L' anima sparita

L' anima sparita

viernes, 25 de noviembre de 2011

Ya no te espero

Cuarenta y cinco minutos de retraso y ni siquiera tuvo la atención de mandarme un mensaje o llamarme para decirme si debía esperar más o no. Siempre tuvo ese tino para sacarme de quicio con su impuntualidad y su falta de compromiso. Justo era la razón por la que pretendía reunirme con él en un café en la calle más transitada de la Zona Rosa.

Me senté en una de las mesas que se encuentran afuera del local. Con la ley impuesta para los fumadores y por su pinche imputualidad era que tenía que dejar que las inclemencias del frente frío trece, me apagaran el cigarrillo y sintiera escalofríos más de una vez. Tenía frente a mí un café americano, el celular y mi Papillon. El café ya estaba frío, el teléfono estaba en silencio y yo de tan nerviosa y malhumorada, prefería no tocar el libro.

Una hora de espera y decidí que ya había sido suficiente. Le pedí al mesero si podía llevarme la cuenta pero inmediatamente después de que dio la media vuelta para cumplir con mi encargo, le pedí que lo olvidara y en cambio, le pedí un vienés.

Más tranquila y con cuatro piezas tubulares de nicotina consumidos, abrí mi Papillon y comencé a leer; las páginas pasaban entre mis dedos como agua, ya me sentía en la Guyana Francesa intentando escapar con Papi con un "yesquero" y un tubo de metal metido entre las nalgas. Estaba yo a punto de escaparme del sistema penitenciario francés cuando escuché una voz que se hacía cada vez más fuerte.

- Hola... ¿Hola?... ¡HEY!
- Perdona, me perdí un momento- contesté apenada.
- Sí me di cuenta... - soltó una risita- ¿Puedo sentarme aquí o esperas a alguien?
- Esperaba a alguien... Pero dudo que se presente- reí irónica- no sería la primera vez que lo hace. Siéntate, por favor.
- Gracias- sonrió mientras se quitaba el abrigo y lo ponía en el respaldo de la silla. -Perdona que interrumpiera tu lectura, es que el café está muy lleno y ya no hay mesas disponibles.
- No, no te preocupes, mi escape de la penitenciaría puede esperar...
- ¿Cómo?- preguntó extrañada.
Reí nerviosamente un momento y después dije:
- No, no me hagas caso, estoy loca. Es el libro que estoy leyendo.
- ¡Ah, ya veo!- Contestó aliviada. Supongo que escuchar esas palabras al comienzo de una conversación con un desconocido, deben causar extrañeza y hasta un poco de miedo. Después preguntó intrigada- pues ¿qué lees?
- Papillon. Un hombre condenado a trabajos forzados a perpetuidad por un delito que no cometió.
- ¡Cuántos casos de esos no tenemos aquí!- dijo ella con una amplia sonrisa.
- Tienes razón, pero este libro ni es mexicano ni es actual.
Sonrió y después de un momento, ella también sacó un libro de su bolsa. Pedro y el Capitán.
- Tu libro es excelente- le dije emocionada.
- ¡Ah, con que eres una devoradora de libros!- exclamó poco antes de que se le saliera una risita. Me reí con ella.
- No, para nada, pero sí me gusta leer- contesté apenada.

Lo que siguió de la conversación no lo recuerdo tan detalladamente, pero sé que hablamos de muchas cosas: más libros, por qué leíamos lo que llevábamos ese día, música, colores, café... Sólo recuerdo que después de un rato de platicar y después de que la tarde se volvió noche, se acercó un poco a mí y con la voz un poco más baja de lo que había estado hablando, me dijo:

- ¿Te puedo confesar algo?- dijo casi con voz inaudible.
- Sí, claro, pero ¿por qué tanto misterio?- sonreí nerviosa. Su mirada se fundía en mis pupilas y era tal su poder que parecía que me estaba leyendo las ideas.
- Pero no te espantes, ¿vale?- sonrió y se ruborizó.
- Pues con esas palabras como inicio de la confesión, es difícil no hacerlo- mi nerviosismo cada momento era más evidente.
- Bueno, pues... Ni tenía pensado tomar café. Ya me iba a mi casa porque mi día estuvo feo y pesado como Santa Claus de la Alameda- se rió nerviosa y continuó- pero al verte sentada ahí sola, tan entretenida con tu libro, me... me cautivaste y me dije que tenía que beber café así no fuera mi bebida favorita... y aquí me tienes... -Sus mejillas se sonrojaron aún más.
- ¿De verdad? No sé qué decir... Te lo agradezco y no sabes cuán agradable es escuchar eso y más si proviene de una mujer tan bella como tú, pero... Las mujeres no me gustan.
- Sí, supuse que a quien esperabas, era a tu novio, ¿o me equivoco?- su mirada perdió un poco del brillo que tenía cuando me vio asentir con la cabeza.
- Bueno, al menos lo intenté... -dijo puntualizando con un suspiro.

Sentí ganas de abrazarla, no sé. Fue como ver a una amiga de mucho tiempo atrás suspirar por una decepción amorosa. Jamás creí que yo fuera a causarle algo así a una chica.

Pedimos la cuenta. El silencio se apoderó de ese espacio, en ese preciso instante. Cada cual pagó su consumo, al final, sólo éramos un par de desconocidas que habíamos compartido una mesa. Guardó su libro y se puso el saco y yo recogí las cosas que tenía en la mesa y por mera morbosidad, miré la pantalla del celular esperando ver una llamada perdida o un mensaje. Nada, como siempre... Nos dirigimos hacia la puerta y se despidió de mí cordialmente y me besó la mejilla. No supe qué demonio se apoderó de mí en ese instante, pero al sentir que se alejaba, la besé en los labios. Al principio, no supo qué hacer, supongo que no esperaba que hiciera algo así, pero sus rojos labios estupefactos poco a poco se relajaron y se intercalaron con los míos. Me abrazó y acomodó su cara hacia mi oído y susurró:

- ¿No que no te gustaban las chicas?
- Es verdad. No me gustan las chicas, pero me gustaste tú.
Me abrazó con más fuerza, como si quisiera fundirse conmigo en ese abrazo. Besó mi mejilla y me tomó de la mano. Mi ruta original era caminar hacia Reforma, pero me encaminé con ella hacia el metro Insurgentes. Debajo de las escaleras del Metrobus, volvió a besarme y a la mitad del beso, sonó mi celular, pero no le di importancia y seguí besándola.

- Es tu novio, ¿verdad?- Me dijo con curiosidad y ternura de niña.
- No sé y tampoco me importa- sonreí en complicidad con su ternura.
- Vamos a mi casa, ¿sí? Te prepararé un café turco y tú me dirás si mi café no es mejor que el de la cafetería, ¿te parece?
Sonreí, la tomé del brazo y asentí... Como si esto último fuese necesario ya. Me había hipnotizado. Estaba hechizada por una total desconocida. Había besado a la desconocida. Me había encandilado una desconocida...

Llegamos a su casa y creí que sería como la primera vez que fui a casa del que me acababa de dejar plantada: En cuanto cerró la puerta, comenzó a besarme apasionadamente... Terminamos haciéndolo en el sillón de la sala y en la alfombra de la misma. Pero ella era diferente. Hizo el café que me había prometido y me extasió.

- Tenías razón... Tu café es mucho mejor que el de la cafetería.
- Te lo dije. Yo no miento, no me gusta mentir. Me da flojera mentir.

II
Platicamos un muy buen rato... A decir verdad, me dieron las dos de la mañana y no podía estar más interesada en lo que me estaba contando. Es abogada. Me contó lo difícil y estresante que puede ser el trabajo de un abogado y la poca fe que le tienen a los abogados... Las horas se fueron tan rápido y para poder seguir platicando, me quedé en su casa... Pero no como el mundo pensaría. No, no tuvimos sexo. En realidad, me dejó elegir si quería quedarme en la recámara de huéspedes o si prefería quedarme con ella y Cinnamon, su yorkie de 3 años. Mi veredicto: quedarme a dormir con ellas. Debo admitir que por un momento sí deseé que su cama fuera testigo de nuestros pecados esa noche, pero lo más excitante que pasó fueron los besos que nos dimos antes de dormir. Acarició mi cara antes de dormir y lo último que vi antes de perderme en un sueño muy pesado, fueron sus ojos hipnotizantes.

