ese lado de la ciudad.
Crucé la acera, el semáforo me cedía el paso, y al momento de dar el primer paso hacia la avenida, vi un par de faros lejanos, cubiertos por la neblina que el frío y la lluvia, habían dejado.
Le hice señas esperando se detuviera y así lo hizo.
- ¿No es muy tarde para que ande usted tan sola en un barrio tan solo?- preguntó una voz ronca y grave.
- Sí, lo sé- asentí- pero no tuve otra opción... Necesitaba el trabajo.
- ¿ Al menos consiguió el puesto?- preguntó la voz debajo de una gabardina obscura y un sombrero de copa.
- Quiero creer que sí- respondí.

Fueron las únicas palabras que logramos cruzar el conductor del auto grisáceo y yo. Después de casi una hora de trayecto, se detuvo. Estábamos a la mitad de la nada. La obscuridad parecía devorar a todo aquél que la mirara, a quien osara mirarla.

Descendió del auto y sacó del bolsillo derecho de la gabardina una cajetilla de cigarros y un encendedor. Me ofreció tabaco, pero yo me negué a aceptar. Encendió el cigarrillo recargado sobre el cofre del auto, del lado del conductor.

Logré percibir que sollozaba, no quise importunar, pero al escuchar que sus lamentos iban en aumento, decidí intervenir.
- ¿ Disculpe... puedo ayudarle en algo?- dije con miedo a incomodarlo.
- No, no lo creo- contestó la voz, pero esta vez, lúgubre, fría.
- Si hubiera algo que...
-¡ Ya dije que no, vuelva al auto!- gritó.

Subí al auto. En ese momento sentí un miedo que jamás había sentido, no sabía por qué, pero había algo en ese hombre que no me gustaba.

Después de un rato, el hombre subió al auto, sin decir nada, arrancó y de nuevo nos encontramos en camino hacia la nada. Quise suponer que al pueblo vecino, pero en realidad no me había decidido a preguntar nuestra dirección, menos aún si su amabilidad era tal como para haberme recogido de la calle para llevarme a otro sitio, no importando a donde.

- Mi hija murió hace dos días- masculló para mi sorpresa. - Tenía quince años. Dos días más y habría cumplido 16.
- Lo lamento mucho, señor- dije, consternada, con un nudo en la garganta.
- Mi esposa murió hace dos días también. Era hermosa. La mujer más bella del pueblo, sin duda- dijo con aire complacido, pero desanimado.
- Increíbles son las pruebas que nos pone la vida- agregué sorprendida.
- Hace dos tardes, vi a mi hijo con vida por última vez. Era un niño tan inteligente. Era mi orgullo, pero...- no logró concluir la frase. La voz comenzó a entrecortársele y no pudo seguir.
- De verdad lo lamento, señor, no quería importunarlo con mi presencia...
- No, no... no se apure- dijo, mientras se enjugaba las lágrimas.

La situación dentro del auto comenzaba a volverse aún más incómoda para mi. Lo único que deseaba era encontrar un hotel a la mitad del camino y con el escaso dinero que tenía, pagar una habitación. Mi único fin era alejarme de ahí cuanto antes.

No me di cuenta en qué momento nos adentramos en el bosque, pero al parecer, llevábamos mucho tiempo en medio de él. Mientras más avanzábamos, más crecía mi miedo. Me costaba trabajo respirar. Tenía un ataque de pánico, pero no sabía bien por qué.

- Adela, mi hija. Ayer por la tarde llegó a la casa después de clases, al menos eso creí, mientras yo me preparaba para irme a cubrir el turno nocturno. Entramos ambos en la cocina. Al despedirme de ella, percibí en su piel un aroma distinto. Olía a hierba mojada, a tierra, olía a sudor... Su aroma me desquició, no podía creer que mi hija, a los quince años fuera una mujer impura. Sí, sus ojos me lo dijeron todo al momento de mirarla fijamente. Vi miedo en ellos. Sus ojos verdes tenían un brillo especial. Me miró sin parpadear; me miró con miedo... Me abalancé sobre ella, no podía soportar la idea de que mi familia, de que mi hija fuera conocida como la prostituta del pueblo. Dejé que mi mano se encargara de enseñarle la lección. Su mejilla se enrojeció y ella ahogó un chillido. Su orgullo hizo que me enojara aún más, la golpeé de nuevo y fue entonces cuando ya no pude parar.

