L' anima sparita

L' anima sparita

lunes, 30 de abril de 2012

El trato

Soliloquio nocturno, taciturna yo. Hecha un ovillo en mi cama, con la sábana rozando mi fría piel. Entro en  trance mientras repito tu nombre una y otra vez como un mantra, esperando que, de no hacerte aparecer mientras esté en vela, al menos sí te haga aparecer en mis sueños.

¿Qué me has dado? Es imposible no pensar en ti. Te has vuelto lo primero en lo que pienso al despertar, lo último que pienso al dormir y lo único que quiero soñar. Tu nombre me envuelve, tu esencia me arrastra, tu recuerdo impregna mi mente y mis manos, mi pálida piel... Sonrío complacida, como si estuvieras aquí besando cada lunar que dibuja, junto con otros, un patrón que sólo tú conoces. Mi sonrisa ya es indeleble en mis labios, estos labios que susurran tu nombre, que besan tu boca en pensamientos, en sueños, en ilusiones... que besan tu boca cuando estás cerca y cada instante que pueden...

Te pienso y todo tiene sentido, te recuerdo y el caos regresa al orden natural, te deseo y mi mundo termina de cabeza nuevamente... La espera a veces me clava pequeñas agujas, agujas de un reloj que pareciera haberse detenido para no permitirme verte pronto...

¿Qué me has dado? No hablo de otra cosa que no sean tus gestos al hablar o tus comentarios en una conversación o de tu piel, de tus manos, de tu cuello, de tus brazos, de tu vientre. Eres mi tema favorito y pareciera que todo el mundo está interesado en la forma en como me tienes embelesada.

Nadie entendería ni en mi propia piel, lo que siento por ti  y no espero que alguien logre descifrar la profundidad del amor que te profeso, no pretendo que alguien comprenda la gratitud que te tengo o la fidelidad que mi alma y mi cuerpo están dispuestos a entregarte. No espero que nadie entienda nada, porque no es necesario, porque no les incumbe. El trato es contigo y sólo contigo, el trato que tengo es un compromiso contigo en el presente y con nosotras en el futuro. Si el mundo no comprende, para mí, mejor. No necesito de un montón de personas entrometidas que sólo podrían juzgar y lastimar o fracturar. No necesito que nadie más esté enterado de lo mucho que te amo... Sólo tú.

martes, 17 de abril de 2012

Reflexión 1

El viento me susurra tu nombre, me acerca el perfume de tu piel ¿o será el recuerdo y el deseo de tenerte cerca? Me siento en mi mecedora como lo hacía cuando era una niña. Me siento a pensarte, a besarte en recuerdos, a sonreír como idiota, a soñar despierta. Regreso a mi habitación sola, obscura y desordenada. Una calma sepulcral la habita. No estás. No está tu risa, no está tu voz, no están tus caricias rompiendo el silencio con mi respiración agitada. No estás.

Prefiero volver al ensueño, prefiero volver a esa realidad que se crea mi mente, a esa realidad que me conviene, a esa realidad que sólo es posible en fantasías, en recuerdos, en deseos tan vívidos, tan llenos de amor, tan llenos de caricias y secretos, de miradas furtivas y abrazos fantasma. Prefiero enredarme en tus brazos, ensortijar tu cabello y besarte en mi imaginación, porque si dejo que la lúgubre apariencia de mi recámara me atrape, no habrá poder humano que me vuelva a la vida.

Te susurro un "te amo" deseando que el viento haga lo propio y lo lleve hasta ti. Te doy un beso que, si el viento sopla a mi favor, llegará a ti minutos antes del alba. Si es benevolente, te despertará y te dará los buenos días por mí, pero sabrá guardar las distancias necesarias sabiendo que sólo es el mensajero, el portador. Mis brazos rodean la nada, imaginando que es tu cuerpo el que se encuentra entre ellos. Por primera vez en mucho tiempo no tengo frío...

Y cuento las horas y cuento los pasos y las estrellas de la sopa. Y cuento las nubes y los autos rojos y los minutos que faltan para poder verte de nuevo. Y cuento mis cabellos y cuento mis pestañas y cuento tus sonrisas en mi memoria y cuento los besos que no te he dado. Cuento una y otra vez las mañanas que no he estado a tu lado hablando de los recuerdos que sólo tengo como reflejo de los de mi madre. Y cuento las noches que no he podido abrazarte y escucharte decir que me amas...

