L' anima sparita

L' anima sparita

lunes, 29 de marzo de 2010

Acqua...

Comenzó a llover, veía las gotas de lluvia resbalar por el cristal de mi ventana. Encontré en cada una de esas gotas pedacitos de recuerdos como un rompecabezas sin armar. Tu nombre fue una canción que no parecía terminar en mi mente. Al llegar a las últimas notas, volvían las primeras, infinita melodía de tu nombre. ¿Qué fue de tí? ¿Qué fue de mí? ¿Qué perdimos en el camino que ya no se pueda recuperar?

A la luz titilante de un pabilo a punto de quemarse por completo recordé lo triste que fue tu partida.

El rocío que quedó en los sublimes pétalos de las flores era tan abundante como las lágrimas que lloré al dejarte ir.

Sobre un charco, con una ramita, escribí tu nombre. Se desvaneció cada letra... como se desvaneció tu esencia en mí.

jueves, 25 de marzo de 2010

wicked ride...

La calle estaba obscura, sola... El viento golpeaba mi cara y la fría humedad del mismo hacía que, con cada exhalación, una nube de vaho emanara de mi boca.
Buscaba con la mirada a alguien que pudiera acompañarme a casa, pero mi única compañía eran los árboles de la acera y los vagos que etaban dormidos en las bancas del parque. Pasaba de la una de la mañana, nisiquiera recordaba qué hacía en ese lado de la ciudad.
Crucé la acera, el semáforo me cedía el paso, y al momento de dar el primer paso hacia la avenida, vi un par de faros lejanos, cubiertos por la neblina que el frío y la lluvia, habían dejado.
Le hice señas esperando se detuviera y así lo hizo.
- ¿No es muy tarde para que ande usted tan sola en un barrio tan solo?- preguntó una voz ronca y grave.
- Sí, lo sé- asentí- pero no tuve otra opción... Necesitaba el trabajo.
- ¿ Al menos consiguió el puesto?- preguntó la voz debajo de una gabardina obscura y un sombrero de copa.
- Quiero creer que sí- respondí.

Fueron las únicas palabras que logramos cruzar el conductor del auto grisáceo y yo. Después de casi una hora de trayecto, se detuvo. Estábamos a la mitad de la nada. La obscuridad parecía devorar a todo aquél que la mirara, a quien osara mirarla.

Descendió del auto y sacó del bolsillo derecho de la gabardina una cajetilla de cigarros y un encendedor. Me ofreció tabaco, pero yo me negué a aceptar. Encendió el cigarrillo recargado sobre el cofre del auto, del lado del conductor.

Logré percibir que sollozaba, no quise importunar, pero al escuchar que sus lamentos iban en aumento, decidí intervenir.
- ¿ Disculpe... puedo ayudarle en algo?- dije con miedo a incomodarlo.
- No, no lo creo- contestó la voz, pero esta vez, lúgubre, fría.
- Si hubiera algo que...
-¡ Ya dije que no, vuelva al auto!- gritó.

Subí al auto. En ese momento sentí un miedo que jamás había sentido, no sabía por qué, pero había algo en ese hombre que no me gustaba.

Después de un rato, el hombre subió al auto, sin decir nada, arrancó y de nuevo nos encontramos en camino hacia la nada. Quise suponer que al pueblo vecino, pero en realidad no me había decidido a preguntar nuestra dirección, menos aún si su amabilidad era tal como para haberme recogido de la calle para llevarme a otro sitio, no importando a donde.

- Mi hija murió hace dos días- masculló para mi sorpresa. - Tenía quince años. Dos días más y habría cumplido 16.
- Lo lamento mucho, señor- dije, consternada, con un nudo en la garganta.
- Mi esposa murió hace dos días también. Era hermosa. La mujer más bella del pueblo, sin duda- dijo con aire complacido, pero desanimado.
- Increíbles son las pruebas que nos pone la vida- agregué sorprendida.
- Hace dos tardes, vi a mi hijo con vida por última vez. Era un niño tan inteligente. Era mi orgullo, pero...- no logró concluir la frase. La voz comenzó a entrecortársele y no pudo seguir.
- De verdad lo lamento, señor, no quería importunarlo con mi presencia...
- No, no... no se apure- dijo, mientras se enjugaba las lágrimas.