Su madre entró en la cocina, con las manos llenas de tierra. También tenía en la piel el olor a hierba y sudor que tenía Adela. Chilló al ver a su hija con la cara destrozada por los golpes que le propiné. Jaló mi brazo con fuerza hacia atrás para que dejara de golpear a su hija... ¡Defendía a su hija! ¡Su hija la impura! La odié tanto en ese instante que olvidé a Adela por un momento, sólo hasta que su madre yaciera en el suelo, inconciente.

Lo último que mis ojos percibieron de esa escena fueron dos cuerpos en el piso de la cocina, sin vida...

Salí de casa hecho una furia; ya no planeaba ir al trabajo, sino buscaba la manera de huir de lo que acababa de hacer... ¡ Antonio! me dije. Mi hijo apenas venía de regreso de la escuela. No podía dejarlo ver a su madre y a su hermana en ese estado. Entré de nuevo a la casa, cargué a Delia primero, la llevé a nuestra habitación arrastrando de los tobillos. Su cabeza golpeaba cuanto mueble apareciera en su camino.

Cargué a Adela hasta su recámara, la recosté en su cama. Se veía tan tranquila. Entré a la cocina a buscar cualquier indicio de mi arranque de furia. Lo único que encontré fue una canastilla con manojos de albahaca, laurel y hierbabuena. Eso hacían mi mujer y mi hija: recolectar herbajos, no acostarse con algún fulano en el bosque... Comprendí mi error, ya no había nada que pudiera hacer.

Antonio llegó a casa esperando ver a su madre y me encontró a mí, con las hierbas en las manos, llorando amargamente la muerte de su hermana y su madre. Lo abracé con fuerza y me miró con una interrogante en los ojos, pero al mismo tiempo, parecía entenderlo todo.

Quiso soltarse de mis brazos, yo no lo dejé, cada vez lo apreté más a mi pecho. Lloré incontrolablemente. Al soltar a mi hijo, sentí cómo su cuerpo se desvanecía entre mis brazos. Lo asfixié, sin quererlo, lo asfixié...

-Pero.. pero...- no pude articular palabra después de tal relato... se me heló la sangre...
- Voy a enterrarlos, usted me acompañará- dijo con voz tranquila.
-Pero yo no puedo...Tendría que pasar a su casa primero- dije con la voz entrecortada.
- Pero si ya vienen con nosotros, ¿qué no los ve?- dijo mientras soltaba el volante para señalarme el cuerpo que yacía entre el asiento trasero y los delanteros. Ahí está Adelita, mi Adelita. En la cajuela están Delia y Antonio.
Señorita, decida usted, ¿me acompaña o los acompaña a ellos?

domingo, 21 de febrero de 2010

l' aria... io un uccello

Mi domandavo questo giorno se ci aveva qualcosa diversa tra i uccelli ed io... questa domanda è rimasta nel mio pensiero tutto il giorno e adesso non posso risponderla... Alcune volte credo che sono così libera come loro, è notabile che non sono così piccola, così agile, con tanti colori...

Ma la mia imaginazione mi può portare dove voglio, posso truccarmi con tanti colori come mi parino bene, ma veramente, non posso essere piccola, piccola...



Nonostante, credo che vorrei essere un uccello soltanto un giorno, trovarmi lontano da casa, trovarmi sopra un albero grande, verde, forte, vecchio... Voglio sentire l' aria con la forza che ha, sopra e sotto le mie ali... e volare così alto, come i miei sogni volano alto, alto... e lontano, così lontano che non posso mai raggiungere...

martes, 19 de enero de 2010

Tal vez...

