L' anima sparita

L' anima sparita

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Quédate en mí

Tengo un amor escondido, disfrazado, guardado y no quiere salir. Sé que lo tengo al sentir mi piel erizarse con el toque de tus dedos, sé que está en mí porque mi respiración se agita al escuchar tu voz, sé que existe porque veo todo de manera tan distinta, porque siento que revivo con cada beso que tomo de tu boca, manantial de risas, alegrías y electrificante sensación de mariposas revoloteando sobre mis labios y dentro de mí.

Háblame de tus días, de tus noches, háblame del color de tus sueños; cuéntame las penas que reflejan tu mirar, cuéntame tus alegrías, que serán las mías... Háblame con tus manos, con tus ojos, con tu lengua, con el corazón... Ten piedad y dime que me amas, dime que sientes que mi piel te abrasa con cada toque, dime que te pierdes en el brillo de mis ojos... Dime que me quieres, que sin mí te es difícil concebir la vida...

Abrázame.. bésame... No sólo por el momento, no sólo por lo que puedas sentir en el instante, hazlo para siempre. Quédate en mí.

Me enamoré

Me enamoré... Sentir sus labios, su piel, su cabeza recostada en mi regazo... Simplemente, me enamoré y era la primera vez que sentía que realmente estaba vivo... No puedo decir que tuviera mala suerte, las novias que había tenido hasta entonces habían cubierto las expectativas del momento, sin lugar a dudas, pero esta vez... En este preciso instante me sentía tan diferente, tan feliz, tan radiante, tan pleno... Sólo puedo decir que por fin, me había encontrado y que había encontrado a quien quería a mi lado por el resto de mi vida.

El color de su piel era pálido, sus ojos eran del color de las avellanas, profundos, taciturnos, serenos; a veces fríos, a veces era casi palpable la llama en ellos. Su mirar traía oleadas de tranquilidad al alma, necesidad al cuerpo, dependencia a la mente... Su sonrisa era sin duda, la sonrisa más bella que había visto en mi vida y sus manos... El simple roce de sus manos por mi piel era llegar al cielo, tocar las puertas que celosamente cuida San Pedro y volver al mundo de los vivos, sólo regresaba para ver su cara de nuevo, volví a nacer.

Todo fue una red de coincidencias tejidas sólo para los dos, en la misma plaza, a la misma hora y sentados a una mesa uno del otro. Yo buscaba con la mirada a los amigos con los que entraría al cine. Su mirada estaba fija en un libro que tenía frente de sí, pero mi mirada fija debió desconcentrarle, y sonreí avergonzado. Su sonrisa fue sincera e inolvidable para mí, pero mis amigos tenían que llegar y entramos al cine enseguida.

Salí un poco triste creyendo que jamás nos veríamos de nuevo, pero mi sorpresa fue grande cuando se acercó, me miró a los ojos con una interrogante e introdujo un papel en mi mano, y al instante, desapareció entre los ríos de gente que salían de la sala del cine. Mis amigos me miraron con duda, pero no dijeron palabra alguna. Mi sorpresa fue muy grande al encontrarme con un número de teléfono escrito al reverso de la última página de lo que parecía ser el libro que estaba leyendo. La frase impresa jamás la borraré de mi mente "la suerte no existe, mucho menos las coincidencias, pero siempre nos alegrará creer que todo es obra, gracia y magia del destino".

Dudé en llamarle, pues a pesar de esa frase tan conmovedora, mi personalidad nunca había sido lo suficientemente arrojada para hacer las cosas sin pensarlas primero. Su voz al responder el teléfono hizo que mi corazón se detuviera por un momento y que la sangre se me helara, hasta entonces, no había escuchado su voz y me pareció agradable hasta en la forma de decir "hola"... No podía creer la emoción y la necesidad que sentía de encontrarnos de nuevo, y fue por ello que dos semanas después, fue nuestra primera cita, ambos muy nerviosos, llegamos a la hora especificada, a la misma plaza donde nos conocimos.