Y cuento los "te amo" que me he callado, los que te he guardado, los que jamás diré. Si lo cuento todo es porque te amo y porque con esas cuentas, realmente sé que te amo con todo mi ser. Sé que te amo con mi única neurona, sé que te amo con mi único páncreas, con mis dos pulmones, con mis dos orejas, con mis dos piernas. Sé que te amo con mis cuatro ojos (mi armazón también te ama), con mis veinte dedos, con mis ciento treinta y tres lunares, con mis cincuenta mil doscientos cuarenta y siete cabellos, con mis millones de defectos...

Te amo desde siempre y para siempre, te amo porque sé que amarte es lo mejor que podría hacer en mi vida. Te amo porque es la mejor idea que haya tenido en mucho tiempo, te amo porque eres la mejor idea que se le pudo ocurrir al Universo.

viernes, 13 de abril de 2012

La flor

El viento sopla...
La vela se apaga.
El frío acecha.

La madrugada sola...
El vacío inquieto.
La soledad que grita.

El curso del tiempo...
La sonrisa fingida.
El corazón que muere.

La flor marchita...
El cielo que llora.
La duda en el aire... la duda en el alma.

jueves, 5 de abril de 2012

Agua


Recuerdo la única vez que decidimos bañar a Hobbs en el jardín. Hacía mucho calor, era un día de mayo en los que el cielo está despejado y las nubes son como el algodón deshecho, apenas unas pequeñas fibras que matizaban el profundo azul del cielo. Renata estaba regando el pasto mientras que yo acomodaba dentro del refrigerador las cosas que acabábamos de comprar en el supermercado.

Salió Hobbs al jardín a hacerle compañía y también, para beberse el agua que emanaba de la manguera. Sin embargo, y por cuestiones que nunca entenderé (pero siempre agradeceré), Hobbs comenzó a rascar la tierra, a levantar el pasto y a enlodarse de patas a cabeza. Se revolcaba en el lodo a pesar de las llamadas de atención de su parte y, al escucharla vociferar, salí a ver qué sucedía.

-Ese Hobbs que se puso a rascar la tierra y ahora está todo enlodado.
- ¿Y si lo bañamos?- le dije- El día está muy bonito, el aire está tibio y se secaría con el sol.

A ella le pareció buena idea, pues tampoco queríamos que la casa se llenara de lodo por culpa de Hobbs y tener que limpiarlo todo de nuevo sería un fastidio. Entré a la casa y subí por todo lo necesario para bañar al gran danés gris que teníamos por hijo. Bajé con toalla, shampoo, cepillo y pelota para entretenerlo, aunque en realidad, no era del todo necesario, pues siempre dijimos que, de no ser perro, debía ser un sirenito o un pez globo, pues era amante nato del agua.

Hobbs comprendió de qué se trataba el asunto cuando me vio salir con su toalla y el shampoo y se echó a correr. Acerqué una cubeta a la manguera para llenarla y hacer la labor más fácil a la hora de enjuagarlo.

Me acerqué a Renata, su pálida y hermosa piel comenzaba a enrojecerse por el sol. Sus mejillas sonrosadas invitaban a besarlas sin parar y sus hombros atraían hacia ellos otros tantos besos para calmar el fuego que los enrojecía. No pude evitar besarla. Su boca siempre me ha parecido una enorme tentación. Esos labios suyos tan carnosos, tan suaves invitaban a probarlos y yo teniendo la fuerza de voluntad tan débil, no podía negarme.

Poco después, el agua comenzó a brotar a borbotones de la cubeta y terminé con los pies empapados. Creí que era una señal, así que solté a mi novia de entre mis brazos y busqué a Hobbs. El muchachito se había quedado pecho tierra, escondiéndose tras unos alcatraces que crecían del otro lado del jardín. A regañadientes, me siguió y llegamos al lugar donde pretendíamos bañarlo. Renata humedeció el gris pelaje de Hobbs con la manguera mientras yo lo detenía. Los daños colaterales eran de esperarse: terminé casi tan mojada como el perro. A Renata parecía haberle hecho mucha gracia que yo estuviera empapada así que corrí a sus brazos y la estrujé contra mi pecho. Era un empate.