Tal vez dormir con una idea en la mente no es lo mejor, mucho menos cuando de pensamientos negativos se trata, pero a veces es inevitable, a veces no puedo ayudarme y de una forma u otra, termino con la cabeza llena de inseguridades que, en su momento parecieron decisiones de las que podía estar segura...

Tal vez despertar con las mismas ideas no sea lo mejor, pero tampoco se puede evitar... y comienza la pelea entre el bien y el mal, entre la tristeza, la alegría, el enojo, la impotencia, las sonrisas, los recuerdos... Tal vez no estoy lista para dejarte ir aún, pero muy dentro de mí, la conciencia de que lo único que haces aquí es llenar un espacio que no quiero vacío, me hace entrar en razón; sobre todo porque has sido parte esencial de mi vida... indiscutiblemente.

Tal vez hemos encontrado un punto en sendas vidas donde ya no debamos o ya no podemos estar juntos, tu sendero te lleva hacia un lado y ese no es el mismo sendero que caminaré yo, que tu vida se aleja de la mía, donde no somos más que dos extraños cara a cara, con nada por decir, nada que pensar del otro... nada que compartir... ya no hay nada mas que un vacío entre los dos que los recuerdos no han podido llenar. Somos dos extraños en tierra de nadie...

Tal vez ese para siempre sí tenía fecha de caducidad y la ha alcanzado... Tal vez es tiempo de seguir cada quien por su camino, cada quien con sus sueños, cada quien su vida...

Tal vez lo que quiero hoy, es tu recuerdo, el fantasma de tu ser, de lo que fuiste y lo que fuimos juntos... nada más.

jueves, 14 de enero de 2010

Soltanto un attimo insieme/ solo un momento juntos

Si potrebbe chiamare amore? Soltanto ci abbiamo visto due volte e sentivo troppi cose... potrebbero essere di più quando la sua mano era vicina alla mia, quando i suoi occhi vedevano i miei... Sentivo una necessità d' essere la sua compagnia, la sua amica, il suo amore... ma... veramente sapevo che non era posibile... Era quasi un fatto che non ci avrebbe un' altra opportunità da vederci...

L'avevo baciato gli occhi, la bocca, il petto, le mani, il corpo entiero... l' anima... l' avevo baciato anche tutto quello imposibile da baciare... Eravamo due strani nella stessa camara da letto... senza niente in comune... soltanto il momento...

Se me está olvidando el italiano, así que aprovecharé para escribir en ese adorable idioma.. hasta que lo olvide por completo... muchas fallas sí que hay... pero... pues... ya que... hahaha

Traducción:

¿Se podría llamar amor? Sólamente nos habíamos visto dos veces y sentía tantas cosas... podrían ser más cuando su mano estaba cerca a la mía, cuando sus ojos miraban los míos... Sentía una necesidad de ser su compañera, su amiga, su amor... pero... realmente sabía que no era posible. Era casi seguro que no habría otra oportunidad para vernos...

Le besé los ojos, la boca, el pecho, las manos, el cuerpo entero... el alma... le había besado todo aquello imposible de besar... Eramos dos extraños en la misma recámara... sin nada en común... sólo el momento...

sábado, 9 de enero de 2010

Baúl

Salí corriendo de casa y sólo me dí cuenta que había olvidado el reloj hasta que iba a la mitad del camino para la entrevista de trabajo que por meses había esperado; a pesar de tener media hora extra al tiempo que normalmente me toma llegar a esa zona, preferí no regresar; el transporte público en esta ciudad nunca llega cuando uno lo necesita y si por casualidad llega en el momento preciso, avanza tan lento que parece imposible llegar a tiempo.

Bajé del metro y caminé con rapidez, no sabía que hora era, pero mi paranoia citadina me decía que era tarde y me acerqué a un hombre que leía el periódico sentado en una banca para preguntarle la hora.
-Las nueve menos cuarto- dijo sin siquiera verme.
- Gracias- respondí, pero al momento en que me vio, su mirada se crispó y su cara, que apenas era visible porque había levantado el cuello de la gabardina negra que llevaba, se desencajó en el acto. Se levantó de la banca y murmuró algo incomprensible y se alejó de mí, esquivando a la gente a su paso.

