L' anima sparita

L' anima sparita

martes, 21 de junio de 2011

Edana y Maireen

"Locura y amor tienen un matrimonio, no como el de tu madre con tu padre, Adela, éste sí es para siempre, éste sí es sincero".

Como era común, una tarde llegó mi abuela a la escuela por mí y fuimos a casa. Recuerdo que ese día no había nada para comer en la casa y mi abuela se dispuso a cocinar su sopa con todo, una especie de brebaje que incluso ella decía que era raro y que había aprendido a hacerla con una bruja que vivía en el pueblo donde creció.

Ahora que lo pienso, nunca supe qué ingredientes agregaba a la olla, pero el sabor, color y textura del guiso eran exquisitos. Sólo sé que esa tarde me puso a pelar papas y al final, creo que ni siquiera una papa tenía la sopa, porque las papas las hizo fritas y con catsup. Sin embargo, mientras preparaba la comida, mi abuela me contaba otra de sus historias fantásticas, de esas que no he podido olvidar hasta hoy y por eso es que la cuento hoy... La historia iba algo así:

Tus cuentos y películas, Adelita, siempre hablan de príncipes en corceles blancos, que combaten dragones, libran batallas, cruzan valles de soledad y peligro para estar con su princesa; pero siempre se olvidan de las mujeres que también lucharon, no por un príncipe, sino por una princesa también. (Sí, mi abuela siempre fue muy abierta con muchos temas a pesar de mi corta edad).

Cuentan que en tierras celtas, nació en el seno de una familia poderosa dentro de los clanes que conformaban su aldea, una niña llamada Maireen. Le pusieron ese nombre debido a que nació muy cerca del mar y también por la importancia que el mar tenía para su pueblo. Su nombre significaba estrella de mar.

Desde muy pequeña, Maireen mostró ser muy hábil en las artes de la caza como sus hermanos Macklin y Galen. En realidad, era mejor que Galen, pero siempre le fue difícil superar a Macklin en esos menesteres; a pesar de eso, Maireen siempre mantuvo una actitud positiva, aunque no le gustaba tener que aprender las manualidades que le enseñaba su madre. Ella prefería salir a buscar aventuras con su padre y sus hermanos que quedarse con su madre y hermanas a completar las labores del hogar.

Una tarde, salió de su casa junto con sus hermanos para ir de cacería, pero su madre la detuvo poco antes de partir para que ayudara con algunos quehaceres del hogar. Después de mucha insistencia y poca flexibilidad por parte de su madre, quedóse en casa para ayudar en las labores pendientes en casa. Poco después de haber terminado con sus deberes, pidió salir a caminar al campo, ya no podría alcanzar a su padre y hermanos porque llevaban ya muchas horas fuera.

Caminó por la campiña un largo rato pensando muchas cosas de su vida. A pesar de ser muy joven, nueve o diez años tenía, siempre fue muy madura; además de que en esa época, morían muy jóvenes. Anduvo por largo rato entre árboles y hierbas silvestres hasta que sintió no poder seguir y se sentó sobre un árbol que yacía en el pasto. Al parecer, un rayo había caído sobre él, lo que había provocado que cayera al suelo. Quedóse mirando al horizonte, no había mucho que hacer hasta que pudiera recobrar el aliento y regresar a casa y fue entonces cuando sintió que alguien tocaba su hombro izquierdo. Volteó hacia atrás y no vio a nadie, lo que le heló la sangre hasta que escuchó una risita burlona detrás de ella, pero al lado derecho.
-Hola, soy Edana , vivo muy cerca de aquí. Jamás te había visto, ¿cómo te llamas?- dijo una voz dulce y melodiosa que se materializó en una niña de cabellos rubios y ojos grandes y tan verdes como las esmeraldas.
-Hola, yo soy Maireen. Vivo lejos de aquí, en realidad, espero no haberme perdido ya- a decir verdad, Maireen nunca había sido buena para socializar debido a su alejamiento de la gente común y corriente.
-Maireen, ¿quieres jugar conmigo?- dijo la vocecilla, tímidamente.
- ¿Jugar? Sólo sé cazar, no sé hacer otra cosa mejor- dijo Maireen un poco seca.
- Juguemos a que tú eres un cazador y yo soy una terrible bestia que se comerá al pueblo si no me atrapas.