Desperté y para mi sorpresa, ella aún dormía. Cinnamon se acercó a mis manos y la acaricié por largo rato hasta que ella despertó. Me dio un beso de buenos días y se levantó. Escuché que hacía ruido en la cocina así que caminé a su encuentro y mi sorpresa fue que estaba preparando el desayuno para dos.

- ¿Por qué no me dijiste que venías a hacer esto?
- Porque estabas muy cómoda.
- Pero eso no importa, ¡me gusta cocinar!

La ayudé a terminar lo que estaba haciendo y desayunamos en la cocina, de pie junto a la tarja. El juego de miradas fue parte esencial de ese primer desayuno en su compañía. Mi postre de la mañana, fue un beso suyo. El más dulce de los besos. De haber sido diabética, seguro habría muerto de un coma. Admito que me sentí muy a gusto en su casa. Sentí lo que debe sentirse cuando te dicen "estás en tu casa". Era increíble la compenetración que podía tener con esa extraña. Mi extraña. Mi extraña Fernanda.

III
Recostada sobre mi regazo mientras yo acariciaba sus cabellos veíamos una película de esas que nunca me han encantado en realidad, de esas que son rosas y melosas hasta decir basta. Era curioso que pasaran más de diez minutos y yo no deseara cambiar el canal o apagar la televisión. Todo iba excelentemente bien hasta que sonó mi celular.

Ella se levantó de mi abdomen, con mirada triste y me dijo:
- Ya contéstale. Perdónalo. No sé ni por qué hice que vinieras... Lo lamento.
- ¿De qué hablas?- Le dije contrariada.
- Pues sí, creo que aún lo quieres y yo... Yo no soy lo que tú deseabas...- dijo solemne.
- No digas eso, Fer. Para empezar, ya no lo quiero más, ¿olvidaste que por eso me conociste? Y...- hice una pausa y continué- es verdad, no esperaba ni deseaba a alguien como tú... hasta que te conocí.

Sonrió y justo en el momento que iba a contestar, dejó de sonar el aparato. Ya lo iba a poner de nueva cuenta en la mesita de noche cuando comenzó a sonar de nuevo. Esta vez, decidí contestar y aceptar las consecuencias.

- ¿Bueno?
- ¿Se puede saber en dónde chingados andas, Elena? Van 7 veces que te marco, creí que algo te había pasado- dijo la voz, muy molesta.
- Pues... te sigo esperando en el café- dije irónica y solté una carcajada.
- No me parece gracioso, enserio creí que algo te había sucedido- dijo la voz exasperada.
- Bueno, ¿a tí qué más te da si de todas formas quedas en algo y nunca lo cumples? Estuve esperándote más de dos horas...
- ¿Y luego qué? Llamé a tu casa y no contesta nadie. ¡Dónde mierdas estás, maldita zorra!- gritó la voz.
- Te vas calmando, porque a mí nadie me habla así, ¿entiendes?- le dije seria y serena, aunque ganas no me faltaron de gritarle- si me quise ir con quien me diera la gana fue porque justo eso quería decirte: que me tienes harta, que ya no te amo, que ya no quiero nada contigo y que he encontrado quién me hiciera sentir más amor en una noche de lo que he sentido en los últimos meses contigo.

Suspiró exasperado o frustrado. No sé, pero escuché un suspiro y después un par de exhalaciones lentas y pesadas.

- En este instante quiero que te regreses a tu casa y me llames desde allí, ¿ok?- me dijo con voz modulada, pero igualmente enojado.
- Deja las cosas como están, Esteban. Ya no quiero estar contigo, ¿no lo entiendes?
- Al menos dime el nombre del cabrón al que le calentaste la cama, ¿no?
- Eso a tí no te importa...
- Amor, ya no te estreses y cuelga- dijo ella, condescendiente. Esteban alcanzó a escucharla hablar.
- ¿Te cogiste a una vieja? No mames, no creí que estuvieras tan urgida, Elenita- dijo irónico.
- Ni urgida ni coger ni nada. Pero no tengo por qué darte explicaciones de nada. Sólo te diré que me respetó más de lo que pudiste respetarme tú el primer día que salimos- le dije cortante.
- Ahora entiendo por qué ya no te gustaba hacerlo conmigo... - dijo con un dejo de alivio.
- No te engañes. Si ya no quería hacerlo contigo era simplemente porque ya no te amo. Pero bueno, dejemos la telenovela por la paz, Fer tiene razón, no tengo por qué estresarme.
- ¿Se llama Fernanda? Pues salúdamela y felicítamela. Al menos ella sí te va a coger virgen... digo, en cuestiones lésbicas... creo...- se rió.
- Deja de decir imbecilidades que ya estoy cansada y como esto está siendo muy estúpido y por tu falta de interés y compromiso con la cita de ayer, terminamos de una buena vez. Te deseo mucha suerte. Adiós.

Colgué y apagué el teléfono. Si llamaba de nuevo o no, era cosa que no me importaba. Por fin estaba libre de una persona con la que tenía una relación basada en la costumbre, más que en el amor. Sin pedirlo, Fer me abrazó y me besó la mejilla izquierda y besó también mi frente. Tomó mi mano y apoyó su cabeza en mi hombro. Apagó la televisión y llamó a Cinnamon, quien se acomodó sobre mi abdomen, para que fuera parte de la pequeña reunión.

Fue la primera tarde, la primera noche y la primera mañana en la que me sentía no feliz, sino plena. Era la primera vez que sentí que todo tenía una razón de ser y que ella era mi razón de estar en esa cafetería en ese momento y que Esteban no se apareciera. Hoy entiendo muchas cosas y estoy muy agradecida por lo que sucedió esa tarde.

Hoy ya no te espero, Esteban, ya no necesito de tu presencia en mi vida. Hoy ya no te espero, Fernanda... Porque ya te encontré.

martes, 25 de octubre de 2011

Desastre

Quizás sea un malentendido, una convención social eso de creer que soy una buena persona. No lo soy, mi naturaleza me lo prohibe. Todo lo que toco, todo lo que hago suele afectar negativamente a las personas que más quiero en mi vida y es así, con mi repelencia a la buena suerte, al cariño de lo más sagrado, es que termino tan alejada de aquellos que han sido parte esencial de mi vida, porque no soportan más mi presencia en sus vidas... Seguramente, a tí te sucederá también. Que te des cuenta de quien soy, que sepas que no nací con los favores que Dios da a todos sus hijos, es una situación inminente que, si bien lo niegas los primeros días, después te arrepentirás por no haber hecho caso a tu primer instinto: alejarte cuanto antes.

No sé, realmente no sé por qué soy tan mala compañía, tal vez nací en un mal día o de mala gana. Puede ser ésta segunda, pues me han contado que tardé un par de días más de la fecha programada para que yo viera el mundo... y el mundo me viera a mí. Reticente a nacer, a dañar vidas ajenas, pero nadie hizo caso a mis deseos; supongo que cuando se es una unión de gametos de más o menos nueve meses, no tienes derecho a opinar... Bueno, que aunque uno deseara opinar a esa edad, simplemente no puede comunicarse... Maldito aparato fonador incompetente, no es suficientemente maduro para cuando nacemos... Supongo que estoy en la misma situación que él después de casi veinticuatro años.

Inmadurez, inseguridad, incompetencia, insuficiencia, imperfección... imbecilidad. Imbécil: Eso soy, pero navego con bandera de saber, con bandera de persona normal. Creo que nunca debí robarle la bandera a ese soñador al que ahora creen un loco. Cambié su lugar en la sociedad por el mío y ahora, por mucho que lo deseara, jamás podré sentirme bien con esta bandera, con esta piel... A veces dudo si justo el no encajar en esta sociedad, en esta ideología compartida sea una bendición. Por lo general, termino creyendo que es una maldición, más que por no ser normal, por no estar cómoda conmigo.

Soy un desastre natural, un mal por naturaleza y es curioso y desmoralizador darse cuenta que dentro de los damnificados, te encuentras tú. Juro que no pretendía ni pretendo en ningún momento dañarte y sin embargo, te he dañado, destruí tus sueños, tu vida, tu paz. Arracé con la persona que eras antes de conocerme, arrastré con mis dramas, todo el amor que florecía en tí por mí... Hoy somos un manojo de objetos, de escombros que parecieran no poder unirse, que parecieran no poder reestructurarse más... Y me duele ser este desastre andante, porque lo que menos quería, era hacerte sufrir.