Su cara estaba ruborizada y no dudo que la mía también lo estuviera. Un beso en la mejilla fue el sello del pacto que comenzábamos. No pude contener mis ganas de comprar y entregarle un ejemplar nuevo del mismo libro que leía cuando nos conocimos, "gracias" susurró a mi oído casi de forma inaudible. "Gracias a tí" le contesté, y nos tomamos de la mano y llegamos a la cafetería de la planta baja. Pedimos café y comenzamos a platicar. La conversación fluía como un río acrecentado por las lluvias de verano que busca desembocar en el mar. Mi mano sobre la suya hacía parecer que lleváramos años de relación con ese toque de emoción e inocente pasión del amor de juventud.

Así pasaron cuatro o cinco citas antes de que le dijera que era la persona más perfecta que había conocido en toda mi vida, la persona con la que quería estar por el resto de mi vida... con quien sentía que mi vida tenía sentido... En realidad era la primera vez que podía hablar de una vida, pues todo lo que había hecho hasta entonces, era experimentar el momento, pasar de largo por un montón de situaciones sin realmente haberlas sentido, sostenido en mis manos. Era la primera vez que sentía que había algo que circulaba por mis venas y el debut de mi corazón para latir con tantas fuerzas, con tanto ardor. Su respuesta a mi propuesta fue un beso tan largo y tan tierno que parecía no tener fin. Nos fundimos en él, su alma, mi mente, su cuerpo, mi corazón. Jamás había besado con cada fibra de mi ser, aprendí a vivir.

Los días pasaban, pero yo no sentía que el sentimiento cambiara; su mirada era aún más profunda, pero cada vez me era más fácil entender lo que sentía en el momento. Mi risa se unía a su risa, sus lágrimas eran mis lágrimas... Incluso su respirar y su calor me hacían sentir dichoso, jamás me había maravillado tanto la vida, la propia o la ajena.

Pronto, nuestra relación llegaba a los 4 meses de madurez y parecía que lleváramos una eternidad juntos. Su mirada cada vez ardía más, aunque no estaba muy seguro de que fuera sólo mi interpretación o si realmente era así. La película que veíamos en su sala seguía su curso, pero ya ninguno de los dos veía la tele. La primera vez que se entregaba a mí, la primera vez que me entregaba ente y espíritu a alguien. El contacto de su piel con la mía fue algo tan sublime que me es difícil ponerlo en palabras.

El roce de su mano bajando por mi pecho despertó en mí el deseo animal que se encontraba en estado latente hasta ese momento, pero me calmé por miedo a romper con el momento. Rocé suavemente su espalda con las llemas de mis dedos, se estremeció y entonces no pude parar. Sus manos y mis manos fueron cómplices del amor más puro que yo haya vivido. Su boca se volvió el manantial del que no quería dejar de beber jamás, su espalda, sus brazos, sus piernas... era perfecto él, era perfecto cada rincón de su cuerpo, cada centímetro de él. Su sensualidad era una mezcla de violencia y ternura tan perfecta que dudo mucho encontrarlo en alguien más.

Con la cabeza apoyada en mi pecho, me miraba fijamente a los ojos, la llama que en ellos habitaba desde hace tiempo para mí parecía estar más embravecida que antes, era como si un incendio en su interior estuviera fundiéndolo por dentro, mientras repetía "te amo" en un susurro apagado por los suspiros entrecortados por el acto de unión del que habíamos sido partícipes totalmente, incluso más.

Diez años desupués de ese día y la llama en sus ojos seguía siendo tan viva como siempre, pero su cuerpo no quería revivir esos momentos de fugaces arrebatos, de intensidad y vida; en cambio, su cuerpo yacía en la cama con un respirar profundo, pausado... con cada exhalación una parte de él moría, con cada exhalación, un trocito de alma se iba extinguiendo. Estamos al final de una batalla que ya hemos perdido desde un principio... dije que sus lágrimas eran mis lágrimas, y así fue cuando regresó de una consulta médica: apenas me enteraba que tenía SIDA. Jamás lo dejé, no lo hubiera hecho, incluso si me hubiera contagiado; en realidad, se lo pedí, le pedí que me ayudara a entenderlo contagiándome del virus que lo haría perecer tarde o temprano "la vida es un regalo, amor, tú que lo tienes, vive por los dos mucho, mucho tiempo" me repetía siempre.