Comencé a seguirlo sin siquiera hilar bien lo ocurrido con lo que pasaba por mi mente, pero no podía parar, esquivar a todo el que se interpusiera entre mi vista y su espalda. Sé que lo conozco, me dije. Seguí avanzando pero en una esquina lo perdí. ¡Maldita sea! musité. Me detuve a recobrar el aliento en ese mismo lugar ya que no quedaba mucho por hacer, sin embargo, mi instinto me decía que debía seguir cerca y así era: Salió momentos después de una tienda con actitudes de fugitivo y mirando hacia todos lados.

Me acerqué discretamente hacia donde estaba él; el tumulto de gente ayudaba a que yo me camuflara entre sombreros, gabardinas y sacos, yo formaba parte del montón. En ese momento, todo comenzaba a tener sentido y poco a poco las piezas comenzaban a acomodarse en el lugar correspondiente. Esa mirada la conocía, al menos de fotografías en un baúl, esa voz al menos la había escuchado decir algo más que "las nueve menos cuarto", aunque vagamente recordaba que esas palabras habían marcado mi vida para siempre muchos años atrás.

Logré alcanzarlo y me paré frente a él. A pesar de estar a escasos centímetros de él, no podía verlo con claridad. Rodó una lágrima por mi mejilla y antes de que la voz se me quebrara pude apenas mascullar: ¡Papá!

miércoles, 6 de enero de 2010

Celebración...

Jamás había pasado por un cumpleaños así en mi vida: Me despertó el teléfono el sábado, era mi madre deseándome un feliz día, a sabiendas que iría a desayunar con mis amigas más cercanas. Después de colgar, noté que aún era temprano, pero que sería bueno comenzar con la transformación requerida para ese día... Semanas antes había decidido que quería vestirme con un vestido vermellón, zapatos de charol rojos con negro, y accesorios negros que formaran parte de la diversión. Ese era mi día, y por lo tanto, quería que el mundo lo notara.

Tras un largo y agradable baño, me sequé y embadurné mi cuerpo con crema, me consentí como hacía mucho no lo hacía. Salí del baño vestida con el vestido que había comprado semanas antes, y comencé a maquillarme y agregar los últimos toques a mi atuendo. Tenía el compromiso de verme perfecta ese día. Mi día.

Subí al taxi que había llamado momentos antes con el vestido carísimo y los zapatos que mi bolsillo resentiría por un buen rato... No importaba, hoy tenía que ser perfecta, verme radiante. Llegué al restaurante que había escogido para celebrar mis segundos quince años con algo de retraso, pues estaba muy lejos de casa, y pregunté al gerente si ya había llegado alguna de las invitadas al evento... Su respuesta fue "no, señorita, pero si gusta tomar asiento". Sonreí cortesmente aunque por dentro estuviera un poco molesta por la impuntualidad de mis amigas y seguí al gerente hasta que llegamos a una mesa para diez personas arreglada como las demás, excepto por un arreglo de rosas rojas que resaltaban sobre la mantelería y la vajilla color hueso.

Se acercó un mesero a entregarme la carta y le pedí café americano para controlar el hambre feroz que tenía. En un momento, volvió con una cafetera que despedía a su paso un aroma delicioso, y también con una canastilla de pan recién hecho y no pude evitar tomar un pan para acompañar mi café durante la espera. Quedamos a las once, ¿qué les pasa? pensé. El tiempo pasaba, y mi impaciencia crecía y el pan de la canastilla desaparecía. Eran las doce y cuarto; en quince minutos dejarían de servir desayunos para dar comienzo a la comida. Yo estaba a punto de marcharme y pagar por mi café y los panecillos que me comí, me sentía fatal y con ganas de llorar, pero mi maquillaje había quedado tan bien que temí arruinarlo.

