Cuentan que alguna vez al buen pastor se le perdió una oveja, la única oveja negra que tenía entre sus animales. Se le perdió en medio de los pastizales por distraída ella y por descuidado él. La oveja comenzó a caminar sin rumbo y sin hambre, pues tenía todo un pastizal para ella sola y, a pesar de escuchar los cencerros de las vacas y becerros de los ranchos vecinos, ninguno sonaba como aquellos que tenía el ganado de su pastor. El día se apagaba y después de un rato, el borrego recordó las comodidades que tenía en la granja a pesar de tener que soportar en las patas las mordidas de Ben, el perro pastor, y de vivir hacinada, sin duda sabía que vivía mejor que los animales salvajes, por lo que decidió que era tiempo de volver a casa.
Comenzó a caminar y caminar por el pastizal, las luces de los ranchos comenzaban a encenderse mientras la luz del cielo daba paso a las titilantes lamparitas del cielo que no iluminaban un carajo, pero se veían bonitas. Pasaba el tiempo y el borrego seguía caminando y balando en busca de alguna respuesta que le sonara familar, de alguna compañera que reconociera su balido y respondiera para que volviera a casa, pero nadie respondía.
Después de buscar por largo rato y sin éxito y con las patas cansadas de tanto andar, se acurrucó bajo un árbol y pensó que allí sería donde pasaría la noche y, si tenía suerte, al siguiente día lograría dar con su pastor y con su rebaño, aunque Ben la castigara con las mordidas más feroces por haberse escapado.
Dormía plácidamente el borrego cuando sus orejas captaron un ruido en la lejanía. Son risas, pensó y creyendo que eran los hijos del pastor, se levantó y comenzó a caminar hacia el sitio de donde provenían las risas. Se entristeció al ver que quien reía eran un par de niños que, al verla, comenzaron a correr tras ella para que se alejara y los dejara en paz. A pesar del cansancio, el borrego corrió para alejarse de allí, pues parecía que los niños realmente no deseaban su presencia y volvió al árbol y se dejó caer sobre el pasto.
¿Por qué me alejé? Se preguntaba, pero no lograba entender la razón por la que no se encontraba con su rebaño. Comenzó a sollozar, deseando estar con sus compañeras y no sentirse sola. Al poco rato, un sopor la embriagó y comenzó a perderse nuevamente en el sueño cuando escuchó que alguien lloraba. ¿Será acaso la esposa del pastor quien llora por mi ausencia? se preguntó emocionada. De nueva cuenta, se puso en pie aunque las patas le pedían clemencia. Sabía que quien lloraba se encontraba muy cerca y comenzó a guiarse por el llanto y se adentró en el pequeño bosque que había allí. Al encontrar a quien lloraba, no pudo evitar entristecerse, pues no se trataba de la esposa del pastor, sino de una niña.
La niña era hermosa, su piel era tan clara que parecía de porcelana; sus ojos obscuros como la noche y sus mejillas sonrosadas como algunas nubes solían ser al despuntar el alba. Pretendía alejarse sin hacer ruido, pero las ramas y hojarasca en el suelo delataron su presencia. La niña alzó la mirada y el borrego se detuvo con miedo. La niña secó sus lágrimas con la manga del sweater que llevaba y comenzó a llamar al borrego que, asustado y desconfiado, comenzó a dar pequeños pasos hacia atrás. La niña se levantó del suelo y dio un paso hacia donde se encontraba el borrego.
Los ojos de ambos se encontraron y la niña seguía llamándole. El borrego quería correr y alejarse de allí; sin embargo, había algo que no le permitía alejarse. Parecía hechizado por la impávida voz de la niña, aunque tal vez fueran esos ojos castaños lo que le mantenían allí. Ya no pudo moverse hacia adelante ni hacia atrás y la niña comenzó a acercarse cada vez más hasta que se encontraron nariz con nariz. La niña acercó su mano hacia la cabeza del borrego y comenzó a acariciarle.
El borrego jamás había sentido tanta paz en su vida, jamás había tenido contacto con otro ser vivo, salvo por los empellones de sus compañeras a la hora de guardarse en el corral o cuando Ben le magullaba las patas a mordidas. No recordaba si su pastor le había acariciado, aunque tal vez alguien lo haya hecho cuando era un cordero.