Poco a poco, las medicinas eran más que lo que ingería de alimento real, me dolía verlo así, pero su sonrisa y su actitud siempre eran de alegría y por lo tanto, no podía llorar frente a él. Me partía el alma verlo apagarse, me dolía tanto verlo morir tan lleno de vida. Él, quien me había hecho vivir, estaba muriendo de a poco.

La mascarilla de oxígeno pronto se hizo amiga de los dos, las pláticas antes tan extensas se habían vuelto escasas palabras dichas, un millar escritas. Sin embargo, nunca dejó de decir "te amo" con la boca, lo decía al tiempo que dejaba de escribirlo en el cuaderno que tenía ahora para comunicarse conmigo. No podía separarme de él, no podía: era mi luz, mi fuerza, mi pilar... a pesar de que todos esos sueños que teníamos, se hicieron efímeros como el humo del cigarro, al que me había hecho adicto pocos meses atrás.

Cuando su alma llegaba a las reservas ya, sólo me miraba fijamente por largo tiempo, y fue entonces cuando ya no me alejé ni un momento de su lado, ni uno sólo. "Vete a comer" me escribía, pero yo no podía, no quería dejarlo solo. Su piel pálida se había vuelto tan pálida y frágil como una hoja de papel, sus labios, se fueron marchitando... pero la llama no dejó de arder jamás.

A un lado de su cama, recuerdo la mirada que me guió hasta la mascarilla "no te la puedo quitar" dije con ternura, pero su mirada suplicante no me permitió privarlo de ese deseo y accedí al final. "Gracias" susurró como el día que salimos por primera vez. Pocos minutos después, sufrió un paro respiratorio del que no salió jamás.

Y me devolvió la vida.. y me enamoré... con ese trozo de hoja impresa con un número celular escrito y que aún guardo, me enamoré... Aún lo amo.

martes, 29 de diciembre de 2009

razones de peso...

El dolor me despertó, ni el ketorolaco podía mitigarlo, pero bien decía mi madre que "la belleza duele"... y duele mucho, pero no me importó porque por fin lograría ver mi sueño hecho realidad.

Nací el 18 de abril con cincuenta centímetros de longitud y tres kilos, novecientos gramos de masa corporal, Aleida, mi madre, decía que desde entonces, yo era enorme, pero siendo así, tenía que estar más saludable. Para no hacer el cuento largo, lo simplificare diciendo "siempre gorda": nací gorda, niña gorda, señorita gorda, esposa gorda, madre... bueno, en realidad no pude tener hijos, mi obesidad era excesiva y por lo tanto, era peligroso embarazarme. Gorda, gorda, gorda... Siempre gorda, pero era parte de mi identidad, hasta que me cansó ser siempre identificada como la cajera del banco del escritorio 16, mejor conocida como "la gordita" si el cliente no ubicaba el número.

No podía evitar mi gordura así como tampoco podía evitar la necesidad casi enferma de comer galletas y chocolate en la mañana, pastelito y té al medio día, tacos de canasta del puesto afuera del banco para la comida, una botanita, un refresco, unos churros camino a casa y la cena era el comodín, bien podía ser pan y café o pasta con vino o... había mil opciones. Todas deliciosas.

Subía tan fácilmente de peso como el precio de la gasolina, pero no me importaba, mi marido me consentía, mis compañeros de la oficina me querían... pero yo no me sentía tan feliz. El doctor me regañaba cada vez que iba a consulta, por eso prefería cuidarme un catarro en casa antes de pisar su consultorio. Aleida tampoco estaba muy conforme y siempre me recibía en su casa con la frase "¡cuántos kilos sin verte!"; sin embargo, la cena en casa de mi madre siempre estaba llena de comida tan frita que podía decirse que todo nutriente existente en ella, había desaparecido con el calor del aceite. Javier pocas veces comía, pues decía que la comida de mi madre no se veía apetitosa, aunque tal vez eso lo decía porque mi madre y él nunca tuvieron la relación yerno- suegra modelo.

