L' anima sparita

L' anima sparita

jueves, 8 de julio de 2010

Feeling good

El despertador del celular logró hacerme abrir los ojos con la voz de Nina Simone, cantando "feeling good". Curiosas son las ironías de la vida, el título de la canción era inversamente proporcional a mi estado anímico. Apagué el despertador, no supe si por cobardía o porque necesitaba descansar, dormí tres o cuatro horas más. Se me había hecho tarde una vez más para ir a la escuela y ni siquiera sentí remordimiento. En realidad, lo que embargaba mi alma era una mezcla de dolor y tristeza que pocas veces en mi vida había aparecido. No quería levantarme de la cama, incluso con las necesidades fisiológicas, pensé que no era necesario levantarse, que podía esperar.

Gruesas lágrimas rodaron por mis mejillas, las razones eran muchas, las palabras escasas para explicarlas. Dejé que mi almohada se empapara y que el sueño se llevara el último costalito con sonrisas que tenía. Mi día era tan gris como la nube que parecía acosarme, rondarme y que planeaba quedarse el día entero conmigo.

Ya no me dolía sólo su ausencia, sino la ausencia de esencia en todo lo que veía a mi alrededor; me entristecía darme cuenta que mi vida no había tenido sentido hasta entonces, que había perdido las ilusiones de la infancia y las de adolescencia... y que me sentía vacía porque en mi edad adulta, no encontraba mas que piedras en mi camino, tropezando a cada paso... No había ilusiones que atrapar... Ilusiones en peligro de extinción. Eso era, un problema grave era no tener un ideal por atrapar en las propias redes y aspirarla como el perfume de una flor... dejarla volar y alcanzarla de nuevo como quien atrapa mariposas en el jardín.

El día fue tan gris como empezó. La lluvia en la ventana resbalaba de igual manera que las lágrimas sobre mis mejillas, la humedad del ambiente junto con mi tristeza hicieron una combinación de la que me quedan miles de recuerdos en pañuelos. Dormir fue el intermedio entre una y otra función donde la protagonista sólo llora penas que ningún espectador puede entender. Penas que, a veces, ni la actriz parece comprender.

Las horas pasaron sin darme cuenta, no sentía frío, ni hambre; no sentía ganas de levantarme, no tenía ganas de existir para nada... ni para nadie. Sentí que la esperanza y la alegría se despedían de mí como cuando se marcha un viejo amigo, se despedían de mí y de quien les cerró la puerta: soledad, una de las más fieles compañeras de mi vida, aunque no precisamente la más querida. A veces la subestimo creyéndola infame; otras, la sé tan íntima y buena consejera. De cualquier manera, esta vieja compañera no pensaba irse, no en un largo tiempo. Pensé en prepararle café, pero su compañía se limitaba a mirarme acostada en la cama, sin ganas de nada. Tranquila, taciturna. Esa es soledad.

La noche llegó y soledad prendió una vela: tú. La primera sonrisa del día fue por tí y gracias a tí con y a pesar de soledad, mi día comienza a tener un poco de iluminación a pesar de la nube, de soledad y de la tormenta emocional que llevo dentro.