Te ofrezco mil disculpas que, seguramente, no serán suficientes ni hoy ni nunca. Te ofrezco mi vida de infortunios y tristezas que, de no quererla, te ruego la tires en un cesto de basura orgánica, pues es perecedera, aún teniendo una duración más larga de la que se (re)quiere, aún sin refrigerarse, una vida (in)útil que nadie realmente desea que se aproveche... ¿Quién quiere cargar con un desastre en su vida? Supongo que mejor sólo te ofreceré las disculpas e intentaré alejarme de tí... Como ola que se retrae de vuelta al mar para dejar a su paso, una ola de desolación y destrucción... Aunque me es una cuestión sumamente difícil, pues sigo totalmente enamorada de tí...

De verdad, lo lamento.



jueves, 13 de octubre de 2011

Máscara

Tal vez suene exagerado, nunca en la vida me había sucedido. Me espanté, ¿qué otra cosa podía esperarse si se tiene enfrente un espejo y no logras reconocer ni a tu propio reflejo? No lo niego, sentí miedo, asco y repudio de mí misma. La razón era sencilla: no saber nada de mí, no saber nada de esa persona que con desconcierto me miraba.

Fue como regresar al examen de admisión para la preparatoria, pues la misma pregunta pasó por mi mente: ¿quién soy? Curiosamente, en aquella época escolar, me fue más fácil responder a la pregunta de lo que me resultara ahora; aún sin solicitud que llenar, sin papeles que entregar, sin uniforme que vestir,... Bueno, la verdad es que eso es un decir, pues todos usamos uniforme o mejor dicho, un disfraz para introducirnos en las sociedades de las grandes urbes y aparentar normalidad.

Para mí, el disfraz no está completo sin las máscaras que tengo en mi recámara, supongo que para muchos es la misma situación. Sin embargo, en estos días me di cuenta que mi máscara con la sonrisa perfecta e intacta, está ya muy gastada, tan gastada que la sonrisa que antes era cristalina, cada día se asemeja más a una mueca de tedio, como si con sorna me dijera "pronto, muy pronto, mi querida, mi sonrisa se irá... ¿Y tú qué harás sin mi sonrisa? Soy tu falsedad, pero al mismo tiempo, tu puerto seguro para que nadie note tu infelicidad".

Frente al espejo lloré de rabia y grité con fuerza, pero la máscara ahogaba mi llanto y en vez de reflejarse mi amargura, me mostraba esa sonrisa falsa y gastada que había hecho de mi cara, parte de un ser desconocido. En ese instante, me sequé las lágrimas, pues ya ni llorar me servía. La máscara lo absorbe todo, dejando en vez de lágrimas, una sonrisa amplia y una mirada triste. Nadie lo entiende, creen todos que así siempre ha sido mi mirada y como nunca han visto mis fotos de niña, no puedo ni deseo rebatir nada.

Sentí por un momento una impotencia y desesperación que no había sentido antes; la impotencia porque no había nada que pudiera hacer para quitarme la máscara que incluso, se me había encarnado y la desesperación por no saber si cubrir con maquillaje mi tristeza o buscar a alguien que hiciera de nuevo, una máscara a mi medida, con amplia sonrisa para compartir.

Tal vez suene exagerado, pero de verdad, nunca antes me había sucedido.

lunes, 10 de octubre de 2011

Repentino

Grises mis entrañas, pero negro mi corazón. Sí, así siempre ha sido... bueno, casi siempre. A decir verdad, alguna vez hubo un poco de color en mi vida.

Sentada yo en la banqueta afuera de mi casa mientras fumaba un cigarrillo para matar el tiempo antes de que éste me matara a mí, se me acercó una pintora y no de brocha gorda. Me sonrió y me ofreció dibujar algo para mí. Me negué, pues odio gastar mi dinero en vendedores ambulantes. Le sonreí, tan cortés como pude, le dije que no, pero no se fue. En vez de eso, me devolvió la sonrisa, me miró fijamente a los ojos y después dijo "te haré un dibujo, si te gusta, me regalas un cigarro y me dejas fumar contigo. Si no te gusta, te regalo el dibujo y me voy. Del dibujo en ambos casos, puedes hacer lo que te plazca". No pude negarme, siempre quise que alguien me hiciera un dibujo y por un cigarro, no iba a negarme.

Sonrió de nueva cuenta, se sentó frente a mí, me miró fijamente y comenzó a dibujar. Sí, ya sé que dije que era pintora, pero los pintores tienen esa habilidad de hacer mil y un cosas con su imaginación, sus manos, un lienzo (llámese papel, tela, el piso, una pared, mi espalda...) y algo con lo cual diseñar (lápiz y grafito, bolígrafo y tinta, pincel y pintura, lengua y saliva...).

Después de un rato, me entregó un dibujo realmente hermoso... Obvio, si era hermoso, no podía ser yo. En lugar de entregarme un rostro con lentes, cigarro entre los labios, rizos alborotados y mirada triste, me entregó el dibujo de una libélula flotando sobre el agua y de fondo, la luna con un par de nubes cubriéndole la parte inferior. "¡Es hermoso!", murmuré. Ella se encogió de hombros y me dijo "eres tú, sin ser tú". Sonreí y no dudo que me haya sonrojado. Le entregué mi cajetilla de cigarros y dijo "sólo quería uno", la miré y contesté "pero te la mereces toda".

Nos miramos un rato, prendí su cigarrillo y después de exhalar la primera calada, me dijo "nunca entregues todo de tí. Ni siquiera tu cajetilla de cigarros". Sonreí tímidamente y encendí otro cigarro. Nos quedamos en silencio y no porque no hubiera nada que decir, sino porque su mirada y la mía se habían dicho todo ya.

Comenzó a llover. Me levanté del piso, le ayudé a levantarse y caminé hacia la puerta de mi casa. Giré la llave y con un ademán, la invité a pasar. Se sentó en mi sillón favorito y yo fui por café a la cocina. Puse música, tal vez a Coltrane, tal vez a La Banda El Recodo. Como si eso realmente importara. Lo importante era que estaba en mi sala, en mi vida.

"¿Así de fácil dejas entrar extraños a tu casa?" preguntó y continuó "no me extrañaría que te rompieran el corazón una y otra vez, ¿sabes?" Sonrió y acercó su mano a la mía. Intenté alejarla, pero su movimiento fue más rápido que el mío. Sostuvo mi mano y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. La miré, se acercó. Me besó. La besé. Perdí la noción del tiempo, del espacio, del recuerdo, del mundo y de mí. Dejé de ser yo, fui por un momento parte de un "nosotros" en brazos de una desconocida. Y no me arrepentiría ni en mil años. Esa sala guarda tantos recuerdos de esa tarde y, aunque ya no conserve su aroma, imagino que lo guarda como Cerbero las puertas del Inframundo.

Bebimos café, le ofrecí una segunda taza y se negó a aceptarla. Se levantó del sillón. Me levanté un segundo después. Me abrazó, me besó por enésima vez y sin más, tomó mis manos y también las besó. Metió su mano en mi bolsillo, sacó otro cigarro y se fue...

Al final, no se llevó la cajetilla, pero sí el último cigarro que me quedaba. Al final, no se llevó mi alma, pero sí una parte de ella; al final, no me dejó con las manos vacías, sino con dos tazas vacías y un sinfín de preguntas. Sin embargo, no tengo nada que reprocharle, pues llenó una tarde de tantos colores que ni siquiera sé si pueda nombrarlos todos. Al final, sólo me quedo con el recuerdo que me embelesa y me prohibe caer en un abismo de tristeza y desesperación.

lunes, 12 de septiembre de 2011

3. De la frustración y el autocastigo

Nunca me he considerado una persona normal. Nunca lo haría, así mi vida dependiera de ello. Y no lo hago no porque no pueda, porque todos sabemos mentir, todos aprendimos a hacerlo y alguna vez lo hemos hecho, sólo que no me gusta hacerlo y mucho menos cuando parte de la esencia de mi ser, está intrínsecamente ligada a la situación en cuestión.

A pesar de estar acostumbrada a esta piel de ser extraño que vaga sin rumbo entre la gente normal, que usa ropa de vestir y zapatos recién boleados en la esquina de alguna plancha o plaza en la ciudad; a pesar de estar acostumbrada a ser una rechazada más en el mundo de los normales, creo que aún no me acostumbro a ser el fracaso de ser vivo que pareciera estoy destinada a ser. Uno de esos parásitos,uno de esos virus que contaminan lo que tocan. En realidad, me parezco más a un virus... En realidad, había olvidado que ya no estoy viva. Podrían considerar alguna relación con Drácula, si quisiera hacerme la importante y solamente porque compartimos la magia, desdicha y maldición de ser entes anacrónicos, antagónicos de lo común y que se mueven por la vida sin realmente estar vivos. Sólo por eso me permito la comparación, porque hasta Drácula tenía un asunto más interesante que tratar de lo que pueda yo decir, pensar, creer...