Recostada sobre la cama de hospital recordaba todo eso, mi gordura era parte del pasado, la liposucción era el milagro de la medicina que yo había esperado por años, mi sueño por fin se cumpliría y se haría realidad. El dolor me estaba matando, pero teniendo la meta de ser más delgada y menos "la gordita del escritorio 16" me mantenía motivada.

Dos días después de la intervención quirúrgica, pude levantarme de la cama y por primera vez en 20 años, pude ver mis pies estando parada. Sonreí, miré a Javier y me sonrió. Fue mi guía en mis pequeños primeros pasos de mi nueva vida.

Salí al mundo con una nueva actitud, esta vez, con una sonrisa que iluminaba más que el Sol, que revivía mi ser, que alumbraba mi alma. Compré ropa nueva, me teñí el cabello, me convertí en alguien distinto y con ganas de ser yo. Sin embargo, mi alegría no parecía ser la de Javier, quien me repetía una y otra vez "me gustabas más antes... Me sigues gustando, pero eres tan diferente" yo no entendía a qué se refería, y comencé a creer que su actitud se debía a la envidia de que, por primera vez, me sentía plena y feliz conmigo misma.

Comenzamos a discutir con frecuencia, sus gustos y los míos poco a poco fueron distanciándose, igual que nosotros. Pronto nos separamos y yo comencé una vida distinta, con o sin él lo lograría...

Murió mi madre dos años después de mi separación de Javier, mi única compañía. Comencé a deprimirme, pero descubrí que no era lo que en realidad quería, y por ello, despegué del suelo una vez más. Sonreí a la vida, pero el trabajo ya no era lo mismo, mi vida ya no era igual y poco a poco mi sonrisa se fue apagando, como una vela a la que se le pone un vaso encima hasta que se le agota el oxígeno.

Nuevamente, la depresión y la soledad fueron compañeras mías y lo único que parecía llenar el vacío era la comida: cantidades industriales de comida desfilaban frente a mí, y yo engullía con efímero entusiasmo y que terminaba siendo culpa después de un rato.

Pronto comencé a ganar los kilos que la operación me había quitado, incluso subí más de los que tenía antes, pero ya no me importaba nada. Mi afán por querer ser como los demás me hizo alejarme del mundo que conocía como mío, del que me sentía parte... Después, todo comenzó a regresar, sin contar a mi madre, pero la feliz vida de mujer obesa, regresó a mí... "gorda, pero feliz" me dije...

Caballo Alado

Hacía mucho que el caballo de la familia miraba con fascinación los canarios de las niñas Stein: Cécile, Henriette y Maurienne. Fijaba sus grandes pupilas negras en las aves multicolor encerradas en esa gran jaula marrón, volando de lado a lado, sin encontrar una salida.

Era notoria la exaltación del caballo al rededor de las diez de la mañana, cuando las niñas prolijamente vestidas, salían saltando de la antigua casa, con la jaula en manos de Cécile, la más grande de las niñas, seguida de Henriette, quien llevaba un pequeño recipiente con agua y de Maurienne quien, a paso corto e inseguro, llevaba en sus pequeñas manos un recipiente igual de pequeño que el de Henriette con algo de alpiste. Con mucho cuidado, Cécile ponía la jaula en el piso y buscaba un banco de madera que se encontraba en el pórtico y lo cargaba con dificultad hasta un gancho que colgaba del techo del mismo. Subía con dificultad el banco que Maurienne sostenía desde su parte más baja para que su hermana mayor pudiera subirlo, mientras Henriette le alcanzaba la pesada jaula donde los pajarillos volaban de lado a lado con gran conmoción.

Todos los días el caballo esperaba ansioso ese momento, y miraba a las aves desde la distancia que su cuerda atada a un álamo le permitía. A la hora de pastar, el criado de la familia desataba la cuerda para que buscara la parcela de pasto que le pareciera más apetitosa. Sin embargo, bajo el encanto de los habitantes de la jaula, se mantenía siempre cerca de la misma, y sólo la perdía de vista mientras tomaba otro bocado de césped que engullía con lentitud para poder observarlos durante más tiempo.