Parecíamos dos niñas a la mitad del jardín, comenzamos a echarnos agua, aunque yo tenía las de perder, pues sólo contaba con mi cubeta de agua mientras que ella me mojaba a chorro limpio con la manguera. Sin más, hice mi ataque al estilo Hiroshima. Levanté la cubeta y la bañé de pies a cabeza.

Su blanca playera dejaba poco a la imaginación. Sus shorts se habían ceñido a su piel y hubo un momento en el que no supe si era el calor del día o si era mi cuerpo el que comenzaba a hervir. Para bajarme los calores, o al menos para intentarlo, ella se vengó rociándome para que de mis brazos y mis piernas escurrieran pequeñísimos ríos de agua.

Mi mente borró la razón por la que habíamos terminado como un par de chiquillas jugando a las "guerritas de agua", Hobbs había desaparecido por segunda vez pero para su buena suerte, yo ya no pretendía buscarlo. Me acerqué a Renata y su mirada tímida y lasciva a la vez, me invitaba a perderme en ella y así lo hice.

Comencé a besarla y mis manos recorrieron su espalda. Tal vez la contagié, pues sus manos comenzaron a acariciar mis brazos y a subir por mi espalda. Besé su cuello lentamente y sentí cómo se estremecía de placer. Besé su mentón y su oreja y ya no pude parar. Besé sus hombros y mis manos recorrieron su abdomen.

Comencé a bajar por su pecho besando cada milímetro de piel, acariciando cada centímetro de su ser. La pared fue amiga y confidente de esa tarde y también, por qué no decirlo, el apoyo para que ninguna de las dos fracasara en el intento de amarnos en el jardín de la casa...

Recuerdo esa vez que intentamos bañar a Hobbs en el jardín de la casa... y lo recuerdo porque nunca más lo volvimos a intentar... Al menos, no bañar al perro.


miércoles, 4 de abril de 2012

Estaciones

Llovía. En mi alma llovía y mis ojos se empañaban de lluvia del alma. El verano había llegado a mi alma. Todos los días, lluvias torrenciales emanaban de mis ojos, inundación de pañuelos, cubetas llenas de tristezas, de llantos vertidos en recuerdos, en amargas memorias, en dolorosas emociones. El verano estaba en mi faz. Mis labios eran las nubes que no permitían que mi sonrisa solar regalara su calor y su luz al mundo de gente que conocía o pudiera conocer. El verano en mi alma apenas era el comienzo de una larga agonía con destino a la verdad.

Otoño llegó y se apoderó de mi corazón. Cada día, una hoja menos del calor y color que en él había. Se marchitaba, perdía su frondosidad. Los fuertes vientos del desasosiego se llevaban uno por uno los pequeños retoños de mi casi estéril corazón. La savia de mi sangre ya no era suficientemente nutritiva para mantener a este degradado corazón en pie de lucha. Los fuertes vientos del otoño cardíaco me robaban a cada instante, un poquito de vida, me regalaban un poco de fría soledad, de helada muerte anunciada.

El invierno implacable llegó y me sumergió de pies a cabeza en frías aguas que en poco tiempo, se volvieron témpanos de hielo que se solidificaban un poco más a cada momento. Mis manos, mis brazos, mi pecho, mis labios, mis pies y mis piernas estaban en el grado de congelación suficiente para no volver a sentir, para no volver a abrazar, para no correr tras los pasos de nadie, para no volver a besar o pronunciar ningún nombre que me helara la sangre y congelara en mis mejillas lágrimas agridulces de bellos recuerdos que sólo podían ser recuerdos.

Y llegaste tú, mi primavera. Mi primavera vestida en mil colores, llena de vida. Iluminaste con tu luz mi camino, irradiaste paz en mi vida y le brindaste a mi existencia el rocío de la vida que me ha vuelto a la vida. Mi corazón-árbol retoña, mis brazos, mis piernas, mis manos, mis labios se descongelan de a poco y con ello, un manantial de emociones surge de mí. Las lágrimas lluviosas de verano se han ido, pero en su lugar, han quedado algunas lloviznas de felicidad cuando siento la brisa de un "te amo" sobre mis labios y un beso de luz que toca mi alma.

