L' anima sparita

L' anima sparita

lunes, 27 de febrero de 2012

La princesa y el borrego

Mucho se habla de los cuentos de princesas que besan sapos hasta encontrar, entre un millón, uno que fuese hechizado por una malvada bruja. Yo no contaré una historia en la que se incluya un príncipe y mucho menos un sapo, pero sí contaré uno que hace no mucho comenzó a escribirse y que, por extrema suerte para uno de sus personajes, aún no termina de escribirse (y dicho personaje desea que no termine jamás). No contaré una historia como las que pinta Disney, aún cuando es inevitable tenerle de referencia. Ésta es la historia de la princesa y el borrego y la historia empieza así:

Cuentan que alguna vez al buen pastor se le perdió una oveja, la única oveja negra que tenía entre sus animales. Se le perdió en medio de los pastizales por distraída ella y por descuidado él. La oveja comenzó a caminar sin rumbo y sin hambre, pues tenía todo un pastizal para ella sola y, a pesar de escuchar los cencerros de las vacas y becerros de los ranchos vecinos, ninguno sonaba como aquellos que tenía el ganado de su pastor. El día se apagaba y después de un rato, el borrego recordó las comodidades que tenía en la granja a pesar de tener que soportar en las patas las mordidas de Ben, el perro pastor, y de vivir hacinada, sin duda sabía que vivía mejor que los animales salvajes, por lo que decidió que era tiempo de volver a casa.

Comenzó a caminar y caminar por el pastizal, las luces de los ranchos comenzaban a encenderse mientras la luz del cielo daba paso a las titilantes lamparitas del cielo que no iluminaban un carajo, pero se veían bonitas. Pasaba el tiempo y el borrego seguía caminando y balando en busca de alguna respuesta que le sonara familar, de alguna compañera que reconociera su balido y respondiera para que volviera a casa, pero nadie respondía.

Después de buscar por largo rato y sin éxito y con las patas cansadas de tanto andar, se acurrucó bajo un árbol y pensó que allí sería donde pasaría la noche y, si tenía suerte, al siguiente día lograría dar con su pastor y con su rebaño, aunque Ben la castigara con las mordidas más feroces por haberse escapado.

Dormía plácidamente el borrego cuando sus orejas captaron un ruido en la lejanía.
Son risas, pensó y creyendo que eran los hijos del pastor, se levantó y comenzó a caminar hacia el sitio de donde provenían las risas. Se entristeció al ver que quien reía eran un par de niños que, al verla, comenzaron a correr tras ella para que se alejara y los dejara en paz. A pesar del cansancio, el borrego corrió para alejarse de allí, pues parecía que los niños realmente no deseaban su presencia y volvió al árbol y se dejó caer sobre el pasto.

¿Por qué me alejé? Se preguntaba, pero no lograba entender la razón por la que no se encontraba con su rebaño. Comenzó a sollozar, deseando estar con sus compañeras y no sentirse sola. Al poco rato, un sopor la embriagó y comenzó a perderse nuevamente en el sueño cuando escuchó que alguien lloraba. ¿Será acaso la esposa del pastor quien llora por mi ausencia? se preguntó emocionada. De nueva cuenta, se puso en pie aunque las patas le pedían clemencia. Sabía que quien lloraba se encontraba muy cerca y comenzó a guiarse por el llanto y se adentró en el pequeño bosque que había allí. Al encontrar a quien lloraba, no pudo evitar entristecerse, pues no se trataba de la esposa del pastor, sino de una niña.

La niña era hermosa, su piel era tan clara que parecía de porcelana; sus ojos obscuros como la noche y sus mejillas sonrosadas como algunas nubes solían ser al despuntar el alba. Pretendía alejarse sin hacer ruido, pero las ramas y hojarasca en el suelo delataron su presencia. La niña alzó la mirada y el borrego se detuvo con miedo. La niña secó sus lágrimas con la manga del sweater que llevaba y comenzó a llamar al borrego que, asustado y desconfiado, comenzó a dar pequeños pasos hacia atrás. La niña se levantó del suelo y dio un paso hacia donde se encontraba el borrego.

