L' anima sparita

L' anima sparita

viernes, 25 de noviembre de 2011

Ya no te espero

Cuarenta y cinco minutos de retraso y ni siquiera tuvo la atención de mandarme un mensaje o llamarme para decirme si debía esperar más o no. Siempre tuvo ese tino para sacarme de quicio con su impuntualidad y su falta de compromiso. Justo era la razón por la que pretendía reunirme con él en un café en la calle más transitada de la Zona Rosa.

Me senté en una de las mesas que se encuentran afuera del local. Con la ley impuesta para los fumadores y por su pinche imputualidad era que tenía que dejar que las inclemencias del frente frío trece, me apagaran el cigarrillo y sintiera escalofríos más de una vez. Tenía frente a mí un café americano, el celular y mi Papillon. El café ya estaba frío, el teléfono estaba en silencio y yo de tan nerviosa y malhumorada, prefería no tocar el libro.

Una hora de espera y decidí que ya había sido suficiente. Le pedí al mesero si podía llevarme la cuenta pero inmediatamente después de que dio la media vuelta para cumplir con mi encargo, le pedí que lo olvidara y en cambio, le pedí un vienés.

Más tranquila y con cuatro piezas tubulares de nicotina consumidos, abrí mi Papillon y comencé a leer; las páginas pasaban entre mis dedos como agua, ya me sentía en la Guyana Francesa intentando escapar con Papi con un "yesquero" y un tubo de metal metido entre las nalgas. Estaba yo a punto de escaparme del sistema penitenciario francés cuando escuché una voz que se hacía cada vez más fuerte.

- Hola... ¿Hola?... ¡HEY!
- Perdona, me perdí un momento- contesté apenada.
- Sí me di cuenta... - soltó una risita- ¿Puedo sentarme aquí o esperas a alguien?
- Esperaba a alguien... Pero dudo que se presente- reí irónica- no sería la primera vez que lo hace. Siéntate, por favor.
- Gracias- sonrió mientras se quitaba el abrigo y lo ponía en el respaldo de la silla. -Perdona que interrumpiera tu lectura, es que el café está muy lleno y ya no hay mesas disponibles.
- No, no te preocupes, mi escape de la penitenciaría puede esperar...
- ¿Cómo?- preguntó extrañada.
Reí nerviosamente un momento y después dije:
- No, no me hagas caso, estoy loca. Es el libro que estoy leyendo.
- ¡Ah, ya veo!- Contestó aliviada. Supongo que escuchar esas palabras al comienzo de una conversación con un desconocido, deben causar extrañeza y hasta un poco de miedo. Después preguntó intrigada- pues ¿qué lees?
- Papillon. Un hombre condenado a trabajos forzados a perpetuidad por un delito que no cometió.
- ¡Cuántos casos de esos no tenemos aquí!- dijo ella con una amplia sonrisa.
- Tienes razón, pero este libro ni es mexicano ni es actual.
Sonrió y después de un momento, ella también sacó un libro de su bolsa. Pedro y el Capitán.
- Tu libro es excelente- le dije emocionada.
- ¡Ah, con que eres una devoradora de libros!- exclamó poco antes de que se le saliera una risita. Me reí con ella.
- No, para nada, pero sí me gusta leer- contesté apenada.

Lo que siguió de la conversación no lo recuerdo tan detalladamente, pero sé que hablamos de muchas cosas: más libros, por qué leíamos lo que llevábamos ese día, música, colores, café... Sólo recuerdo que después de un rato de platicar y después de que la tarde se volvió noche, se acercó un poco a mí y con la voz un poco más baja de lo que había estado hablando, me dijo:

- ¿Te puedo confesar algo?- dijo casi con voz inaudible.
- Sí, claro, pero ¿por qué tanto misterio?- sonreí nerviosa. Su mirada se fundía en mis pupilas y era tal su poder que parecía que me estaba leyendo las ideas.
- Pero no te espantes, ¿vale?- sonrió y se ruborizó.
- Pues con esas palabras como inicio de la confesión, es difícil no hacerlo- mi nerviosismo cada momento era más evidente.
- Bueno, pues... Ni tenía pensado tomar café. Ya me iba a mi casa porque mi día estuvo feo y pesado como Santa Claus de la Alameda- se rió nerviosa y continuó- pero al verte sentada ahí sola, tan entretenida con tu libro, me... me cautivaste y me dije que tenía que beber café así no fuera mi bebida favorita... y aquí me tienes... -Sus mejillas se sonrojaron aún más.
- ¿De verdad? No sé qué decir... Te lo agradezco y no sabes cuán agradable es escuchar eso y más si proviene de una mujer tan bella como tú, pero... Las mujeres no me gustan.
- Sí, supuse que a quien esperabas, era a tu novio, ¿o me equivoco?- su mirada perdió un poco del brillo que tenía cuando me vio asentir con la cabeza.
- Bueno, al menos lo intenté... -dijo puntualizando con un suspiro.