Ambas niñas rieron y corrieron por la campiña un largo rato hasta que comenzó a obscurecer.
-Creo que mejor me voy- dijo Maireen apenada- pero me divertí mucho. Gracias.
Dicho esto, la niña emprendió su camino de regreso a casa.

Al llegar a su casa, se dio cuenta que ya no se sentía igual, que realmente esa niña, tan similar a ella y tan diferente a la vez, sería una persona muy importante para ella, por lo que decidió seguir frecuentándola durante mucho tiempo, incluso después de haber pasado muchos años.

La tarde en que Edana celebraba su cumpleaños número 13, llegó Maireen con algo entre las manos.
-Toma. Es para tí- dijo al tiempo que alargaba el brazo y volteaba la cara, como si le avergonzara entregar lo que llevaba.
-Gracias, - dijo Edana sin realmente tomarle mucha atención hasta que vio que estaba hecho muy cuidadosamente.- Gracias de verdad. Seguro tu mami lo revisó antes de que terminaras, te quedó muy lindo.
- En realidad, lo hice con mis propias ideas, Por eso no quedó tan bien.
-¿Estás loca? Es el mejor regalo que pudieran darme- dijo al tiempo que se ponía el hermoso collar que acababa de recibir.

Maireen se quedó un rato platicando con Edana sin darse cuenta de la hora y volvió a casa poco después de haber obscurecido. Era lógico que, con los peligros que los depredadores del bosque suponían para una niña, fuera reprendida fuertemente. Sin embargo, eso tenía sin cuidado a Maireen que había regresado muy feliz, como en la vida se había sentido. ¿Qué sería aquello que la ponía tan feliz? ¡Edana! Edana era quien la hacía sentir tan alegre y en paz; era Edana quien la animaba aún si sólo estaba en su pensamiento, así pasaran muchas lunas sin verla.

Cuentan que una tarde, Edana fue a buscar a Maireen, pero no la encontró porque había salido de caza con sus hermanos. Decidió esperarla por horas enteras y comenzaba a obscurecer, fue entonces cuando Maireen apareció entre los árboles, pero al ver a Edana sentada en el pasto, corrió a esconderse tras unos árboles, pues no quería que la viera en esas circunstancias. A pesar de esto, Edana se acercó a ella con sigilo, la saludó, tomó sus manos y las besó.

Maireen no supo cómo reaccionar en ese instante y lo único más sensato que se le ocurrió fue responder con un beso en la mejilla que se convirtió en un beso en los labios de rosa que tenía Edana.


-Perdóname. No pude contenerme- dijo Maireen apenada y con un hilo de voz.

-Ni yo te habría pedido que lo hicieras- dijo Edana, sonriente.


Así fue como comenzó una historia secreta de amor, así como todos los cuentos viejos, Adela. De esas historias como la de Romeo y Julieta que luego te contaré...

Todo iba viento en popa hasta que los padres de Maireen se enteraron de la extraña relación que tenían las dos niñas y, para salvar el honor familiar, mandaron a su hija a vivir lejos de donde vivían, a que viviera sola y volviera sólo si cambiaba de parecer.


Cuentan también que Maireen no volvió jamás a casa, pero fue porque después de tres ciclos lunares, tocaron a la puerta de su pequeño hogar. Abrió lentamente la puerta y no pudo creer lo que sus ojos miraban.

-¿Cómo me encontraste?- preguntó asombrada, pero con una sonrisa en sus labios.
-Mi corazón me dijo hacia dónde ir. Sólo le hice caso y te encontré- contestó Edana tímidamente.
-Me alegra tanto que le hicieras caso- dijo Maireen al tiempo que abría la puerta para dejar entrar a Edana. Cerró la puerta y la besó en los labios.

