L' anima sparita

L' anima sparita

miércoles, 30 de junio de 2010

sueño núm. 3

Deberían prohibirte, llamarte pecado... que nadie te toque, que se sepa que causas adicción, que vuelves insaciable a quien sea que te pruebe. Toqué con mis labios la suavidad de los tuyos, la dulce sensación de tus manos sobre mis senos, tu tersa piel escondiendo la mía en un abrazo erótico, de esos que sólo se tienen en la intimidad de la alcoba, en la intimidad de un parque cerca de tu casa, en el aeropuerto, en la sala de tu casa, la cocina, el cuarto de lavado... No pude contenerme a pesar de haberme prometido no volverlo a hacer, el llamado de tu mirada, de tu piel exigiendo el roce de mis dedos sobre ella.

Un suspiro de tus labios fueron la señal para no detenerme; quería más de tí y de mí en ese éxtasis, en ese torbellino de emociones, sensaciones, caricias, besos y palabras obsenas... En ese vaivén, en ese fluir de energía entre tu cuerpo y el mío que no dejaba espacio ni para que un rayo de luz se difuminara en la obscuridad de la habitación.

Puse en tus manos mi alma, puse en tu alma mi cuerpo, tan fuera de mí, tan dentro de tí, tan ajena de mi propia esencia. Sublime sensación tenerte e incluso pensarte, porque pensarte es como volverte a tener entre mis extremidades, en mis labios, mis ojos, mis caderas, mis senos, mi vientre...

Sonreí al ver tu cara a la luz de la Luna y un rayo de ella bañaba tu cuerpo incandescente. Tus pupilas aún dilatadas, miraban las mías. Tu voz entrecortada dijo mi nombre una y otra vez. Agregaste dos palabras después de llamarme y no supe si tomarlo a bien o a mal. Sonreí de nuevo y te agradecí el gesto. Me levanté de la cama y miré el reloj. Levanté mis ropas del suelo, me vestí... "Soy adicta a tí, pero tengo repelencia al amor" te dije antes de escabullirme por la puerta... y despertar de un sueño que me dejó con más preguntas que respuestas.

lunes, 28 de junio de 2010

Duc Et Siem

je voudrais ecrire en francais, mais j' ai problèmes avec cette langue...

Il était une fois une petite pâtissiere, une petite mademoiselle avec les cheveaux roux. Elle s' appelait Madeleine et elle était tellement passionée par les petites biscuits qu'elle faisait, tous les biscuits étaient faits avec beaucoup d' engagement, elle aimait son travail comme personne pourrais jamais aimer son travail. Elle avait compagnie, un ami qu'elle amait bien, un petit chat, noir comme la nuit que s' appelait Duc. C' était le chat que s' occupait des souris dans la pâtisserie.

Un jour, Duc était sorti comme toujours pour faire son ronde habituel, mais il est resté à l' extérieur plus du temps qu' il restait généralement dans la rue.

Après de finir le dernier plateau de biscuits, elle est sortie pour chercher Duc. Quand elle est arrivé à la porte, elle a vue le petit chat noir couché avec une boule de poil blanche comme la neige. Duc touchait avec sa petite patte la boule de poil, mais la petite chose semblait de ne pas se mouvoir.

Elle est resté à la porte sans faire du bruit pour comprendre ce que Duc faisait, s' il jouait avec une souris ou une autre chose.

Quand Duc s' est levé pour rentrer à la pâtisserie, Madeleine a vu que cette petite boule blanche là était un petit lapin.

Elle a sorti son pullover du bâtiment pour prendre le petit lapin. Elle a pris l' animal avec beaucoup d' attention pour ne pas le faire mal et l' a posé près de la fenêtre pour s' il voulait partir. Au lieu d' échaper, il a commencé à chercher son ami, Duc.

Duc est arrivé à sa côte et ils ont commencé à jouer pour la deuxième fois. Madeleine avait l' habitude de prendre un petit morceau de masse pour Duc, à ce moment là, elle a dû prendre deux; un pour Duc et un autre pour Siem, le petit lapin, lequel a reniflé la masse avant de la manger. Quand Siem avait pris le dernier morceau de masse, il a commencé a s' étouffer, un petit morceau de masse est resté sur son épiglote. Tout de suite, Duc a commencé à miauler pour que Madeleine le faisait attention. Elle a pris le petit lapin et l' a donné un peau d' eau et Siem semblait se sentir mieux.

À la fin de ce jour là, Madeleine avait trouvé une autre mascote, et Duc, un nouveau ami.

jueves, 17 de junio de 2010

Esposa perfecta

Pronto, muy pronto... En mi mente, una idea que no deja de marear a mis neuronas, una idea que me parece de lo más reconfortante pero al darme cuenta de mi pensamiento, me dan escalofríos. ¿Sería capaz? Si él no se tentó el corazón, ¿por qué debería hacerlo yo? y comienzo con una retórica autoinducida que no me lleva a nada.