En el momento que había decidido marcharme, se me acercó un hombre joven, apuesto y con una sonrisa me preguntó qué hacía yo ahí sola en una mesa tan grande. Sonreí apenada y contesté la verdad: que mis amigas me habían dejado plantada en mi cumpleaños.

Me miró y me sonrió condescendiente y me invitó a sentarme con él. Finalmente, no tenía nada mejor por hacer que sentarme con un desconocido a conversar y a comer, así que acepté satisfecha. Era la primera vez que mi cumpleaños era de verdad, un asco, pero a la vez, era un cumpleaños en el que por fin me había permitido hacer algo arriesgado: platicar con un extraño.

Pedimos la carta, y el mesero me miró sorprendido al ver que me había cambiado de mesa "yo pagaré la cuenta anterior de la señorita" dijo Daniel, olvidé mencionar su nombre antes. Sonreí apenada y continuamos la conversación. Platicamos de mil cosas, entre ellas mis crisis de estrés por culpa de los alumnos que tenía, y él a su vez me contaba sobre lo fascinante que es su trabajo, y lo cansado que puede llegar a ser la vida de un fotorreportero.

Nos dieron las cuatro de la tarde y seguíamos platicando, teníamos tanto en común que no podía creerlo, al menos algo bueno podía sacar de lo terrible de mi mañana. Seguimos en la conversación hasta que me levanté para lavarme las manos. Al volver, vi al mesero hacer una seña hacia alguien más, y fue cuando comenzaron a cantarme Las Mañanitas. Lloré de emoción, pues era más amable el chico que acababa de conocer que mis amigas de toda la vida, que hasta entonces, no habían aparecido en mi día.

Después de comer el postre, un delicioso pastel de queso con fresas y café, se ofreció a llevarme a mi casa. Al principio me negué, una mujer decente no se permite esos lujos, aunque después rectifiqué, ya tengo treinta y ya me está permitido hacerlo. Accedí después de titubear un momento y me subí a su auto negro, deportivo y cómodo. La plática parecía no tener fin, y el vino que tomamos parecía surtir su efecto. Comenzaba a obscurecer y agradecí conocerlo porque me daba miedo volver a casa sola.

Sin motivo alguno, en algún semáforo en rojo me acerqué a sus labios y los besé apasionadamente. El cláxon del auto de atrás nos avisó que el semáforo había cambiado a verde momentos antes, pero que no habíamos notado. Durante el trayecto, los besos y caricias no las pudimos contener. Ya no faltaba mucho para llegar a mi casa y decidí que debía guardar un poco de compostura. Después recordé que vivía sola, que ya no tenía cuentas por entregarle a nadie y que sería bueno continuar en casa...

Se estacionó y bajó del auto para abrirme la puerta qué caballeroso, pensé. Me escoltó hasta la puerta y lo besé de nuevo, mientras mis manos acariciaban su torso. "¿Quieres pasar?" le dije sin titubear. Él asintió y yo buscaba las llaves en mi bolso. Saqué las llaves y jalé el vestido hacia abajo para que se viera el escote más pronunciado. Lo besé de nuevo, lo acariciaba y despeinaba su cabello. Descubrí en ese momento que tener sexo desenfrenado con un total desconocido me excitaba demasiado, el simple hecho de pensarlo, aceleraba mi pulso.

De espaldas a la puerta, comencé a morder el lóbulo de su oreja y y a frotar mi cuerpo contra el suyo sugestivamente. Al momento de tocar el pomo de la puerta me dijo "¿no crees que sería bueno parar?". Como respuesta obtuvo unas manos traviesas desabotonando su camisa, desabrochando su cinturón y una boca mordiéndolo salvajemente.

Giré el pomo de la puerta, prendí la luz y escuché "¡sorpresa!" detrás de mí. Al voltear, encontré a mis amigas, a mi madre, mi padre, mis hermanas y mis tías boquiabiertas. No esperaban que mi entrada fuese así. Al mirar la cara de Daniel, noté que todo había sido un plan donde incluso él estaba inmerso...

Sí, fue la sorpresa más grande de mi vida.