Y de lo que creo, todo se vuelve polvo una y otra y otra vez, como si estuviera destinado todo a perecer ante mis ojos, pero al mismo tiempo, pareciera que eso me alarga ésto que muchos llamarían vida, pero que bajo esta piel y esta carne, se ha vuelto una agonía... Es por ello que a veces las rasgo, para ver si hay algo más interesante bajo este disfraz tan mal hecho de persona normal; este disfraz de tan terrible calidad que con cada tirón de tela, pareciera que el relleno de las pequeñas perlitas se fuese a salir. Lo único que nos diferencia a los osos de felpa y a mí, es que las perlitas que los rellenan son blancas y las mías son rojas. Pequeñas perlitas que fluyen como si fueran agua sobre la sábana o la alfombra o un trozo de papel. Perlas de un asqueroso disfraz que me veo obligada a utilizar todos los días para no espantar al mundo y agradar un poco.

A pesar de lo terrible del disfraz, puedo decir que ha resultado un tanto efectivo, porque ha logrado embelesar a más de uno, aunque también ha logrado descepcionar a más de un millar, incluyéndome a mí frente al espejo.

Hay días en los que ya no soporto este estúpido disfraz y por eso siento la gran necesidad de rasgar y rasgar, cortar y cortar, como quien busca modificarlo o destruirlo, pero no me atrevo a hacerlo girones, porque después de todo, aún creo que hay algo que me mantiene atada a él y no sé qué sea. ¿Serán acaso la correas de ese asfixiante corsette? Si así fuera, entonces entiendo por qué no lo deshago en su totalidad: Porque ese corsette que apenas si me permite respirar, me flagela, justo lo que merezco por no ser una persona común. Por no ser una persona normal.

martes, 6 de septiembre de 2011

Formas de matar

¿Alguna vez has sentido ganas de matar? Hoy es uno de esos días en los que he despertado con unas ganas incontenibles de matar... De aniquilar. No importa la forma, puede ser muy sangrienta y violenta o muy pacífica y decorosa. La cuestión es que alguien o algo debe morir hoy...

Quisiera poder estrangular con mano propia el cuello de los recuerdos que tengo de tí. Ver como a cada segundo de la presión ejercida, van perdiendo fuerzas para luchar, cómo se van desvaneciendo hasta que dejen de resistirse, dejen de querer quitarme de encima y por fin ver cómo se quedan inmóviles ante mis ojos.

Desearía poder acuchillar una y otra vez los "te amo" que salieron de tu boca para infiltrarse en mis oídos y recorrerme el cuerpo en cada hematocrito, en cada eritrocito, por cada dendrita haciendo sinápsis, por cada nervio de mi cuerpo y célula que lo componen. Desaría poder acuchillarlos mil veces hasta hacer de ellos, fragmentos indivisibles e incapaces de juntarse de nuevo, para que ya no existan en mi memoria.

Me encantaría poder envenenar cada uno de los besos que me diste. Cianuro, talio, arsénico, sosa cáustica o algún ácido estaría bien. El resultado sería el mismo: lograr que tus besos ya no ardan en mis labios, que ya no desee más de esos adictivos e incendiados besos que me decían palabras tan hermosas que llegué a creer ciegamente.

Quizás me haría bien dispararle a quemarropa a todas y cada una de las caricias que recibí de tus manos. No, mi amor, no lo tomes a mal. No es a tus manos a las que tengo en la mira, sino a esas caricias lascivas, a esas que incendiaban mi piel y que hacían que un escalofrío recorriera mi espalda. A esas, a las malditas caricias que me despertaron el deseo de tu cuerpo, el deseo de tenerte a cada instante a mi lado es a las que quiero fulminar. No me importa si es una ametralladora o una escopeta o si es una pistola automática. Quiero acabar con ellas para que ya no me despierten cada noche, entre lágrimas y nostalgia de almohada. No necesito un francotirador que lo haga por mí, quiero sentir el placer de hacerlo yo misma.

Tal vez podría decapitar a las niñas de tus ojos para dejar de tenerlas presentes en mi mente, indelebles para mí. Tal vez así podría dejar de añorar esas miradas furtivas que me enamoraban y despertaban el deseo al mismo tiempo. Las únicas miradas que me han hecho desear que el tiempo se detenga. Decapitarlas pues, lenta y dolorosamente, haciéndolas pagar cada una de las lágrimas derramadas por su ausencia en mi vida.

Me gustaría poder incendiar esas sonrisas que cada vez que las recuerdo, sonrío estúpidamente. Un poco de gasolina o cualquier combustible funciona para mí, mientras esas sonrisas desaparezcan, me importa un carajo si es con un cerillo de esos que sacan chispa donde quiera que hagan fricción o de los más convencionales... Es más, no me importaría si fuera una antorcha de papel la que les prendiera fuego, simplemente, deseo que ardan y se vuelvan cenizas.

Desafortunadamente, mis manos son muy débiles, no tengo venenos disponibles y lo más cercano a algo punzocortante, son las tijeras punta roma que guardo en un cajón para hacer manualidades de vez en vez, cuando la ansiedad me asalta. Nunca he tenido una pistola en las manos mas que aquellas de agua con las que llegué a jugar en mi niñez un Sábado de Gloria y los cuchillos de mi casa son casi tan filosos como los que se usan para untar mantequilla en el pan.

Ya que no puedo aspirar a ser una asesina, haré lo único disponible en mi lista; ahogar los recuerdos en alcohol y fumar dos o tres cajetillas al hilo. Si he de matar a alguien, no serán ni moscas ni animales rastreros, sino a mi propia persona. A mi saco de recuerdos y emociones contenidas. Suicidio es la respuesta a mi deseo enfermo de matar.







domingo, 28 de agosto de 2011

Corazón fugaz

Estoy en la balanza que pesa lo que es y lo que podría ser; la certeza de lo que soy y lo que eres con la incertidumbre de lo que seremos. Aún siento tus besos rozando mis labios, aún siento entre mis cabellos, tus dedos ensortijándolos. Aún veo tu mirada cristalina en el espacio, en el tiempo que me recubre en mi alcoba a media luz.

Mi corazón palpita al ritmo de la respiración que traen hasta mí, mis recuerdos; mis manos aún danzan sobre tu fantasmal cuerpo, sobre la imagen que guardo de tí en un cofre que abro cuando la noche es muy fría o cuando me siento muy sola. Aún tengo entre los dedos el perfume de tu piel. Tal vez sólo sea otro recuerdo.

De nuevo maldigo a mi memoria, porque tiende a desarmarme por completo cuando vienes a mí, desnuda de mente, semivestido tu cuerpo, cuando tu recuerdo se hace tan palpable, tan besable, tan audible, tan entrañable. De nuevo, sonrío y entre sonrisas lloro, porque te recuerdo mía, pero te sé lejana, aunque no ajena.

Escucho esa conversación que alguna vez tuvimos, aquella donde tu respuesta fue un largo beso y una mirada enternecida y un "eso no sucederá". Recuerdo haberte dicho "temo que un día, en ese juego inocente donde dices te amo y yo te contesto yo te amo más, termines por darme la razón...".

Hoy sólo puedo confiar en esa promesa que bailó en tus labios y se filtró en los míos, esa promesa que me dictaron tus ojos, la promesa que decía tu alma en esa voz que aún me despierta en las noches, susurrando mi nombre de la misma forma en la que el viento lo hace con el tuyo.

sábado, 27 de agosto de 2011

2. De las confusiones y confesiones

Aquí estoy, una noche más deseando no sentirme tan miserable como muchas lunas me he sentido ya. ¿La razón? Las respuestas pueden ser todas o ninguna; las respuestas sólo están en mi mente dando vueltas, revoloteando como mariposas frente a la red del cazador. No, no puedo atrapar ni una y estoy agotada de tanto correr tras ellas... aunque no por ello signifique que pretenda irme con la red vacía... al menos necesito una de esas aladas y escurridizas respuestas que escapan de mi red, de mi entendimiento.