Son las siete de la noche y acabo de poner la mesa. Hago una lista mental de todo lo que debe estar ahí: plato extendido, plato hondo, cubiertos, vaso, la jarra de agua, servilletas... Todo impecable, justo para dos personas. La cena está casi lista para que llegue y todo esté en orden.

Mi madre siempre me enseñó a ser meticulosa en los menesteres del hogar; sobre todo si era a lo único que me dedicaría después de casarme, cuidar de mi marido, de mi hogar y de los hijos, cuando los tuviera.

A veces esa idea de ser tan dependiente me causa náuseas, la frustración hace su aparición estelar, pero ese tipo de ideas tienen que desaparecer al aparecer Armando, sonreír como si mi único objetivo en esta vida, fuese ser la esposa perfecta.

Dan las ocho y media, la cena está fría sobre la estufa. No he probado bocado y tampoco tengo hambre. Armando no ha llegado a casa y yo muero de sueño. Recojo la mesa, guardo la cena en el refrigerador y comienzo a hacerme a la idea que dormiré sola una vez más.

Al entrar al baño, me miro al espejo. Mi rostro inexpresivo me dice más de lo que una cara sonriente o un mar de lágrimas podrían decirme. Ya no me importa nada. Desmaquillo mis párpados, sigo con mis mejillas, mis labios. Hasta que mi cara queda totalmente libre de máscaras. Ahora sólo soy yo: una interrogación en un rostro vacío, sin emociones, sin sentimientos. Mi faz refleja justo la forma en como me siento: vacía, tan vacía que ni llorar puedo. Se acabaron las lágrimas.

Las diez de la noche y sigo sola. No me sorprende la llamada diez minutos después de acostarme. Es él. Como lo suponía, no llegará a casa temprano. Salió de una junta y debe terminar algunas tareas pendientes. Sonrío, no sé si por la costumbre, no sé si por su cinisismo. Un frío "te quiero" vaga en el aire, aún después de haber dejado el teléfono en la base. Aún después de llevar 10 años de casados.

El ruido en la sala me despierta, sé que llegó y no ha comido, el horno de microondas se enciende y timbra. Me levanto y pongo la bata de noche, salgo a su encuentro después de poner un poco de rubor en mis mejillas y brillo en mis labios.

Me saluda con un beso en la frente y otro en los labios.No pregunto nada, sólo sirvo la comida recalentada en un plato, sirvo agua en un vaso y lo llevo a la mesa. Vuelvo por los cubiertos a la cocina y lo encuentro en la puerta, mientras salía de la cocina para sentarse a comer.

Le entrego los cubiertos y el servilletero de madera, el salero y la jarra de agua; me siento frente a él y mientras mis ojos se entrecierran por el sueño, me cuenta su día. No me mira a los ojos y después de contarme de la junta, comienza a titubear. Sabía que tarde o temprano pasaría... Miente. Todos los días miente, sabe que lo sé, pero se empeña en seguir una obra de teatro donde incluso los aplausos volvieron a hacerse silencio.

Mientras él se prepara para dormir, intento dejar impecable la mesa. Sigue en el baño, perdido en el reflejo del espejo. Toco su hombro y vuelve a este mundo. Se desabotona la camisa y la deja en el cesto de ropa, le acerco la pijama y vamos a la cama. Me recuesto mirando al lado contrario de donde se encuentra. Me abraza y me besa. Yo no siento nada, de hecho, simulo estar dormida, esperando que me deje en paz... Así lo hace y se queda dormido, dándome la espalda.

Despierto. Son las seis y media de la mañana: hora de hacer su desayuno. Tengo exactamente una hora para preparar todo antes de despertarlo para que vaya a trabajar; saco la ropa del cesto en el baño y de nuevo ese aroma tan peculiar me detiene para hurgar su camisa. No sólo era ese perfume que detestaba lo que lo delataba, sino también las marcas de labial en el cuello de la camisa. Sonreí, era de esperarse. Su trabajo no era tan demandante, sus juntas no eran tan largas.

¿Será más linda o más atenta? ¿Será más elegante, más refinada, una puta o una mujer vulgar? Eran las preguntas necesarias en momentos de ocio, a sabiendas que, respondiendo o no, me daría igual. ¿Sería capaz de confrontarlo y desmentirlo? Eso jamás se hace, al menos, con esa idea crecí. No sé si maldecir a mi madre por haberme injertado una idea tan estúpida de esposa abnegada o si debería tenerle lástima por el sufrimiento que tal vez debió callar ante sus hijos.