Vuelve a la vida mi vida; vuelve a la luz mi alma, mi fe, mi cariño. Mi corazón comienza una bella y fructífera vida, donde cada día, cada año, renovará sus hojas, renovará sus sueños, renovará mi alma, mis días, mi amor por ti.

lunes, 2 de abril de 2012

Amor en tecnicolor

Despertar. Gris mi almohada, grises mis sábanas, grises las cortinas, gris la alfombra, gris el techo. Gris el baño, gris la ropa, el piso. Grises mis perros, grises las vidas, las almas, los vientos. Cada tonalidad, cada matiz del gris pasaba frente a mis ojos, la escala de grises era mi vida, mi vida era una escala de grises.

La mirada, la vida, los pensamientos, el sueño, el hambre, el enojo tan grises como mi cielo. Mis ojos, mis labios, mis piernas, mis brazos, mi abdomen, mi cuello, mi sexo, mis párpados tan grises como el sol.

Mi familia gris, el árbol fuera de la casa, el patio enmudecido y gris, tan gris como las golondrinas del verano o los nidos vacíos del invierno. Tan grises mis pasos, tan grises mis venas, tan grises los semáforos, los paraguas y los aguaceros. Tan gris el cemento, tan grises las ratas, tan grises las tuberías, tan grises como un schnauzer sal y pimienta...

Todo era gris hasta que apareciste con tu pincel y tu paleta de mil colores que llenaron mi vida de amor y luz;
de luz y felicidad;
de felicidad y paz;
de paz y deseo;
de deseo y sonrisas;
de sonrisas y besos;
de besos y caricias;
de caricias y labios;
de labios y manos;
de manos y miradas;
de miradas y colores...

Colores como los que nunca había visto. Colores tan vivos, tan llenos de magia, tan llenos de ti.
Colores que alimentaron mis ojos, alimentaron mis manos, alimentaron mi cuerpo y, por si fuera poco, alimentaron mi alma. Colores, colores y más colores, tantos que creaban muchos más al plasmarse en las paredes, en las colchas, en los lunares, en las plazas, en los cielos, en tu boca, en mi lengua, en tus mejillas, en mis pies, en tu casa, en mi piel, en tu abdomen.

Rojo carmín, verde limón, azul turquesa, amarillo canario, lavanda, durazno, salmón, anaranjado, púrpura, marrón... Colores alegría, colores belleza, colores amor, colores primavera, colores de prisa, colores a tientas, colores en sueños, colores en pasos, en días, colores en frutos, en rosas, en vida... Colores que vibran.

Porque desde que estás en mi vida, no necesito más que poder tener la oportunidad de seguir pintando contigo el mundo, coloreando el mundo, disfrutando el mundo. Viviendo el mundo. Pintándolo en tecnicolor.

Porque después de un tiempo, perdí el miedo a amar y comencé a vivir. Porque desde el momento en que te conocí, supe que serías en mi vida la mejor persona que pudiera conocer. Porque gracias a ti, amor, sé el verdadero sentimiento, el verdadero significado del amor. ¡Te amo, hermosa!

domingo, 1 de abril de 2012

Hasta que el tiempo deje de ser tiempo

Podría pensarse que lo mío es exageración, podría el mundo creer que es una mentira y podría incluso interpretarse como una locura, pero si he de ser sincera, nunca he estado del todo cuerda y dudo estarlo alguna vez, y más si partimos de la idea de que el enamoramiento es una especie de locura, una exaltación del estado normal del ser, pues estoy enamorada y, sinceramente, no deseo dejar de estarlo.

Es tan bonito ver todo con una percepción diferente, como si todo tuviera razón de estar, de ser, de existir. Es como si todo tuviera sentido de pronto, como si la escala de grises en la que vivías, se coloreara de pronto, todo parece tan vivo, tan lindo, tan nuevo a pesar de ser lo mismo que acostumbrabas ver en tu camino diario.

Tal vez el mundo crea que es demasiado pronto para sentir lo que por ella siento, pero si en el amor no hay edades y la edad es una forma de medir el tiempo, me hace suponer que el tiempo en el amor o para el amor es tan exacto que sólo él se entiende y sólo él sabe en qué momento llegar y en qué momento escapársele a uno de la boca atemorizando o enamorando más a la persona en cuestión.