Quizás por miedo a seguir cayendo, quizás por cobardía o por conveniencia, decidí aferrarme a una mentira que me resultó, si no buena, al menos sí creíble, al menos sí sensata y lógica. Sé que no fue lo mejor... ¡vaya que lo sé! pero era lo mejor que podía hacer con la mente tribulada y con el corazón hecho añicos. Era la mejor mentira que pudieran haberme dicho porque la creí, porque sentí alivio en esa frase, aunque también mucho dolor. Fue morfina para mi mente, para mi corazón y mi alma. Descansé después de mucho dolor, logré una falsa paz que no había logrado con la verdad... Pero toda droga se acaba y así mismo se acabó la mía cuando llegó galopando la verdad hasta mí sin poder frenarse mas que con mi ser que se encontraba frente de sí.

La verdad no tuvo frenos como no tuvieron frenos mis pensamientos una vez recibida la mentira. La verdad llegó de tus manos, de tus pensamientos, de tus razones y tu experiencia. Me confundí. Y no porque no lo creyera. No. Sino porque dejar atrás una mentira que me sabía a gloria la cambiaba por un futuro que me sabría aún mejor, pero que en el presente sabe más bien a incertidumbre... El sabor del cual me había hartado y que, a decir verdad, aún no me convence del todo... Tal vez a todo se acostumbre uno, pero ya no quiero comer más incertidumbre, su sabor es dulce y amargo y salado... Y picante... algo así como un café con azúcar, piquín y sal.

No dudo de tí ni del amor que te tengo, eso siempre ha sido cierto. Sólo sigo con la misma duda de siempre rondándome la mente... esa duda que me carcome las entrañas y pareciera darse un festín con ellas. Bien sabes que te amo y desearía que regresaras... Aún espero... Ahí viene otra cucharada de incertidumbre hacia mi boca. Espero no ensuciarme la playera, porque sé que es difícil quitar las manchas de ésta en la ropa.

Te amo y eso no ha cambiado...

martes, 19 de julio de 2011

1. De la resistencia al cambio

Te amo y eso no ha cambiado, sigue tan vivo como el primer día que te lo dije, como el primer día que te vi, como el primer beso, como la primera caricia. Te amo, no me arrepiento, aunque duele extrañarte, no me arrepiento de sentir lo que siento por tí.

Te extraño y extraño aquellas conversaciones de mil horas donde no había silencios incómodos, donde siempre había un comentario agradable, donde un "te amo" se escabullía de mis labios para llegar a tu oído y recibir un "te amo" de vuelta... Te parecerá absurdo y me parece irrepsonsable aceptar que tienes razón, que cuando me conociste, era gris y después dejé de serlo y posteriormente, me volví tan gris como al inicio... es cierto, todo lo que dices es cierto, pero como lo había dicho antes, eres tú quien llenó mi vida de color... Hoy soy un manojo de emociones reprimidas, un vacío, una sombra, un recuerdo... Hoy no soy quien era ni quien desearía ser... En realidad, ya no quiero ser... ya no quiero estar tampoco...

Sé que suena dramático y tal vez así lo sea, tal vez no nací para el mundo real, sino para uno telenovelesco y fingido, para uno donde los buenos son siempre buenos y los malos son villanos hasta su muerte. Tal vez nací para esos amores de algodón de azúcar cubiertos de chocolate y bañados con chispitas de colores... Por desgracia, ese mundo no existe y por ende, yo tampoco debería estar aquí, destruyendo todo lo que toco... ¿Sabes? Siempre me sentí como Midas, sólo que en vez de lograr convertir todo en oro al tocarlo, lo vuelvo añicos, lo vuelvo mierda... ¿Tendré razón o será otro episodio de dramaturgia en mi vida?

Creo fielmente que hay que llorar con una razón específica, darle un significado a cada una de las lágrimas que derramamos... pero admito que las últimas veces que he llorado, lo he hecho sin razones para cada una de mis lágrimas... tal vez las esté malgastando pero... ¿quién no despilfarra un poco en su vida? Sé que ya no debería llorar, pero mi psique no deja de atormentarme... Ahora me pregunto por qué jamás le puse un alto a mi mente que siempre me carcome y me rompe.

No, no lloro por llorar así como no amo por amar. Que cada una de las lágrimas ya no la considere individual sino relacionada con muchas otras, no significa que llore sin razones... Y hablando de amor, amo porque no hay nada mejor que pudiera hacer por la maravillosa persona que eres, por todo lo que eres... Aunque me duela amarte de lejos, aunque me duela amarte con restricciones...

Te amo y eso no ha cambiado.

martes, 21 de junio de 2011

Edana y Maireen

"Locura y amor tienen un matrimonio, no como el de tu madre con tu padre, Adela, éste sí es para siempre, éste sí es sincero".

Como era común, una tarde llegó mi abuela a la escuela por mí y fuimos a casa. Recuerdo que ese día no había nada para comer en la casa y mi abuela se dispuso a cocinar su sopa con todo, una especie de brebaje que incluso ella decía que era raro y que había aprendido a hacerla con una bruja que vivía en el pueblo donde creció.

Ahora que lo pienso, nunca supe qué ingredientes agregaba a la olla, pero el sabor, color y textura del guiso eran exquisitos. Sólo sé que esa tarde me puso a pelar papas y al final, creo que ni siquiera una papa tenía la sopa, porque las papas las hizo fritas y con catsup. Sin embargo, mientras preparaba la comida, mi abuela me contaba otra de sus historias fantásticas, de esas que no he podido olvidar hasta hoy y por eso es que la cuento hoy... La historia iba algo así:

Tus cuentos y películas, Adelita, siempre hablan de príncipes en corceles blancos, que combaten dragones, libran batallas, cruzan valles de soledad y peligro para estar con su princesa; pero siempre se olvidan de las mujeres que también lucharon, no por un príncipe, sino por una princesa también. (Sí, mi abuela siempre fue muy abierta con muchos temas a pesar de mi corta edad).

Cuentan que en tierras celtas, nació en el seno de una familia poderosa dentro de los clanes que conformaban su aldea, una niña llamada Maireen. Le pusieron ese nombre debido a que nació muy cerca del mar y también por la importancia que el mar tenía para su pueblo. Su nombre significaba estrella de mar.

Desde muy pequeña, Maireen mostró ser muy hábil en las artes de la caza como sus hermanos Macklin y Galen. En realidad, era mejor que Galen, pero siempre le fue difícil superar a Macklin en esos menesteres; a pesar de eso, Maireen siempre mantuvo una actitud positiva, aunque no le gustaba tener que aprender las manualidades que le enseñaba su madre. Ella prefería salir a buscar aventuras con su padre y sus hermanos que quedarse con su madre y hermanas a completar las labores del hogar.

Una tarde, salió de su casa junto con sus hermanos para ir de cacería, pero su madre la detuvo poco antes de partir para que ayudara con algunos quehaceres del hogar. Después de mucha insistencia y poca flexibilidad por parte de su madre, quedóse en casa para ayudar en las labores pendientes en casa. Poco después de haber terminado con sus deberes, pidió salir a caminar al campo, ya no podría alcanzar a su padre y hermanos porque llevaban ya muchas horas fuera.

Caminó por la campiña un largo rato pensando muchas cosas de su vida. A pesar de ser muy joven, nueve o diez años tenía, siempre fue muy madura; además de que en esa época, morían muy jóvenes. Anduvo por largo rato entre árboles y hierbas silvestres hasta que sintió no poder seguir y se sentó sobre un árbol que yacía en el pasto. Al parecer, un rayo había caído sobre él, lo que había provocado que cayera al suelo. Quedóse mirando al horizonte, no había mucho que hacer hasta que pudiera recobrar el aliento y regresar a casa y fue entonces cuando sintió que alguien tocaba su hombro izquierdo. Volteó hacia atrás y no vio a nadie, lo que le heló la sangre hasta que escuchó una risita burlona detrás de ella, pero al lado derecho.
-Hola, soy Edana , vivo muy cerca de aquí. Jamás te había visto, ¿cómo te llamas?- dijo una voz dulce y melodiosa que se materializó en una niña de cabellos rubios y ojos grandes y tan verdes como las esmeraldas.
-Hola, yo soy Maireen. Vivo lejos de aquí, en realidad, espero no haberme perdido ya- a decir verdad, Maireen nunca había sido buena para socializar debido a su alejamiento de la gente común y corriente.
-Maireen, ¿quieres jugar conmigo?- dijo la vocecilla, tímidamente.
- ¿Jugar? Sólo sé cazar, no sé hacer otra cosa mejor- dijo Maireen un poco seca.
- Juguemos a que tú eres un cazador y yo soy una terrible bestia que se comerá al pueblo si no me atrapas.