Los ojos de ambos se encontraron y la niña seguía llamándole. El borrego quería correr y alejarse de allí; sin embargo, había algo que no le permitía alejarse. Parecía hechizado por la impávida voz de la niña, aunque tal vez fueran esos ojos castaños lo que le mantenían allí. Ya no pudo moverse hacia adelante ni hacia atrás y la niña comenzó a acercarse cada vez más hasta que se encontraron nariz con nariz. La niña acercó su mano hacia la cabeza del borrego y comenzó a acariciarle.

El borrego jamás había sentido tanta paz en su vida, jamás había tenido contacto con otro ser vivo, salvo por los empellones de sus compañeras a la hora de guardarse en el corral o cuando Ben le magullaba las patas a mordidas. No recordaba si su pastor le había acariciado, aunque tal vez alguien lo haya hecho cuando era un cordero.

El miedo que el borrego sintió al principio se disipó por completo y acarició con el hocico la cabeza de la niña quien dio un salto hacia atrás creyendo que iba a herirla. El borrego agachó la cabeza como muestra de sumisión y dio un par de pasos hacia la niña, sin darse cuenta que sus patas estaban destrozadas de tanto andar. Cojeaba y fue entonces cuando la niña dejó de temblar del miedo y se acercó al borrego. Tomó una de sus patas y la revisó con ternura.

- Pero ¿qué te hiciste?- dijo la niña asombrada al ver las patas lastimadas del borrego. La mirada del animal respondía con dolorosa tristeza, aún sin que articulara palabra alguna. Sin dudarlo, la niña rasgó sus ropas e hizo con los jirones, una especie de almohadillas para que el borrego ya no pisara las ramas. El borrego no sabía cómo agradecer ese acto de bondad, lo único que se le ocurría era quedarse con ella hasta que decidiera regresar a casa.

- ¿Estás perdida?- le preguntó la niña- yo también. Estaba jugando con mi hermana en el bosque pero ya no supe regresar a casa. La niña comenzó a sollozar de nuevo y el borrego carente de experiencia en cuestiones emocionales, lo único que atinó a hacer fue a apoyar su cabeza sobre el regazo de la niña quien, al poco rato, comenzó a bostezar. La niña se acurrucó sobre el sweater que llevaba y lo único que atinó a hacer el borrego fue acomodarse alrededor de ella para que no pasara frío.

A la mañana siguiente, la niña y el borrego comenzaron a caminar para alejarse del bosque y llegaron al claro donde se encontraba un pequeño pueblo. El rostro de la niña se iluminó al ver a lo lejos una casa que sobresalía del paisaje: era la casa más bonita y grande de todas.
- ¡Esa es mi casa!- dijo la niña emocionada y comenzaron a caminar hacia donde se encontraba la construcción.

Cruzaron el pueblo y la gente veía con una mezcla de extrañeza y alivio a la niña, pero la extrañeza se hacía mayor cuando veían que iba escoltada por un borrego lanudo y mugroso. El borrego al notar los ojos posados sobre él, agachó la cabeza y evadía las miradas.

Llegaron a la puerta de la gran casa y la niña tocó. Inmediatamente, la puerta se abrió. La madre de la niña con lágrimas en los ojos, la abrazó y besó.

-Mi niña, ¿dónde te has metido? Estábamos muy preocupados por ti- dijo la madre.
-Corrí en el bosque y después, ya no supe hacia dónde ir- dijo la niña con la voz entrecortada.
- Me alegra que hayas vuelto, no sé qué haría sin ti- dijo su madre mientras la alzaba en brazos; ya estaba por cerrar la puerta cuando la niña gritó:
- ¡No, mamá! ¡No cierres!- frente a la puerta, el borrego había agachado la mirada. Pensaba que su misión había terminado y que tendría que regresar al bosque y vivir allí para siempre.
- El borrego estuvo conmigo toda la noche, no me dejó sola. ¿Podemos quedárnoslo?- dijo la niña. La madre, no muy convencida, aceptó y dejó entrar al borrego.