Las niñas Stein no montaban al caballo, pues su madre siempre creyó que era una bestia muy agresiva. Cada mañana, las niñas veían con una mezcla de recelo y ansia al caballo amarrado al álamo, sintiendo lástima y a la vez, miedo de ese cuadrúpedo negro, con esa mancha blanca en la frente que bajaba hasta su hocico, como si fuera un río, un camino de nieve; pero al final, lo único que recibía el caballo de las niñas era un saludo con la mano, a lo lejos.

Eso no afectaba al caballo, pues en sí,  no eran las niñas quienes le interesaban, sino lo que portaban con ellas en las mañanas, y lo que se llevaban al caer la noche, dejándolo con el ímpetu de entrar en la casa para seguir observando a esas pequeñas criaturas voladoras.

Sus vistosos colores no eran lo que llamaba la atención del caballo, sino su capacidad para levantarse del suelo y planear de lado a lado de la jaula. Sabía que él no podía volar, porque no tenía alas, y que no conocía ser lo suficientemente grande que pudiera prestarle sus alas para volar aunque fuese sólo una vez.

Una tarde calurosa de verano, las niñas Stein salieron de casa con su nana. Se sentaron en el punto medio entre la jaula y el álamo del caballo, del cual llamaron la atención al escuchar la voz de la nana contando un cuento sobre un caballo con alas al que llamaba Pegaso. Mientras la nana contaba el cuento, la mente del caballo volaba con los ojos fijos en la jaula de los canarios.

Su mente no dejaba las visiones de caballos alados, incluso cuando dormía, soñaba que él tenía un par de alas emplumadas con las cuales volaba a lugares increíblemente bellos, con las que alcanzaba la luna y veía sus terruños como aquellos lugares que no volvería a pisar jamás al tener alas con las cuales volar.

Un buen día, el criado, como todos los días, soltó la cuerda del álamo para que  el caballo pudiera pastar a sus anchas; sin embargo, olvidó volver para atarlo de nuevo al viejo árbol. Cayó la noche y la jaula de los canarios seguía pendiendo del gancho donde las niñas Stein la colgaban todos los días. El éxtasis del caballo en pos de los canarios había aumentado más con el paso de los días, y ese día no pudo evitar rondar por el gran jardín en el que se encontraba y el cual, al fondo colindaba con un denso bosque y se acercó a él, atraído por el sonido de las voces y las risas que emanaban de allí.

Mientras más se acercaba al entramado bosque, sus ojos empezaron a distinguir una luz, proveniente del mismo sitio donde se encontraban las risas. La luz cegaba sus obscuros ojos y al enfocar mejor, logró descifrar las figuras de seres casi mitológicos: hombres pequeños, mujeres aladas con vestidos herbales, hombres de blanco con enormes alas emplumadas... Eso fue lo que más llamo su atención: Las blancas y grandes alas de los hombres.

Sin poder contenerse, comenzó a galopar en dirección a la celebración y cuando se dio cuenta, ya era muy tarde para frenar y fue así como embistió la gran mesa donde el festín se encontraba, tirándolo y rompiéndolo todo. Las risas cesaron en ese instante y un tumulto de entes se avalanzó sobre el caballo herido por los trastos rotos que su entrada había provocado. La furia podía leerse en los ojos de los invitados a la fiesta. El caballo apenas si pudo ponerse en pie y haciendo uso de todas sus fuerzas, se mantuvo fuerte ante cada golpe que le propinaron hasta que su mente no pudo soportarlo más y volcó todo a su alrededor. Un arrebato de rabia lo apresó, corriendo desbocado hacia los invitados. Asustados, sólo pudieron cerrar los ojos antes de ser golpeados por la tremenda bestia enfurecida, la cual, al volver en sí, notó la masacre que había provocado. Los cuerpos yacientes en el suelo, empapados en sangre, las otras criaturas heridas. El enorme caballo tropezó con un cadáver que tenía unas hermosas alas blancas y emplumadas, que con torpeza logró quitar con el hocico y salió corriendo del lugar hecho añicos por su endemoniado ser.