Ambas niñas rieron y corrieron por la campiña un largo rato hasta que comenzó a obscurecer.
-Creo que mejor me voy- dijo Maireen apenada- pero me divertí mucho. Gracias.
Dicho esto, la niña emprendió su camino de regreso a casa.

Al llegar a su casa, se dio cuenta que ya no se sentía igual, que realmente esa niña, tan similar a ella y tan diferente a la vez, sería una persona muy importante para ella, por lo que decidió seguir frecuentándola durante mucho tiempo, incluso después de haber pasado muchos años.

La tarde en que Edana celebraba su cumpleaños número 13, llegó Maireen con algo entre las manos.
-Toma. Es para tí- dijo al tiempo que alargaba el brazo y volteaba la cara, como si le avergonzara entregar lo que llevaba.
-Gracias, - dijo Edana sin realmente tomarle mucha atención hasta que vio que estaba hecho muy cuidadosamente.- Gracias de verdad. Seguro tu mami lo revisó antes de que terminaras, te quedó muy lindo.
- En realidad, lo hice con mis propias ideas, Por eso no quedó tan bien.
-¿Estás loca? Es el mejor regalo que pudieran darme- dijo al tiempo que se ponía el hermoso collar que acababa de recibir.

Maireen se quedó un rato platicando con Edana sin darse cuenta de la hora y volvió a casa poco después de haber obscurecido. Era lógico que, con los peligros que los depredadores del bosque suponían para una niña, fuera reprendida fuertemente. Sin embargo, eso tenía sin cuidado a Maireen que había regresado muy feliz, como en la vida se había sentido. ¿Qué sería aquello que la ponía tan feliz? ¡Edana! Edana era quien la hacía sentir tan alegre y en paz; era Edana quien la animaba aún si sólo estaba en su pensamiento, así pasaran muchas lunas sin verla.

Cuentan que una tarde, Edana fue a buscar a Maireen, pero no la encontró porque había salido de caza con sus hermanos. Decidió esperarla por horas enteras y comenzaba a obscurecer, fue entonces cuando Maireen apareció entre los árboles, pero al ver a Edana sentada en el pasto, corrió a esconderse tras unos árboles, pues no quería que la viera en esas circunstancias. A pesar de esto, Edana se acercó a ella con sigilo, la saludó, tomó sus manos y las besó.

Maireen no supo cómo reaccionar en ese instante y lo único más sensato que se le ocurrió fue responder con un beso en la mejilla que se convirtió en un beso en los labios de rosa que tenía Edana.


-Perdóname. No pude contenerme- dijo Maireen apenada y con un hilo de voz.

-Ni yo te habría pedido que lo hicieras- dijo Edana, sonriente.


Así fue como comenzó una historia secreta de amor, así como todos los cuentos viejos, Adela. De esas historias como la de Romeo y Julieta que luego te contaré...

Todo iba viento en popa hasta que los padres de Maireen se enteraron de la extraña relación que tenían las dos niñas y, para salvar el honor familiar, mandaron a su hija a vivir lejos de donde vivían, a que viviera sola y volviera sólo si cambiaba de parecer.


Cuentan también que Maireen no volvió jamás a casa, pero fue porque después de tres ciclos lunares, tocaron a la puerta de su pequeño hogar. Abrió lentamente la puerta y no pudo creer lo que sus ojos miraban.

-¿Cómo me encontraste?- preguntó asombrada, pero con una sonrisa en sus labios.
-Mi corazón me dijo hacia dónde ir. Sólo le hice caso y te encontré- contestó Edana tímidamente.
-Me alegra tanto que le hicieras caso- dijo Maireen al tiempo que abría la puerta para dejar entrar a Edana. Cerró la puerta y la besó en los labios.

La verdad es que no sé qué haya pasado después, Adela. Pero quiero suponer que tuvieron un "felices para siempre" como el de los cuentos que te compra tu mamá. Ahora a servir la sopa que se va a enfriar, Adela. Ayúdame a poner la mesa.













miércoles, 15 de junio de 2011

La madeja

"No todas son historias de desamor, decía mi abuela; así como tampoco todas las historias deben ser de amor , Adela."

Cuando era pequeña, mi abuela me contaba historias y cuentos, leyendas y mitos y locuras que se le ocurrían. A veces, las enmarañaba a todas en una sola historia, lo que terminaba siendo un reverendo revoltijo, pero siempre muy divertido. Alguna vez La Llorona terminó siendo la que iniciara también la leyenda del callejón del beso con un bailarín de ballet ruso y que, por malas pasadas de la vida, terminó bailando en un club nocturno.
Mi abuela nunca fue una mujer muy cuerda, aunque no por eso, dejaba de ser sensata. Sin embargo, a la hora de dormir, me contaba cosas que me era imposible dejar de imaginar y mi madre odiaba eso, porque después yo no dejaba de pedir más y más historias.

Aún recuerdo un cuento que alguna vez me contó. Fue de los pocos que no volvió a contarme, porque creo que no dormí en dos días y lo que restó de la semana, dormí con mi madre... la historia iba algo así:


Crista era una niña que vivía en Acámbaro, un pueblito muy pequeño, cerca de donde nació tu abuelo, Adela. Corría el año de 1915, donde vivía era una zona muy pobre y más después de la Revolución. La mamá de Crista fue soldadera y murió poco después de unirse a Zapata en la lucha, por lo que dejó a la niña huérfana cuando apenas tenía 8 años. Se quedó al cuidado de su papá, don Cruz, aunque, a decir verdad, fue Don Cruz quien quedó bajo cuidados de Crista, pues se volvió alcohólico poco después de la mala noticia y no había día que Crista no fuera por él a la cantina o lo buscara en las calles... Pero literalmente, en las calles, Adelita, ¡se caía al piso de tan borracho que andaba!

En fin, Crista dejó de salir de casa para jugar con sus amigos y en vez de eso, se quedaba a "zurcir" los pantalones de su padre, iba al mercado a comprar la comida (que por cierto, no sabía hacer, por lo que más de una vez, se quedaron sin comer o terminaban con una infección estomacal terrible), pero desde entonces, la pobre Crista dejó de lado su cuidado personal. Iba por poca agua al pozo, pocas veces se bañaba, no sólo porque no pudiera cargar agua, sino porque no le gustaba. Dejó de cepillar sus largas trenzas negras, en vez de eso, empezó a tener una madeja de cabello que parecía, incluso, tener vida propia.

Las señoras del mercado la invitaban a comer a sus casas, a que se bañara y también para peinarla, pero ella nunca aceptó que le tocaran el cabello; tal vez porque era el último recuerdo que tenía de su madre en la mente: cuando le trenzaba los cabellos. Incluso el peluquero se ofreció a cortarle las trenzas que, más que trenzas, parecían las serpientes de Medusa.

Su cabello crecía y crecía, y cada vez, estaba más despeinada. De buenas a primeras, sus hermosos ojos castaños dejaron de verse tras los cabellos que cubrían su cara. Su sonrisa, escondida detrás de un velo de cabello enmarañado...

Dicen en el pueblo que un día, Crista salió al mercado como de costumbre, pero que sólo la reconocían por los cabellos enmarañados, no porque pudieran verle a los ojos. Dicen también que su cabello incluso le cubría la parte superior del vestido y también parte de la falda, los hombros, los brazos... Cuentan que su cabello ya parecía ser un ente viviente sobre su cabeza y cuerpo.

Un buen día, Crista desapareció; nadie sabía dónde estaba, nadie escuchó hablar de la niña hasta que una tarde, Martina, una de las chismosas del pueblo, contó que la vio pasar y que tropezó a mitad del camino y que como un lobo que se lanza sobre su presa, su cabello la atrapó y no pudo deshacerse de la madeja que parecía crecer con cada movimiento que intentaba hacer...

Ya sé que es una tonta historia, pero eso no impidió que yo desarrollara una obsesión por cepillarme el cabello a todas horas hasta que un buen día, decidí llevarlo corto; tan corto que no hubiera posibilidad de que terminara con una madeja como la de Crista.

domingo, 5 de junio de 2011

Corazones

Cada día, muero un poco más; cada día, me siento un poco menos...

