¿Será que se lee muy enfermo? ¿Será que no soy normal? ¿Cómo la gente puede tener más metas durante su vida si lo único seguro que se tiene es la muerte?
***
Nadie sabe si estoy o no. Leí un libro a media tarde y no quise prender la luz para seguir. Fumé un cigarrillo en la ventana para no esparcir el humo dentro de mi recámara. No prendí el radio, no prendí la tele. Mi teléfono se quedó sin pila y el cargador sigue buscando su camino a casa (es mi eufemismo para decir que no sé en qué pocilga lo dejé).
Sonrío amargamente, ninguna luz me ilumina pero no tropiezo. Mis ojos dibujan en la obscuridad cada objeto, cada obstáculo en mi camino para no tener que alumbrarme ni con el encendedor.
Inhala, exhala.
Me siento en el piso, no hay objetos punzocortantes, según recuerdo. Siento la paz que respira quien está y no está en ningún sitio. Mis manos sobre mi cara me cubren de la obscuridad que reina dentro de esas cuatro paredes. Comienzo a sollozar y me espanta darme cuenta que se oye el eco de mi respiración entre mis manos. Seco mis lágrimas, no hay por qué llorar. Y si así fuera, pareciera ya no valer la pena.
Me levanto y siento el piso frío bajo mis pies y siento igual cómo la piel de la planta del pie derecho va abriendo paso, poco a poco, a un objeto frío y alargado. Ahogo un aullido de dolor y casi inmediatamente, empieza a brotar un líquido viscoso y tibio. No veo nada. No quiero prender la luz.
Cojeando, llego a la cama y mi pie percibe una brisa extraña, una humedad combinada con el aire que el poco movimiento le proveen. Ya no hay vidrio, levanté el pie del suelo con suficiente rapidez para que no me hiciera más daño.
Me recosté en la cama, cubrí mi cuerpo hasta la coronilla con las cobijas. Un resoplido casi involuntario se me rebela y no sé si cabrearme más por la razón de este o el hecho de haber hecho ruido.
Descobijo mi cara y mi tronco. Me arrastro sobre la cama. Parte de mi cuerpo queda colgando de un costado de la cama. Estiro el brazo izquierdo, alcanzo un cilindro del tamaño de mi palma. Me arrastro hacia atrás para reacomodarme.
Abro el frasco intentando no hacer ruido, incluso aunque nadie pudiera escucharme. Lo inclino y siento una granizada en la mano, pequeñas pastillas que caen sobre ella.
Trago una pastilla, trago otra más. El frasco estaba lleno y ahora está vacío. Me arrebujo entre las cobijas. Ya casi es hora.
Sonrío, descanso.
Inhalo, exhalo y me dejo llevar, sin hacer ruido, al país de Nunca Jamás.