Buscó la forma de ponerse las alas y corrió hacia el risco más cercano para poder volar de ahí y alejarse lo antes posible de ese lugar y lanzóse al precipicio, sin darse cuenta que la masacre había sucedido en una fiesta de disfraces y que las alas que llevaba puestas eran parte de un bizarro traje de ángel.

Al intentar batir las alas, notó que no lo lograba y que esas alas no servían para volar. Cayó al suelo, medio muerto. Maldijo todo en lo que había creído, incluyendo a los pegasos y murió infelizmente.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Una noche...

Llegué puntual a la cita, 6:10pm, en el mismo café de siempre, en la misma mesa, la misma naranjada con agua mineral y esperé... Esperé paciente su llegada. Los minutos parecían una eternidad, el nerviosismo y las ancias no me permitían tranquilizarme, y por ende, no dejaba de mirar el reloj. Mi mirada pronto se entretuvo en una pintura de Van Gogh frente a mí, sus tonalidades cálidas hicieron que me perdiera en algún trazo donde se mezclaban el amarillo y el rojo creando espigas de trigo. Regresé a la realidad con un suave toque sobre mi hombro que causó que brincara del booth donde estaba sentada. Sus labios tocaron mi mejilla, y me sonrojé, tanto por el beso como mi tonto brinco en el asiento. Sentóse frente a mí y esbozó la sonrisa que me había cautivado desde un principio y le devolví la sonrisa.

Llamé al mesero y pedí la cuenta, platicábamos de cosas tan triviales: el tráfico, el estado del tiempo, el color de las espigas de Van Gogh... Regresó el mesero y dejó la nota, la cual fue levantada con ágil movimiento, obvio no de parte mía, y pagó mi cuenta, pues él no había consumido nada. Nos levantamos de la mesa, me abrazó y apretó sus labios contra los míos con fugaz arrebato antes de salir del restaurante. De nuevo, me ruboricé, sonreí halagada y caminamos hacia la salida.

Su mano rozó mi mano al salir del restaurante y sus dedos se entrelazaron con los míos; la plática fue cada vez más amena, más profunda con cada paso que dábamos, y doblamos la esquina: a unos pasos, la entrada al hotel de siempre, poco faltaba para que el encargado nos saludara con familiaridad, se veía en su cara, pero por fortuna leyó en mis ojos la vergüenza, y continuó tan cortés y frío como era habitualmente. Subimos los escalones tomados de la mano aún, y antes de introducir la llave en la cerradura, me miró fijamente a los ojos, sonrió y me besó con una pasión que parecía arder. Abrió la puerta, me invitó a pasar y la cerró tras de sí. Sentóse sobre la cómoda, dando la espalda al espejo y nos besamos una y otra vez, mientras las manos traviesas buscaban un rincón aún no explorado, miradas furtivas, besos incandescentes... Sus manos fueron desabotonando mi blusa y deslizándola sobre mis hombros, hasta caer en la alfombra; mis manos, con sutileza levantaron su playera al tiempo que él levantaba los brazos para dar paso a su torso desnudo, su cálida piel me invitaba a besar cada centímetro de ella y así lo hice.

La luz que entraba por la ventana del baño era suficiente, y poco a poco fuimos acercándonos al destino final de esa noche, con alma y cuerpo desnudos. Su mirada se fijó en la mía, acarició mi cabello y sonrió... No era la primera noche juntos, pero sus manos trémulas al contacto con mis senos, me hacen notar que no soy la única nerviosa en ese momento y con mis manos dibujo formas dignas de un cuadro de Braque sobre su abdomen, sus pupilas brillaban con la escasa luz.