Fue entonces cuando el animal se percató de la nobleza de la niña, y no sólo hablo de su amabilidad al darle un asilo, sino que la niña era una princesa. La niña y el borrego se volvieron inseparables y el borrego, de ser un animal de granja, se convirtió en su fiel compañero.

El borrego amaba a la niña y la niña correspondía con un gran cariño al borrego y fue así como comenzaron una historia cuyo fin aún no se conoce, pues no ha llegado tal, pero el borrego ahora sabe por qué se alejó del rebaño.

Evidentemente, hay muchas cosas que van más allá de la realidad como el asunto del bosque o el pastor que cuidaba al borrego, pero sí es cierto que el borrego encontró a su princesa. Es verdad que el borrego encontró a una niña maravillosa hace casi dos meses y con quien comenzó una hermosa historia que, por cierto, no se compara con nada y esta historia es apenas el inicio de un largo y bello cuento que al borrego le encantaría continuar escribiendo con la persona más maravillosa que pudiera encontrar en la vida.

Deni, te adoro y eres lo mejor que pudiera pasarle a mi vida y no tienes idea de todo lo que despiertas en mí con el "simple" hecho de saberte aquí. Gracias, mi niña hermosa por darme las fuerzas y las ganas de seguir en pie, con ganas de mejorar cada día y con deseos de vivir contigo y dedicarte cada una de las cosas que componían mi mundo y digo componían porque ahora mi mundo, mi universo entero, está hecho de ti y de los sueños que tengo contigo y del futuro que quiero a tu lado. ¡Te adoro, mi niña!

lunes, 13 de febrero de 2012

¿Qué se le puede pedir a la vida cuando todo lo tienes ya? Es curioso cómo creí no estar diciendo tu nombre entre dientes, pero sí te buscaba con la mirada en las multitudes, entre los ríos de personas. ¿Dónde habías estado? ¿Qué tienda o producto llamó tu atención que no te vi entre el tumulto de gente frente a mí?

Creí no pensarte, quise creer que ni siquiera te conocía y, sin embargo, ya sabía que existías, te soñaba con frencuencia, intentaba una conversación telepática contigo, pero mi marcación no era la adecuada. ¿En quién pensabas que mi llamado nunca logró total conexión contigo? Deseaba saber con cuál compañía telepática habías contratado plan para contratar uno igual y lograr dar contigo... Pero no era asunto fácil... Aún eras un sueño, una idea. Nada más.

Creí no desear que tus labios se posaran en los míos, pero más de una noche, en más de un sueño sentí tu boca rozar la mía; más de una vez sentí tu labio inferior entre los míos conversando tan cerca unos de otros que parecía que no necesitaban palabras. ¿Por qué me despertaba en las madrugadas con un escalofrío recorriendo mi espalda y sola? ¿Por qué hacías un sueño tan vívido y después te desvanecías para dar paso a una solitaria realidad?

Creí no conocer tu voz, creí no haberla escuchado entre murmullos diciendo mi nombre, creí que era sólo una ilusión más, una invención de mis pensamientos. Pensé que el murmullo del viento sólo se había vuelto más hermoso y que, por fin, se había aprendido mi nombre o, al menos, sabía qué notas hacer sonar al deslizarse entre metales para que yo volteara. ¿Por qué al dar la vuelta y buscarte seguías invisible a mis ojos? ¿Por qué no levantaste la mano para decirme que eras tú?

Creí no querer conocer a nadie y dudé que alguna vez encontraría a alguien que pudiera hacerme sentir que la espera había valido la pena, que mis miedos y frustraciones desaparecerían. Creí que esa persona no existía para mí, que sólo era una más de esas ilusiones que el ser humano se inventa para sentirse menos miserable. Llegué a pensar que el amor no estaba inventado para personas como yo que tenemos sueños tan vívidos, que esperamos que alguien levante la voz diciendo nuestro nombre entre la gente... Hasta que te encontré, Deni. Y ahora que llegaste a mi vida no sólo como una ilusión, no como un sueño ni como espejismo sino como una realidad es que no quiero dejarte ir. Porque después de andar tantos caminos y caminar sin rumbo entre los mares de gente sé que eres la persona a la que quiero en mi vida, a quien quiero cuidar y enamorar con el paso del tiempo.