Es hermoso saberse capaz de sentir y, más aún, capaz de elegir de entre lo bueno, lo mejor y con esto quiero decir, elegir a la persona que realmente complementa tu vida; que acepta tu locura, que te abraza en la madrugada para dormir, que te besa al despertar, que puede reír contigo o sentir tristeza y ser tu apoyo cuando no ha sido el mejor día de tu vida. Es hermoso saber que está contigo, que estás con ella, que están... Que están.

Es probable que el mundo no entienda cómo me siento después de tres meses de conocerla y dos de que sea mi luz, mi cómplice, mi alegría, mi fuerza, mi paz. Es probable que nadie sepa a lo que me refiero y sinceramente, la única persona que me importa que sepa cómo me siento, lo sabe ya o al menos, tiene una idea. Si el mundo entero pretende juzgar mi amor, mi sentir y mi posible actitud precoz, por mí que lo hagan, porque si de algo estoy segura es de lo que siento por ella, de las ganas que tengo de tenerla en mi existencia hasta que no quede ninguna margarita en el mundo, hasta que no haya más luz de Sol, hasta que nuestra galaxia sea tragada por un hoyo negro o hasta que el tiempo deje de ser tiempo.

Y sin otra cosa por el momento, sólo diré que te amo con todo mi ser.

El circo de la vida

Un día de estos en los que las calles no están concurridas, en las que los parques están llenos de vacío y los restaurantes están a reventar de sillas sin ocupar y mesas sin gente, con meseros ociosos sentados mirándose las uñas, recogiendo grano a grano los granos de sal que ellos mismos esparcieron sobre la barra que conecta a la cocina, un día de estos en los que el alma está vacía y lo único que queda es sonreír falsamente a quienes no notan, o no les importa, que la sonrisa no es otra cosa que una máscara más, sentí muchas ganas de pasearme por el centro de esta gran ciudad y así lo hice.

Admito que entré y salí de un par de museos y de otro par de galerías. Compré un helado y mientras caminaba, seducía con mi torpe toque sobre la crema congelada con sabor a vainilla y tal vez, a uno que otro despistado y tal vez, a uno que otro urgido. Me acerqué a la sombra de un aligustre con forma de campana independentista y me senté bajo sus ramas, sobre la jardinera que lo rodeaba para acabar con mi lujurioso helado que había causado revuelo en los peatones, turistas o endémicos de la región.

Poco tiempo después, reanudé mi andar por las calles de mi pútrida ciudad, entre mis compatriotas cegados por el calor y cegados, también por un mal gobierno y por las excusas que todos nos creamos de vez en vez para sentirnos menos culpables. Caminé, no sé si veinte minutos, una hora o diez, el punto es que llegué a un callejoncito que a la entrada tenía un anuncio de esos que abren en "A" que decía:

ÚLTIMA TEMPORADA DEL CIRCO DE LA VIDA

Tenía tantos años de no entrar a un circo que, por mera curiosidad, y también por extremo ocio, me dirigí al fondo del callejón donde decía estar el circo. Llegué a un edificio con un portón viejo de madera. Estaba cerrado y pensé que tal vez el destino no tenía preparado para mí estar en un circo de nueva cuenta. Justo cuando iba a marcharme, la puerta se abrió y tras ella, se asomó un hombre con mirar sombrío, voz grave y enjutas pieles. Me invitó a pasar con un ademán. Admito que sentí terror al verlo a él y notar que el edificio a donde acababa de entrar, era uno muy lúgubre, frío y con un aroma que mezclaba el olor a libros viejos, a hospital y a putrefacción animal.

El hombre se colocó detrás de un escritorio alto que apenas si me permitía ver su calva cabeza agachada. Saqué mi cartera para buscar dinero para pagar el boleto, pues a pesar de que no me sentía cómoda en ese sitio, él ya se había tomado la molestia de abrir la puerta y atenderme. No pasó ni un minuto cuando me entregó un boleto amarillento. Yo extendí sobre el escritorio un billete de tres dígitos pero él no lo aceptó señalando la parte baja del boleto donde decía "entrada gratuita". De nueva cuenta, hizo un ademán que me mostró las escaleras. Le agradecí y comencé a subir los escalones en aquél edificio tan mal iluminado.