La situación dentro del auto comenzaba a volverse aún más incómoda para mi. Lo único que deseaba era encontrar un hotel a la mitad del camino y con el escaso dinero que tenía, pagar una habitación. Mi único fin era alejarme de ahí cuanto antes.

No me di cuenta en qué momento nos adentramos en el bosque, pero al parecer, llevábamos mucho tiempo en medio de él. Mientras más avanzábamos, más crecía mi miedo. Me costaba trabajo respirar. Tenía un ataque de pánico, pero no sabía bien por qué.

- Adela, mi hija. Ayer por la tarde llegó a la casa después de clases, al menos eso creí, mientras yo me preparaba para irme a cubrir el turno nocturno. Entramos ambos en la cocina. Al despedirme de ella, percibí en su piel un aroma distinto. Olía a hierba mojada, a tierra, olía a sudor... Su aroma me desquició, no podía creer que mi hija, a los quince años fuera una mujer impura. Sí, sus ojos me lo dijeron todo al momento de mirarla fijamente. Vi miedo en ellos. Sus ojos verdes tenían un brillo especial. Me miró sin parpadear; me miró con miedo... Me abalancé sobre ella, no podía soportar la idea de que mi familia, de que mi hija fuera conocida como la prostituta del pueblo. Dejé que mi mano se encargara de enseñarle la lección. Su mejilla se enrojeció y ella ahogó un chillido. Su orgullo hizo que me enojara aún más, la golpeé de nuevo y fue entonces cuando ya no pude parar.

Su madre entró en la cocina, con las manos llenas de tierra. También tenía en la piel el olor a hierba y sudor que tenía Adela. Chilló al ver a su hija con la cara destrozada por los golpes que le propiné. Jaló mi brazo con fuerza hacia atrás para que dejara de golpear a su hija... ¡Defendía a su hija! ¡Su hija la impura! La odié tanto en ese instante que olvidé a Adela por un momento, sólo hasta que su madre yaciera en el suelo, inconciente.

Lo último que mis ojos percibieron de esa escena fueron dos cuerpos en el piso de la cocina, sin vida...

Salí de casa hecho una furia; ya no planeaba ir al trabajo, sino buscaba la manera de huir de lo que acababa de hacer... ¡ Antonio! me dije. Mi hijo apenas venía de regreso de la escuela. No podía dejarlo ver a su madre y a su hermana en ese estado. Entré de nuevo a la casa, cargué a Delia primero, la llevé a nuestra habitación arrastrando de los tobillos. Su cabeza golpeaba cuanto mueble apareciera en su camino.

Cargué a Adela hasta su recámara, la recosté en su cama. Se veía tan tranquila. Entré a la cocina a buscar cualquier indicio de mi arranque de furia. Lo único que encontré fue una canastilla con manojos de albahaca, laurel y hierbabuena. Eso hacían mi mujer y mi hija: recolectar herbajos, no acostarse con algún fulano en el bosque... Comprendí mi error, ya no había nada que pudiera hacer.

Antonio llegó a casa esperando ver a su madre y me encontró a mí, con las hierbas en las manos, llorando amargamente la muerte de su hermana y su madre. Lo abracé con fuerza y me miró con una interrogante en los ojos, pero al mismo tiempo, parecía entenderlo todo.

Quiso soltarse de mis brazos, yo no lo dejé, cada vez lo apreté más a mi pecho. Lloré incontrolablemente. Al soltar a mi hijo, sentí cómo su cuerpo se desvanecía entre mis brazos. Lo asfixié, sin quererlo, lo asfixié...

-Pero.. pero...- no pude articular palabra después de tal relato... se me heló la sangre...
- Voy a enterrarlos, usted me acompañará- dijo con voz tranquila.
-Pero yo no puedo...Tendría que pasar a su casa primero- dije con la voz entrecortada.
- Pero si ya vienen con nosotros, ¿qué no los ve?- dijo mientras soltaba el volante para señalarme el cuerpo que yacía entre el asiento trasero y los delanteros. Ahí está Adelita, mi Adelita. En la cajuela están Delia y Antonio.
Señorita, decida usted, ¿me acompaña o los acompaña a ellos?