Quiero que seas tú a quien dedique mis días, mi vida. Quiero que sea contigo con quien sueñe y quien sueñe conmigo para hacer realidades. Quiero que sea a tu lado mi juventud, madurez y vejez. Quiero entregarte todo lo que soy, lo que pienso y siento. Quiero que seas mi refugio, mi mundo, mi luz, mi estrella, mi buena suerte, mi mejor camino hacia la felicidad: hacia la plenitud.

Creí conocerlo todo, creí que soñaría por siempre...

Hasta que apareciste tú.


domingo, 12 de febrero de 2012

El árbol

En un rincón, a media luz, me encontraba intentando escribir una rima, una novela, una canción. Lo más hermoso jamás encontrado, jamás leído o interpretado, pero nada se me ocurría. El cesto de basura ya no podía tragar más papeles arrugados, mi bolígrafo estaba en sus reservas de tinta y mi cerebro estaba seco como jardín de casa porfiriana abandonada a media primavera.
Mis flores en un jarrón al borde del desahucio, mi mano cansada de escribir palabras sin sentido, sin rima, sin métrica, sin intenciones, sin ideas nuevas. Nada realmente estaba resultando y la vela estaba a punto de apagarse, pues ya sólo era una plasta de cera sobre la mesita de madera.

Recuerdo que esa noche no pude dormir. Debía encontrar una fuente de inspiración y terminar de escribir algo, lo que fuera. No por trabajo, no por pedido externo, sino porque mi alma me suplicaba, me obligaba a escribir algo que expresara lo que sentía... Tal vez ese era el problema. Ya no sentía nada...

A media luz y con la última bocanada del penúltimo cigarrillo de la segunda cajetilla, me puse a llorar. La frustación me ahogaba como alguna vez me ahogué en un mar tribulado de tristezas y recuerdos que me sumergían en un torbellino que parecía querer tragarme. Estas manos no sirven para escribir, me dije.

Con la escasa luz, tomé la taza de café que parecía haber estado en el refrigerador, cuando en realidad, tenía tres horas sobre la mesa, esperando a ser sorbido aún tibio, pero que no fue tomado en cuenta porque la mente de una escritora frustrada se encontraba en otro sitio, lejos de la alcoba, de la cajetilla de cigarros y de la taza de café. ¿En dónde? Sólo Dios y ella saben y aunque ambos lo supieran, ninguno lo recordaría, puesto que fueron tantos sitios los visitados que, intentar hacer una lista, habría sido cosa difícil, por no decir imposible.

Después de la tercera crisis y muchas hojas en el piso, decidí inventarme un mundo, un par de personajes. Todo era perfecto, todo era tan colorido, tan bello, tan nítido que parecía estar viviendo en ese instante, la historia que comenzaba a escribir.

Después de tres horas de incesante escritura, con la mano acalambrada, me levanté de su silla. Me acomodó los cabellos en una especie de chongo y me acerqué a la ventana donde se asomaban los primeros rayos de sol. No sé si era el relato que escribía o la luz del sol la que me daba ánimos para seguir escribiendo, a pesar de que mi mano se negaba rotundamente a seguir con tan demandante labor.

Salí de casa, el frío curtía mi cara, me abracé envolviéndome con el cardigan gris con el que se me ocurrió alejarme de casa. Caminé por el único sendero que llevaba a la pequeña reserva de pinos que colindaba con mi casa. Tan absorta en mis pensamientos, comencé a caminar hacia la nada, o hacia el todo, tan lejos de mi propia existencia, tan lejos de mi propio pensamiento.

Me senté en la raíz de un viejo árbol, mi mente no estaba en blanco pero eran tan rápidas las escenas de la película en mi mente que pensaba todo y pensaba en nada al mismo tiempo. Ya no sentí frío a pesar de estar rodeada de una neblina helada entre los pinos. No sentía nada... Y así, con ese mismo sentimiento de nada, regresé a casa y así viví por años.