Llegué al primer piso y los vidrios de las ventanas hacían que el cuarto tuviera una tonalidad verdosa. Mi nariz ya no respingaba por el cocktail aromático que podía percibir. La habitación era enorme y con cada paso, se generaba una nota diferente en el piso de madera que crujía. Me encaminé al fondo del salón y crucé una puertecita que daba a otro salón aún más grande.

Las jaulas dentro del salón no tenían otra cosa que personas comunes, tan comunes como aquellos que había visto pasar ante mis ojos abajo, en la calle. Me acerqué a la jaula más próxima y comencé a observar fijamente a la mujer que la habitaba, intentando encontrar algo que tuviera de particular pensando que era un circo de malformaciones o enfermedades degenerativas y que atrofian músculos, huesos o articulaciones, pero nada de eso lo tenía ella. Me acerqué a la ficha que, presumí, tendría la descripción de lo que estaba intentando descifrar.

"La mujer con el corazón más frío del mundo. Su corazón se congeló después de creerse incapaz de amar, de perdonar, de sentir siquiera dolor".

Sonreí porque el asunto me pareció tremendamente cómico, sobre todo porque jamás había ido a un sitio con tan poca imaginación para exhibir seres humanos como piezas de museo o como adefesios que atraen al morbo, pero al instante se me borró la sonrisa al ver en los ojos de aquella mujer una tristeza que está a punto de derramarse en lágrimas, en lamentos y dolores, pero no hubo nada. Como si aquella mujer fuese de cera, porque ni siquiera se movió.

Caminé un poco intrigada hacia las otras jaulas y en una de ellas se encontraba un hombre de estatura promedio y enseguida, para no perder el tiempo buscándole razones, me acerqué a la ficha descriptiva que decía " Enanismo emocional. Este hombre tiene la peculiaridad de ser incapaz de expresar su sentir. Su familia lo ha echado de casa y sin espetar nada, sin expresión en el rostro, se alejó de allí".


Sentí tanto dolor al darme cuenta que su mirada estaba perdida y su rostro desencajado, pero parecía llevar a cuestas una loza de alguna piedra muy pesada, pues estaba encorvado, seguramente, por cargar a cuestas culpas, miedos, remordimientos e incapacidad para expresarse con sus hijos, con su esposa, e incluso, si es que las tuvo, con sus amantes.

Caminé un poco más y encontré a un muchacho que parecía ser contemporáneo mío. Su mirada estaba perdida en la nada, su rostro inexpresivo, su cuerpo inherte. Su mano parecía estar deteniendo el aire que se encontraba frente a él y la ficha descriptiva decía "El domador de risas. Este hombre es capaz de ver reír y ver llorar a cualquier persona a su alrededor pero jamás se verá que refleje algún tipo de sensación o emoción".

Sentí pena por él y por un momento me pregunté si yo sería capaz de no sonreír, de no llorar, de no sentir. No dije nada y seguí a la última jaula del salón. Me extrañó que, al caminar a su lado, verla vacía. Sin buscar demasiado, preferí leer la ficha primero para después entender. "Adivina quién soy?" Decía la ficha y mi sorpresa fue enorme al pararme frente a la jaula y ver dentro de ella, un espejo.

Quise sonreír, pero no pude. Quise llorar y las lágrimas no me salieron. Quise gritar pero se ahogó en mi garganta, seguro el grito no sabía nadar y se ahogó con las lágrimas extraviadas. Me sentí incapaz de expresar cualquier tipo de sensación, miedo, angustia, enojo o frustración. ¿Qué me había pasado? Di dos pasos hacia atrás y después salí corriendo. Bajé las escaleras lo más rápido que pude. Ni siquiera me di cuenta si el hombre que me había recibido se encontraba en su escritorio.

La luz de la calle me encandiló, pero sentí un gran alivio cuando el viento comenzó a soplar y barrió mi cara. Grité, no con horror, sino sintiéndome viva, aliviada y feliz, no por lo que acababa de ver, sino por la oportunidad que tuve de volverme consciente de la magnificencia de sentir.