Dejé las cartas sobre la mesa. No quería saber más de mí ni del mundo, ya no quería perderme en las banalidades de la multitud; el ruido en mi mente era aún más fuerte que el ruido del centro de la ciudad en hora pico. Ya no podía llorar, las lágrimas ya no salían, se me habían secado los lagrimales una noche antes, después de dos o tres vasos de whisky.

Me senté sobre la cama y me perdí. No sé si por minutos o por horas, pero perdí la noción del tiempo. Agradecí haber estado alejada de la realidad, no sólo por poder evadirla y evadirme, sino porque así se me perdió un momento en la nada, tiempo que necesitaba que pasara más rápido, para no sentir, para no llorar, para no destruírme de a poco con cada minuto que pasaba.

Desdoblé un pañuelo que traía en el bolsillo del saco, lo desdoblé con cuidado y encontré dentro pedacitos de mi corazón. Sabía de antemano que no estaba completo, sabía que había caído al suelo en un descuido mío y resentido por tí, sabía que encontrar los trocitos faltantes, sería un asunto doloroso e innecesario...

Envolví de nueva cuenta aquél corazón que ya no latía, lo acerqué a mi pecho, de donde una vez salió para acompañarte a tí; ese corazón que creí querrías para siempre, ese corazón que no pareció ser suficientemente bueno o fuerte o grande o sensato... Ese corazón que no parecía estar cuerdo, pero era lógico que no lo estuviera si yo estaba loca por tí... Aún lo estoy.

Cavé un agujero en el jardín, un pequeño montículo de tierra quedó junto al zurco. Acerqué el pañuelo a mis labios y rodó una lágrima sobre mi mejilla, mojando el lienzo. Enterré el corazón, porque ahí era a donde pertenecía, era a donde debía ir. Ese corazón que me dio esta tierra, que se lo quede la tierra; ese corazón que me enmendó la humanidad, que se lo trague la tierra; que lo escupa la tierra, que lo vomite la tierra en forma de árbol y me regale frutos, muchos frutos. Que me regale corazones nuevos, corazones fuertes, hermosos, sensatos... Que me regale corazones vivos... tal vez uno de esos, sea suficiente para tí y suficiente para mí. Tal vez uno de esos, sea el corazón que esperabas y pueda regalártelo.

Mi mar

Soplaba el viento, las olas rompían en la playa con furia, golpeaban la arena, despojaban de algunos granitos a la playa, como si quisieran despojarla de su belleza. Tal vez eso era, las olas envidiaban a la playa. Tan cambiante pero tan estable... El mar, tan lleno de fuerza, pero también, tan cambiante como el clima.

Con la misma fuerza me golpea tu partida, con la misma desnudez de alma me dejas como las olas a la playa... No entiendo nada, no sé ya nada de mí. No sé nada del mundo, no sé nada de lo que pueda pasar mañana, o tal vez, simplemente no quiera saber... ¿En qué momento todo se acabó? ¿En qué momento el oleaje dejó entrever su ambición de ser Tsunami y desaparecer todo lo que había a su paso? ¿En qué momento te llevaste todo de mí?

domingo, 27 de marzo de 2011

El carpintero

- Mujer, prepara el café, esta noche será larga- dijo Jacinto desde el taller de carpintería en el anexo de su casa. No recibió respuesta pero sabía que su esposa, Graciela, lo escuchaba a la perfección.

Jacinto era un hombre alto y encorvado, de cabello entrecano, de piel enjuta y curtida por los años, los mismos años que le habían cansado las manos y los ojos y por lo que pensaba seriamente dejar de ser el carpintero del pueblo y dejarle el camino libre a la competencia.

Entró a su casa por el pasillo que conectaba con el taller. Sacudióse las manos y las ropas antes de pisar el tapete de la entrada. Abrió la puerta y caminó hacia la modesta cocina en donde había una mesa pegada a la pared y sobre la cual, una taza de café humeante le esperaba. Se sentó frente a su esposa que lo veía con extrañeza.

- ¿Qué pasa, Jacinto? ¿qué te tiene tan preocupado?- preguntó ella mientras tomaba de la mano a su esposo.
- Nada, mujer... nada- contestó secamente.
- Otro sueño de esos, ¿verdad? Aunque me lo niegues, sé muy bien que es eso- dijo ella compasiva.
- Es el hijo de los Robles. El que venía a aprender el oficio...- dijo mirando la taza frente a él. - Muere esta noche. El borracho de Pedro lo va a atropellar.
- ¡Ay, Jacinto!- dijo ella ahogando un grito- pero si es un chamaco.
- Por eso mismo me pesa, mujer- dijo él y sorbió de la taza. Bebieron café en silencio y él se fue al taller a terminar el ataúd que hacía para Damián Robles.

Dieron las diez de la noche, pero había terminado su trabajo dos horas antes. Tocaron a su puerta repetida y desesperadamente. Salió del taller y entró a su casa para abrir la puerta. Era el padre de Damián, llorando inconsolablemente, mientras entre sollozos le entregaba un fajo de billetes y pedía un ataúd para el más joven de sus hijos.

Jacinto volvió al taller y llevó el ataúd hasta casa de los Robles, donde velaban al muchacho.
- ¿De qué murió?- preguntó Jacinto a una de las vecinas para confirmar lo que ya sabía.
- Pedro lo atropelló de tan borracho que venía.
Después de dar el pésame a la familia, se fue a su casa. No había mucho que pudiera hacer ahí de cualquier manera. No era la primera vez que sentía esa frustración e impotencia, pero como siempre, volvió a casa y cansado; no tanto por cargar con el ataúd, sino de cargar sobre su conciencia una culpa que no tenía, por cargar con él lo que por años sólo había sido un secreto entre él y su esposa.

Nunca nadie supo de los sueños de Jacinto, salvo por Graciela, quien lo esperaba acostada pero despierta. Jacinto se recostó a su lado; no dijo nada, pero ella lo abrazó y en su regazo acarició los cabellos de él hasta que se quedó dormido, llorando como un niño.

Pasaron 3 meses en los que Jacinto vivió tranquilo y libre de remordimientos, pero una noche de junio tuvo otro de esos sueños que odiaba tanto. Despertó agitado, preocupado y muy triste. Eran las 5 de la mañana. Soñoliento caminó hacia el taller y comenzó a martillar, a confeccionar otro ataúd. Graciela entró al taller mientras Jacinto trabajaba y lo observó callada, recargada sobre el marco de la puerta, con una taza de café entre las manos.

- ¿Qué pasa, Jacinto?- preguntó ella en voz baja.
- Mariana, la esposa de Ponciano. Ella y el niño... - no pudo terminar la frase al formársele un nudo en la garganta.
- Viejito mío, no sufras. Si tienen que irse, es por algo...- dijo ella, compasiva.
- ¡Pero Mariana es una muchacha y el niño aún no nace!- dijo Jacinto en un hilo de voz.- Odio este trabajo, en estos casos, lo odio. Vivir a costa de la muerte ajena, no es vivir y menos cuando te lo anticipan.

Graciela dejó el café sobre la mesa de trabajo y entró a la casa, dejando a Jacinto trabajando en el taller. Cuando empezaba a caer la tarde, tocaron a la puerta y Graciela abrió para encontrarse a Doña Clara, la partera del pueblo.

- Aquí le manda Ponciano a su marido este dinero- dijo solemne- para que le haga un ataúd a Mariana y otro al crío. Ninguno de los dos aguantó el parto.
Dicho esto, Doña Clara se retiró y al mismo tiempo, iba entrando Jacinto por la puerta del pasillo con el ataúd de Mariana y el del niño dentro de éste.

Volvió Jacinto de la casa de Ponciano. Estaba desolado, como si fuera su culpa que las muertes sucedieran. Como si fuera un asesino arrepentido de sus actos. Con el ánimo desfalleciendo en él, se recostó en la cama hecho un ovillo. Graciela lo abrazó, pero él la apartó con ternura, como si no quisiera que ella sufriera lo que él estaba sintiendo; Graciela no insistió.

Pasó un mes y otro más sin novedades, sin sueños ni muertes que lamentar en el pueblo. Todo parecía ir viento en popa, incluso en vez de ataúdes, ahora hacía comedores para los recién casados y cunas para los recién nacidos. Todo parecía ir bien hasta que entró agosto.
El día 5 del mes soñó que hacía un ataúd, uno muy sencillo, soñó que veía a mucha gente pasar de negro, veía a muchos de los vecinos comentando del asunto, pero nadie le contaba nada. No sabía ni quién ni cómo había muerto. Sólo sabía que tenía que entregar ese ataúd... aunque ni siquiera supiera para quién era.