Sobre mí, su cuerpo desnudo y el vaivén de sus caderas presionando las mías, su respirar inquieto y entrecortado me excitaban cada vez más y no pude evitar gemir de placer poco antes de que se recostara a mi lado. Mis pupilas aún dilatadas, percibían en su mirada un fulgor diferente y besó mis labios larga y tiernamente. Sonreímos y reímos satisfechos, mis manos tocaron su húmeda piel por última vez antes de que se levantara y girara la llave de la regadera. En mi mente se había metido la idea de unírmele en la ducha, pero preferí mirarlo recostada en la cama hasta que alargó su mano hacia mí, invitándome a bañarme con él. Me levanté con aire titubeante, parte de mí sabía que eso no estaba bien, pero no pude negarme, y terminé sintiendo el agua en la espalda tanto como él y nos besamos una y otra vez mientras caía el agua tibia y resbalaba por sendos cuerpos.

No pude contener mis ganas de perderme en él y sentirlo dentro de mí, por lo que volvimos a la cama con la piel mojada, riendo como dos niños traviesos y sin previo aviso, me tomó tan impetuoso como jamás lo había hecho y llegamos al éxtasis en un suspiro al unísono. Me abrazó un largo rato pareciendo no querer dejarme ir, pero no pude evitar la necesidad de correr a la ducha, me sentí tan repugnante y llena de vergüenza que creí que el agua podría ayudar a quitarme esa sensación. Pronto sentí su mano acariciando mi espalda, y sus labios besando mis hombros perlados por el agua, sonreí y agaché la mirada al tiempo que me volvía hacia él. Enjabonó mi cuerpo con delicadeza y yo hice lo mismo con el suyo; sus ojos se perdieron una vez más en los míos y parecían mirar más allá de mis pupilas, más allá del iris, más allá de mí.

Besó mi frente y acto seguido, tomó una toalla y salió del baño; mientras yo seguía enjuagando mi piel del jabón y la vergüenza, escuché la puerta cerrarse. Tomé la toalla restante y miré hacia la puerta: Se había marchado, pero sobre la cama había dejado mi paga, dos cigarrillos y un encendedor.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Lágrimas

Quiero no sentirte en mis labios, tus manos recorriendo mis espalda, mis ojos dibujando el contorno de tu faz... Pero cuando intento olvidarte, más te recuerdo, mi eterna pesadilla: no tenerte mas que en pensamiento. Tus besos son hoy, pequeños y dulces fantasmas que me recuerdan un pasado que no se repetirá en presente, y mucho menos, en futuro.
Una lágrima me recuerda lo humana que soy y sigue bajando en una línea que no termina como siempre: en tu mano tibia, en el beso solidario. La sonrisa se me escapa, como pez entre las manos, al igual que tu presencia, tu esencia, tu tierno existir en mi vida.
Tu recuerdo me es entregado a cuentagotas para que no te me vayas jamás. No sé si eso sea una bendición o un sucio truco del destino y sin embargo, el fino rocío de ti moja mi piel, hidrata mis sueños, inunda mis ojos... Lágrimas que son convertidas en un torrente de recuerdos, besos incandescentes, miradas hirviendo y esas caricias que sacaban chispas al contacto con el cuerpo del otro. Con cada lágrima, un recuerdo; con cada recuerdo, un "te amo" implícito en mis castillos de aire donde viviremos por siempre: en mi recuerdo...

viernes, 18 de diciembre de 2009

Caudal

Hoy, mi corazón ha dado un vuelco, por fin permite al caudal salir y comienza el riachuelo a crecer... pronto, el riachuelo se vuelve un río y éste, en un caudal al mar... Mi mar es por vos... mi mar es de vos y sólo para vos... Este mar que se había contenido, al que le impedí la libertad es hoy, un mar embravecido, un mar incontenible... Cada gota del mar significa un recuerdo, un momento, un abrazo, un te quiero... La brisa del mar inunda mis ojos a cada momento, no lo puedo parar... No quiere parar.
Me haces tanta falta a pesar de seguir conmigo... me falta tu risa aunada a la mía, me falta tu compañía, tu cálido tacto, tu linda presencia... Me faltas, me faltas tanto... te extraño tanto... te amo tanto...

Y el mar se agita, me envuelve... me atrapa y me ahoga... ya no puedo salir... y no puedo dejar de llorar...

-per te, perché sei... una donna d' oro, perché mi mancherai... mi manchi adesso...