El miedo que el borrego sintió al principio se disipó por completo y acarició con el hocico la cabeza de la niña quien dio un salto hacia atrás creyendo que iba a herirla. El borrego agachó la cabeza como muestra de sumisión y dio un par de pasos hacia la niña, sin darse cuenta que sus patas estaban destrozadas de tanto andar. Cojeaba y fue entonces cuando la niña dejó de temblar del miedo y se acercó al borrego. Tomó una de sus patas y la revisó con ternura.
- Pero ¿qué te hiciste?- dijo la niña asombrada al ver las patas lastimadas del borrego. La mirada del animal respondía con dolorosa tristeza, aún sin que articulara palabra alguna. Sin dudarlo, la niña rasgó sus ropas e hizo con los jirones, una especie de almohadillas para que el borrego ya no pisara las ramas. El borrego no sabía cómo agradecer ese acto de bondad, lo único que se le ocurría era quedarse con ella hasta que decidiera regresar a casa.
- ¿Estás perdida?- le preguntó la niña- yo también. Estaba jugando con mi hermana en el bosque pero ya no supe regresar a casa. La niña comenzó a sollozar de nuevo y el borrego carente de experiencia en cuestiones emocionales, lo único que atinó a hacer fue a apoyar su cabeza sobre el regazo de la niña quien, al poco rato, comenzó a bostezar. La niña se acurrucó sobre el sweater que llevaba y lo único que atinó a hacer el borrego fue acomodarse alrededor de ella para que no pasara frío.
A la mañana siguiente, la niña y el borrego comenzaron a caminar para alejarse del bosque y llegaron al claro donde se encontraba un pequeño pueblo. El rostro de la niña se iluminó al ver a lo lejos una casa que sobresalía del paisaje: era la casa más bonita y grande de todas.
- ¡Esa es mi casa!- dijo la niña emocionada y comenzaron a caminar hacia donde se encontraba la construcción.
Cruzaron el pueblo y la gente veía con una mezcla de extrañeza y alivio a la niña, pero la extrañeza se hacía mayor cuando veían que iba escoltada por un borrego lanudo y mugroso. El borrego al notar los ojos posados sobre él, agachó la cabeza y evadía las miradas.
Llegaron a la puerta de la gran casa y la niña tocó. Inmediatamente, la puerta se abrió. La madre de la niña con lágrimas en los ojos, la abrazó y besó.
-Mi niña, ¿dónde te has metido? Estábamos muy preocupados por ti- dijo la madre.
-Corrí en el bosque y después, ya no supe hacia dónde ir- dijo la niña con la voz entrecortada.
- Me alegra que hayas vuelto, no sé qué haría sin ti- dijo su madre mientras la alzaba en brazos; ya estaba por cerrar la puerta cuando la niña gritó:
- ¡No, mamá! ¡No cierres!- frente a la puerta, el borrego había agachado la mirada. Pensaba que su misión había terminado y que tendría que regresar al bosque y vivir allí para siempre.
- El borrego estuvo conmigo toda la noche, no me dejó sola. ¿Podemos quedárnoslo?- dijo la niña. La madre, no muy convencida, aceptó y dejó entrar al borrego.
Fue entonces cuando el animal se percató de la nobleza de la niña, y no sólo hablo de su amabilidad al darle un asilo, sino que la niña era una princesa. La niña y el borrego se volvieron inseparables y el borrego, de ser un animal de granja, se convirtió en su fiel compañero.
El borrego amaba a la niña y la niña correspondía con un gran cariño al borrego y fue así como comenzaron una historia cuyo fin aún no se conoce, pues no ha llegado tal, pero el borrego ahora sabe por qué se alejó del rebaño.
Evidentemente, hay muchas cosas que van más allá de la realidad como el asunto del bosque o el pastor que cuidaba al borrego, pero sí es cierto que el borrego encontró a su princesa. Es verdad que el borrego encontró a una niña maravillosa hace casi dos meses y con quien comenzó una hermosa historia que, por cierto, no se compara con nada y esta historia es apenas el inicio de un largo y bello cuento que al borrego le encantaría continuar escribiendo con la persona más maravillosa que pudiera encontrar en la vida.
Deni, te adoro y eres lo mejor que pudiera pasarle a mi vida y no tienes idea de todo lo que despiertas en mí con el "simple" hecho de saberte aquí. Gracias, mi niña hermosa por darme las fuerzas y las ganas de seguir en pie, con ganas de mejorar cada día y con deseos de vivir contigo y dedicarte cada una de las cosas que componían mi mundo y digo componían porque ahora mi mundo, mi universo entero, está hecho de ti y de los sueños que tengo contigo y del futuro que quiero a tu lado. ¡Te adoro, mi niña!