La verdad es que no sé qué haya pasado después, Adela. Pero quiero suponer que tuvieron un "felices para siempre" como el de los cuentos que te compra tu mamá. Ahora a servir la sopa que se va a enfriar, Adela. Ayúdame a poner la mesa.













miércoles, 15 de junio de 2011

La madeja

"No todas son historias de desamor, decía mi abuela; así como tampoco todas las historias deben ser de amor , Adela."

Cuando era pequeña, mi abuela me contaba historias y cuentos, leyendas y mitos y locuras que se le ocurrían. A veces, las enmarañaba a todas en una sola historia, lo que terminaba siendo un reverendo revoltijo, pero siempre muy divertido. Alguna vez La Llorona terminó siendo la que iniciara también la leyenda del callejón del beso con un bailarín de ballet ruso y que, por malas pasadas de la vida, terminó bailando en un club nocturno.
Mi abuela nunca fue una mujer muy cuerda, aunque no por eso, dejaba de ser sensata. Sin embargo, a la hora de dormir, me contaba cosas que me era imposible dejar de imaginar y mi madre odiaba eso, porque después yo no dejaba de pedir más y más historias.

Aún recuerdo un cuento que alguna vez me contó. Fue de los pocos que no volvió a contarme, porque creo que no dormí en dos días y lo que restó de la semana, dormí con mi madre... la historia iba algo así:


Crista era una niña que vivía en Acámbaro, un pueblito muy pequeño, cerca de donde nació tu abuelo, Adela. Corría el año de 1915, donde vivía era una zona muy pobre y más después de la Revolución. La mamá de Crista fue soldadera y murió poco después de unirse a Zapata en la lucha, por lo que dejó a la niña huérfana cuando apenas tenía 8 años. Se quedó al cuidado de su papá, don Cruz, aunque, a decir verdad, fue Don Cruz quien quedó bajo cuidados de Crista, pues se volvió alcohólico poco después de la mala noticia y no había día que Crista no fuera por él a la cantina o lo buscara en las calles... Pero literalmente, en las calles, Adelita, ¡se caía al piso de tan borracho que andaba!

En fin, Crista dejó de salir de casa para jugar con sus amigos y en vez de eso, se quedaba a "zurcir" los pantalones de su padre, iba al mercado a comprar la comida (que por cierto, no sabía hacer, por lo que más de una vez, se quedaron sin comer o terminaban con una infección estomacal terrible), pero desde entonces, la pobre Crista dejó de lado su cuidado personal. Iba por poca agua al pozo, pocas veces se bañaba, no sólo porque no pudiera cargar agua, sino porque no le gustaba. Dejó de cepillar sus largas trenzas negras, en vez de eso, empezó a tener una madeja de cabello que parecía, incluso, tener vida propia.

Las señoras del mercado la invitaban a comer a sus casas, a que se bañara y también para peinarla, pero ella nunca aceptó que le tocaran el cabello; tal vez porque era el último recuerdo que tenía de su madre en la mente: cuando le trenzaba los cabellos. Incluso el peluquero se ofreció a cortarle las trenzas que, más que trenzas, parecían las serpientes de Medusa.

Su cabello crecía y crecía, y cada vez, estaba más despeinada. De buenas a primeras, sus hermosos ojos castaños dejaron de verse tras los cabellos que cubrían su cara. Su sonrisa, escondida detrás de un velo de cabello enmarañado...

Dicen en el pueblo que un día, Crista salió al mercado como de costumbre, pero que sólo la reconocían por los cabellos enmarañados, no porque pudieran verle a los ojos. Dicen también que su cabello incluso le cubría la parte superior del vestido y también parte de la falda, los hombros, los brazos... Cuentan que su cabello ya parecía ser un ente viviente sobre su cabeza y cuerpo.