Despertó consternado, pero no le dio importancia porque no había visto quién era el dueño de esa caja mortuoria que había que entregar. Ese día, a pesar de la duda que sus ojos mostraban, pasó como los últimos, tranquilo. Sin embargo, comenzó a crear el ataúd aquél con el que había soñado, pero prefirió no continuar con él y se fue al bosque a caminar.

A su regreso, Graciela lo esperaba con una sopa de calabaza, pan y café. Cenaron en silencio, hasta que ella no pudo contener la duda y dijo:
- ¿Para quién es el ataúd que estás haciendo?
- No sé, mujer.
- ¿Cómo? ¿No sabes?
- No Chela, no soñé como otras veces- dijo él, con un ápice de duda en su voz.

Durmió esa noche tranquilamente y no fue hasta la siguiente semana que tuvo el mismo sueño, o al menos, casi el mismo sueño. Sólo que esta vez, pudo ver con horror que la persona que moriría, moría por golpearse la cabeza contra la acera; había perdido el equilibrio y con éste, la vida.

Despertó ahogando un grito, con la respiración agitada, preocupado y con lágrimas en los ojos. Creyó no haber despertado a Graciela, pero ella se incorporó y lo abrazó.
- ¿Qué pasa, mi viejito?- dijo ella preocupada.
- Soy... yo- dijo él con la voz entrecortada.
- Pero... ¿Cómo? ¿Dónde?
- Pierdo el equilibrio en la calle principal, me golpeo la cabeza y me muero.
- Pero...- ahogó un grito de horror y se calmó- vamos a ver, viejito mío, si eso pudiera suceder, entonces no vayas al centro hoy.
- Pero necesito clavos, mujer, ya no tengo material para trabajar.
- No te preocupes, déjame las indicaciones y yo voy con Fidencio para que me venda lo que necesites.

Las palabras de Graciela tranquilizaron a Jacinto e inmediatamente escribió para ella los encargos en un trozo de papel y después del almuerzo dominical, ella se cambió las ropas y salió hacia la plaza del pueblo, dejando a Jacinto un poco consternado, acostado en la cama y preocupado.

El viejo carpintero odiaba quedarse en cama, pero el miedo lo tenía petrificado y utilizó el pretexto para ni siquiera descobijarse. El sopor de la tarde comenzó a hacer mella en él y pronto comenzó a bostezar. Graciela aún no llegaba del encargo, así que optó por dormitar un poco en lo que su esposa llegaba.

Soñó de nueva cuenta el día de su muerte, pero algo había cambiado: en vez de caer y golpearse la cabeza, se soñó dormido, soñó a Graciela sacudiendo su cuerpo inherte y frío, soñó la pijama beige que traía puesta ese día y las mismas cobijas azules que lo cubrían. Fue el último sueño que tuvo Jacinto, sueño del cual no logró despertar.

Al llegar Graciela, entró a la recámara para encontrar el cuerpo sin vida de su esposo, bajó tan rápido como pudo al taller; el ataúd aún estaba sin terminar, tal vez por miedo a llamar a la muerte, tal vez por mera decidia. Lo cierto es que Graciela fue con Juan, el otro carpintero del pueblo para que terminara el ataúd que su marido no pudo terminar.

domingo, 20 de febrero de 2011

Te deseo

La obscuridad de la noche sorprendió de nueva cuenta a mis pupilas a la mitad de un sueño. Tengo tanto calor que mi frente está perlada con gotitas de sudor, la sábana no toca siquiera mi cuerpo, está tendida en el piso, cubriendo un cuerpo fantasma que muere de frío sobre las baldosas de mi habitación.

Mi respiración agitada delata los sueños recurrentes, un escalofrío con tu aliento recorre mi espalda: eres tú a quien sueño cada noche, eres tú quien me despierta en las madrugadas deseando tu presencia en mi cama, en mi piel,en mi vida, en mi alma. Eres tú quien agita mi corazón en sueños, quien me roba el aliento momentos antes de despertar y quien hace que ni el frío más brutal me afecte en absoluto.

Es cierto, deseo tus caderas bailando entre mis manos, tus ojos escudriñando mi alma, tus labios sofocando mi aliento, tus dientes arañando mis hombros, tus manos en mi espalda haciendo zurcos; es verdad, te deseo por cada milímetro cúbico de piel que tienes, por cada lunar y cada cicatriz. Es cierto que tengo sed de tu mirada y ansío el perfume de tu piel impregnando la mía. Si debo admitirlo, me declaro culpable de todos los cargos; sin embargo, mi declaración no termina ahí... Aún falta mucho por decir.

Si bien es cierto que muero de ganas por tu cuerpo incandescente, también es cierto que no es lo único que quiero... quiero más y siempre más de ti. Deseo con locura tus sueños, tus sonrisas, tus victorias y compartir contigo tus derrotas. Quiero ser esa mano que te levante y saber que soy el hombro donde se derramarán tus lágrimas; deseo tu aura, tu alma, tu esencia... deseo hacerme una contigo en un momento y en otro y hacerlo un hábito, de esos hábitos que corren el peligro de volverse vicios. Te deseo pero entera, deseo tus virtudes, tus defectos, tus errores, tus aciertos. Te deseo completa, sin miedos, sin trucos; te deseo en mi vida, te deseo desde la punta de tus pies hasta el extremo de tu mente; deseo tus secretos, deseo tus tormentos, deseo los pecados que en la vida confesarías... Te deseo a tí y sólo a tí, tal cual eres, sin máscaras, sin temores... Soy culpable... y no me arrepiento de desearte.

miércoles, 19 de enero de 2011

Si te digo que te quiero... Estoy mintiendo

Si te digo que te quiero y sonrío de la manera pícara como lo hago entre las sábanas, entre tus brazos y tus besos; te digo que estoy mintiendo.

Si te acaricio la cara y te beso los labios y te tomo la mano en la calle a obscuras y te vuelvo a besar, diciendo en un susurro te quiero... Créeme. Estoy mintiendo.

Si al enojarme contigo te miro con desprecio, se rebela una lágrima, te pido perdón y te digo que te quiero; debes tener por bien sabido que estoy mintiendo.

Si te regalo una mirada, una sonrisa, un beso, una caricia, un portazo o un balde de agua fría y después, una noche de besos de fuego y con voz entrecortada te digo que te quiero; de antemano sabes ya que estoy mintiendo...

Pero no miento porque quiera, sino porque mentirte hoy es la forma más sana de vivir; si te digo que te quiero es para que no huyas y pienses que muero por tí (aunque así sea). Si te digo te quiero es porque aún no tengo la licencia ni la cordura para decir esa otra frase que asusta a todos, excepto a los verdaderos amantes.

Te miento porque es la única forma en como he encontrado un poco de paz en mi interior, aunque te esté ocultando el fuego que quema mi alma, que brilla en mis ojos, que susurra en mi oído, que perfuma mis cabellos...

Te miento porque decir otra cosa, sería un pecado; te miento porque el no hacerlo, sería romper con un contrato tácito que tengo yo contigo y tú por mí; un contrato en el que aún creemos...

Te miento porque decir te amo aún me paraliza, a pesar de saber que estoy más cerca de esa premisa que de la anterior.

Sé que mi ser se ilumina al recordarte mirando mis ojos, mirando mi alma desnuda ante tus lindos ojos negros y es por eso, cariño (aunque no lo creas), que miento ante tí.

viernes, 7 de enero de 2011

... No aprendo

No aprendo a decir que sí cuando una respuesta positiva se espera de mí.
Aún no entiendo que debo sonreír de vuelta cuando me sonríen.
Todavía no me queda claro que no debería jugar con sentimientos ajenos... porque siempre termino inmiscuyendo los míos... fatales son los finales que me gusta escribir en mi diario de vida.

Después de tanto tiempo, sigo siendo tan estúpida, tan ingenua, tan descarada y desleal... incluso desleal a mis ideas, a mi alegría, a mi propio ser... Desleal a esta alma que desde hace mucho se fue y que nisiquiera por respeto al recuerdo le soy fiel...

Todavía no aprendo a besar sólo un par de labios, a desear sólo una piel y a amar un sólo corazón... aún no aprendo que mi mente no va con esta sociedad que asfixia y corrompe a la vez; que juzga y mata... que enferma... que llora y sufre por los mismos tormentos que ella misma ha causado...