Sentí ganas de abrazarla, no sé. Fue como ver a una amiga de mucho tiempo atrás suspirar por una decepción amorosa. Jamás creí que yo fuera a causarle algo así a una chica.

Pedimos la cuenta. El silencio se apoderó de ese espacio, en ese preciso instante. Cada cual pagó su consumo, al final, sólo éramos un par de desconocidas que habíamos compartido una mesa. Guardó su libro y se puso el saco y yo recogí las cosas que tenía en la mesa y por mera morbosidad, miré la pantalla del celular esperando ver una llamada perdida o un mensaje. Nada, como siempre... Nos dirigimos hacia la puerta y se despidió de mí cordialmente y me besó la mejilla. No supe qué demonio se apoderó de mí en ese instante, pero al sentir que se alejaba, la besé en los labios. Al principio, no supo qué hacer, supongo que no esperaba que hiciera algo así, pero sus rojos labios estupefactos poco a poco se relajaron y se intercalaron con los míos. Me abrazó y acomodó su cara hacia mi oído y susurró:

- ¿No que no te gustaban las chicas?
- Es verdad. No me gustan las chicas, pero me gustaste tú.
Me abrazó con más fuerza, como si quisiera fundirse conmigo en ese abrazo. Besó mi mejilla y me tomó de la mano. Mi ruta original era caminar hacia Reforma, pero me encaminé con ella hacia el metro Insurgentes. Debajo de las escaleras del Metrobus, volvió a besarme y a la mitad del beso, sonó mi celular, pero no le di importancia y seguí besándola.

- Es tu novio, ¿verdad?- Me dijo con curiosidad y ternura de niña.
- No sé y tampoco me importa- sonreí en complicidad con su ternura.
- Vamos a mi casa, ¿sí? Te prepararé un café turco y tú me dirás si mi café no es mejor que el de la cafetería, ¿te parece?
Sonreí, la tomé del brazo y asentí... Como si esto último fuese necesario ya. Me había hipnotizado. Estaba hechizada por una total desconocida. Había besado a la desconocida. Me había encandilado una desconocida...

Llegamos a su casa y creí que sería como la primera vez que fui a casa del que me acababa de dejar plantada: En cuanto cerró la puerta, comenzó a besarme apasionadamente... Terminamos haciéndolo en el sillón de la sala y en la alfombra de la misma. Pero ella era diferente. Hizo el café que me había prometido y me extasió.

- Tenías razón... Tu café es mucho mejor que el de la cafetería.
- Te lo dije. Yo no miento, no me gusta mentir. Me da flojera mentir.

II
Platicamos un muy buen rato... A decir verdad, me dieron las dos de la mañana y no podía estar más interesada en lo que me estaba contando. Es abogada. Me contó lo difícil y estresante que puede ser el trabajo de un abogado y la poca fe que le tienen a los abogados... Las horas se fueron tan rápido y para poder seguir platicando, me quedé en su casa... Pero no como el mundo pensaría. No, no tuvimos sexo. En realidad, me dejó elegir si quería quedarme en la recámara de huéspedes o si prefería quedarme con ella y Cinnamon, su yorkie de 3 años. Mi veredicto: quedarme a dormir con ellas. Debo admitir que por un momento sí deseé que su cama fuera testigo de nuestros pecados esa noche, pero lo más excitante que pasó fueron los besos que nos dimos antes de dormir. Acarició mi cara antes de dormir y lo último que vi antes de perderme en un sueño muy pesado, fueron sus ojos hipnotizantes.

Desperté y para mi sorpresa, ella aún dormía. Cinnamon se acercó a mis manos y la acaricié por largo rato hasta que ella despertó. Me dio un beso de buenos días y se levantó. Escuché que hacía ruido en la cocina así que caminé a su encuentro y mi sorpresa fue que estaba preparando el desayuno para dos.

- ¿Por qué no me dijiste que venías a hacer esto?
- Porque estabas muy cómoda.
- Pero eso no importa, ¡me gusta cocinar!

La ayudé a terminar lo que estaba haciendo y desayunamos en la cocina, de pie junto a la tarja. El juego de miradas fue parte esencial de ese primer desayuno en su compañía. Mi postre de la mañana, fue un beso suyo. El más dulce de los besos. De haber sido diabética, seguro habría muerto de un coma. Admito que me sentí muy a gusto en su casa. Sentí lo que debe sentirse cuando te dicen "estás en tu casa". Era increíble la compenetración que podía tener con esa extraña. Mi extraña. Mi extraña Fernanda.