Un buen día, Crista desapareció; nadie sabía dónde estaba, nadie escuchó hablar de la niña hasta que una tarde, Martina, una de las chismosas del pueblo, contó que la vio pasar y que tropezó a mitad del camino y que como un lobo que se lanza sobre su presa, su cabello la atrapó y no pudo deshacerse de la madeja que parecía crecer con cada movimiento que intentaba hacer...

Ya sé que es una tonta historia, pero eso no impidió que yo desarrollara una obsesión por cepillarme el cabello a todas horas hasta que un buen día, decidí llevarlo corto; tan corto que no hubiera posibilidad de que terminara con una madeja como la de Crista.

domingo, 5 de junio de 2011

Corazones

Cada día, muero un poco más; cada día, me siento un poco menos...

Dejé las cartas sobre la mesa. No quería saber más de mí ni del mundo, ya no quería perderme en las banalidades de la multitud; el ruido en mi mente era aún más fuerte que el ruido del centro de la ciudad en hora pico. Ya no podía llorar, las lágrimas ya no salían, se me habían secado los lagrimales una noche antes, después de dos o tres vasos de whisky.

Me senté sobre la cama y me perdí. No sé si por minutos o por horas, pero perdí la noción del tiempo. Agradecí haber estado alejada de la realidad, no sólo por poder evadirla y evadirme, sino porque así se me perdió un momento en la nada, tiempo que necesitaba que pasara más rápido, para no sentir, para no llorar, para no destruírme de a poco con cada minuto que pasaba.

Desdoblé un pañuelo que traía en el bolsillo del saco, lo desdoblé con cuidado y encontré dentro pedacitos de mi corazón. Sabía de antemano que no estaba completo, sabía que había caído al suelo en un descuido mío y resentido por tí, sabía que encontrar los trocitos faltantes, sería un asunto doloroso e innecesario...

Envolví de nueva cuenta aquél corazón que ya no latía, lo acerqué a mi pecho, de donde una vez salió para acompañarte a tí; ese corazón que creí querrías para siempre, ese corazón que no pareció ser suficientemente bueno o fuerte o grande o sensato... Ese corazón que no parecía estar cuerdo, pero era lógico que no lo estuviera si yo estaba loca por tí... Aún lo estoy.

Cavé un agujero en el jardín, un pequeño montículo de tierra quedó junto al zurco. Acerqué el pañuelo a mis labios y rodó una lágrima sobre mi mejilla, mojando el lienzo. Enterré el corazón, porque ahí era a donde pertenecía, era a donde debía ir. Ese corazón que me dio esta tierra, que se lo quede la tierra; ese corazón que me enmendó la humanidad, que se lo trague la tierra; que lo escupa la tierra, que lo vomite la tierra en forma de árbol y me regale frutos, muchos frutos. Que me regale corazones nuevos, corazones fuertes, hermosos, sensatos... Que me regale corazones vivos... tal vez uno de esos, sea suficiente para tí y suficiente para mí. Tal vez uno de esos, sea el corazón que esperabas y pueda regalártelo.

Mi mar

Soplaba el viento, las olas rompían en la playa con furia, golpeaban la arena, despojaban de algunos granitos a la playa, como si quisieran despojarla de su belleza. Tal vez eso era, las olas envidiaban a la playa. Tan cambiante pero tan estable... El mar, tan lleno de fuerza, pero también, tan cambiante como el clima.

Con la misma fuerza me golpea tu partida, con la misma desnudez de alma me dejas como las olas a la playa... No entiendo nada, no sé ya nada de mí. No sé nada del mundo, no sé nada de lo que pueda pasar mañana, o tal vez, simplemente no quiera saber... ¿En qué momento todo se acabó? ¿En qué momento el oleaje dejó entrever su ambición de ser Tsunami y desaparecer todo lo que había a su paso? ¿En qué momento te llevaste todo de mí?