Las siete de la noche resuenan en el reloj de la sala. Quince minutos después aparece Armando, sonriente. Quisiera no odiarlo, quisiera no odiarme, pero pronto... muy pronto habrá de morir...

domingo, 6 de junio de 2010

Estrellas

Desperté sin saber dónde me encontraba. Del techo colgaban estrellas de papel de mil colores. Logré recordar dónde estaba y giré mi cuerpo hacia un costado. Frente a mí, su pálida piel; sus ojos cerrados, el ceño relajado. Sonreí y pasé largo rato mirando su bello rostro... exquisito rostro.
Después de un rato, despertó y sus ojos dejaron ver la sorpresa que le causaba mi mirada posada en su faz.

- ¿Por qué no me despertaste?- dijo aún soñolienta.
- Porque... ¿Para qué despertarte, sabiendo cuán cansada estabas?
- Gracias... gracias por comprender- dijo apenada, esbozando esa sonrisa que me pedía ser robada, que mis labios pedían sobre de ellos.
- Sabes que te quiero, ¿verdad?- comenzó casi solemne.
- Obvio no más que yo- dije, sonriente.
- ¡Eso crees!- contestó soltando una risita.
- No voy a discutir eso contigo- dije simulando enojo.
- ¿Te enojaste?- preguntó apenada.
- No, imposible me sería el enojo- sonreí.
- ¡Gracias, te adoro!
- Yo igual.

Mientras platicábamos de banalidades, nuestros cuerpos se acercaban. No era incómodo ni la primera vez.
- ¿Sabes? Haberte conocido ha sido de las mejores cosas que me han pasado- dijo espontánea.
- Eso crees, yo opino que fue una maldición... el pago de tu karma- reí.
- ¡Qué grosería! ¡Ni un halago puedo hacerte!
- No es eso, es que... bueno, aún me pregunto cómo fue que el destino nos unió.

Sonreímos. Tomó mi mano por sorpresa. Apreté la suya con fuerza y así nos quedamos un rato, en silencio. Cara a cara.
- ¿Te preparo café?- preguntó después de un rato.
- No, gracias. Así estoy bien.
- Bueno, es que yo si quiero, pero...
Su celular sonó, un mensaje la interrumpió. Se giró dándome la espalda para alcanzar el celular sobre el bureau.
- ¡Qué lindo!- exclamó acercando el celular a mí- Me lo mando Diego. Léelo.
Contra mi voluntad, leí un mensaje ajeno que, con cada palabra, marchitaba un pedacito de corazón.
- ¡Pero no llores! Yo sé que está bien lindo, pero no es para tí- me dijo riendo.
- ¡Ya sé, tonta!- Me reí para ella. Guardé las lágrimas para mí.

Su rostro se iluminó desde el momento en que recibió el mensaje. Me dolía tanto no haber sido quien le alegrase la mañana, el día entero; ni habiendo pasado la noche en su casa.

La incomodidad se apoderó de mí, abruptamente.
- Mejor me voy- mascullé y me levanté de la cama de un salto.
- No, no te vayas. Quédate otro ratito- dijo con voz insistente.
- No puedo, nena, sabes que no puedo.
- ¡Pero si te quedaste toda la noche!
- Bueno, está bien. Otro ratito será.
- Ven, acuéstate- dijo mientras palmeaba la cama y se recostaba. No pude negarme. Su mirada ejercía un poder sobre mí que no podía, ni puedo, describir.

Abrazó una almohada larga y la puso entre su cuerpo y el mío.
- ¿Me quieres?- preguntó intrigada.
- Sabes que sí, hace rato lo discutíamos, ¿recuerdas?- dije.
- ¡Ay, le quitas lo divertido al juego! - refunfuñó y después sonrió.
Mis manos jugaban con sus lacios, largos y negros cabellos. Mi mirada estaba perdida en sus grandes ojos verdes.

Hubo un impulso que no pude controlar, que me obligó a hacer lo que contuve la noche anterior y hasta las 10: 47 de ese día. Tomé su mentón, me acerqué a ella y la besé, sin pudores. Por un momento, se resistió, pero después sus labios comenzaron a danzar con los míos un baile que no volverán a bailar de la misma forma. Sentí su música de manera tan distinta, con tanta fuerza y energía, pero también con tanta paz como jamás la había sentido.

Comprendí momentos después lo que pasaba y me alejé. Noté que su mano se había entrelazado con la mía, pero no supe si fue ella o si fui yo, quien tuvo la iniciativa.
- Te quiero- me dijo en un susurro.
- Yo te amo.- Me acerqué a ella, intentando besarla de nuevo. Se apartó.
- No, ya no- me dijo- Somos amigas, y así te quiero... No puedo... Diego...

Entendí lo que pretendía decír, aún con tantas pausas. Besé su frente, me levanté y salí de su recámara, sabiendo que sería la última vez que la vería.