III
Recostada sobre mi regazo mientras yo acariciaba sus cabellos veíamos una película de esas que nunca me han encantado en realidad, de esas que son rosas y melosas hasta decir basta. Era curioso que pasaran más de diez minutos y yo no deseara cambiar el canal o apagar la televisión. Todo iba excelentemente bien hasta que sonó mi celular.

Ella se levantó de mi abdomen, con mirada triste y me dijo:
- Ya contéstale. Perdónalo. No sé ni por qué hice que vinieras... Lo lamento.
- ¿De qué hablas?- Le dije contrariada.
- Pues sí, creo que aún lo quieres y yo... Yo no soy lo que tú deseabas...- dijo solemne.
- No digas eso, Fer. Para empezar, ya no lo quiero más, ¿olvidaste que por eso me conociste? Y...- hice una pausa y continué- es verdad, no esperaba ni deseaba a alguien como tú... hasta que te conocí.

Sonrió y justo en el momento que iba a contestar, dejó de sonar el aparato. Ya lo iba a poner de nueva cuenta en la mesita de noche cuando comenzó a sonar de nuevo. Esta vez, decidí contestar y aceptar las consecuencias.

- ¿Bueno?
- ¿Se puede saber en dónde chingados andas, Elena? Van 7 veces que te marco, creí que algo te había pasado- dijo la voz, muy molesta.
- Pues... te sigo esperando en el café- dije irónica y solté una carcajada.
- No me parece gracioso, enserio creí que algo te había sucedido- dijo la voz exasperada.
- Bueno, ¿a tí qué más te da si de todas formas quedas en algo y nunca lo cumples? Estuve esperándote más de dos horas...
- ¿Y luego qué? Llamé a tu casa y no contesta nadie. ¡Dónde mierdas estás, maldita zorra!- gritó la voz.
- Te vas calmando, porque a mí nadie me habla así, ¿entiendes?- le dije seria y serena, aunque ganas no me faltaron de gritarle- si me quise ir con quien me diera la gana fue porque justo eso quería decirte: que me tienes harta, que ya no te amo, que ya no quiero nada contigo y que he encontrado quién me hiciera sentir más amor en una noche de lo que he sentido en los últimos meses contigo.

Suspiró exasperado o frustrado. No sé, pero escuché un suspiro y después un par de exhalaciones lentas y pesadas.

- En este instante quiero que te regreses a tu casa y me llames desde allí, ¿ok?- me dijo con voz modulada, pero igualmente enojado.
- Deja las cosas como están, Esteban. Ya no quiero estar contigo, ¿no lo entiendes?
- Al menos dime el nombre del cabrón al que le calentaste la cama, ¿no?
- Eso a tí no te importa...
- Amor, ya no te estreses y cuelga- dijo ella, condescendiente. Esteban alcanzó a escucharla hablar.
- ¿Te cogiste a una vieja? No mames, no creí que estuvieras tan urgida, Elenita- dijo irónico.
- Ni urgida ni coger ni nada. Pero no tengo por qué darte explicaciones de nada. Sólo te diré que me respetó más de lo que pudiste respetarme tú el primer día que salimos- le dije cortante.
- Ahora entiendo por qué ya no te gustaba hacerlo conmigo... - dijo con un dejo de alivio.
- No te engañes. Si ya no quería hacerlo contigo era simplemente porque ya no te amo. Pero bueno, dejemos la telenovela por la paz, Fer tiene razón, no tengo por qué estresarme.
- ¿Se llama Fernanda? Pues salúdamela y felicítamela. Al menos ella sí te va a coger virgen... digo, en cuestiones lésbicas... creo...- se rió.
- Deja de decir imbecilidades que ya estoy cansada y como esto está siendo muy estúpido y por tu falta de interés y compromiso con la cita de ayer, terminamos de una buena vez. Te deseo mucha suerte. Adiós.

Colgué y apagué el teléfono. Si llamaba de nuevo o no, era cosa que no me importaba. Por fin estaba libre de una persona con la que tenía una relación basada en la costumbre, más que en el amor. Sin pedirlo, Fer me abrazó y me besó la mejilla izquierda y besó también mi frente. Tomó mi mano y apoyó su cabeza en mi hombro. Apagó la televisión y llamó a Cinnamon, quien se acomodó sobre mi abdomen, para que fuera parte de la pequeña reunión.

Fue la primera tarde, la primera noche y la primera mañana en la que me sentía no feliz, sino plena. Era la primera vez que sentí que todo tenía una razón de ser y que ella era mi razón de estar en esa cafetería en ese momento y que Esteban no se apareciera. Hoy entiendo muchas cosas y estoy muy agradecida por lo que sucedió esa tarde.

Hoy ya no te espero, Esteban, ya no necesito de tu presencia en mi vida. Hoy ya no te espero, Fernanda... Porque ya te encontré.