L' anima sparita

L' anima sparita

lunes, 27 de septiembre de 2010

Catarsis I

"La fuerza del carácter con frecuencia no es más que debilidad de sentimientos" Arthur Schnitzler.

Y es en este momento que me doy la oportunidad de quitarme la máscara por un momento, respirar profundamente y dejar mis miedos de lado, porque ya no tiene caso, porque no hay razones o motivos para seguirlos guardando tan cerca del pensamiento, tan aferrados a la razón sólo para darme cuenta que podría ser lo mejor dejarte descansar en paz... al fin.

No sé qué decirte, no sé si te amo tanto que odio el hecho que te hayas ido. Apenas empiezo a entender que no fue tu decisión y que luchaste contra todo para no irte... sin embargo, no hubo mucho por hacer y terminaste con la misión que tenías por cumplir. No sé si te odio por haberme dejado con tantas preguntas en la punta de la lengua, con tantos te quiero a lo largo de mis brazos, con tantos recuerdos por compartir, con tantas lágrimas por llorar...

No sé si lo que me duele es darme cuenta que soy tan egoísta que prefiero seguir enojada contigo para no aceptar que fui yo quien no quiso estar contigo esos últimos días, quien se negó a estar junto a ti con el pretexto de querer recordarte como la persona íntegra y alegre que siempre conocí... Es tiempo de dejar de lado a los culpables, porque este será un caso sin resolver. Hoy quiero agradecerte tantas cosas, tantos recuerdos, tantas sonrisas, tantos sabores, colores, texturas... Gracias por tanto amor, por tanto cariño, por tanta ternura, dulzura y sonrisas, por tantos galones de emoción que se quedó enfrascada para vivirla juntas...

Gracias, Paty, por ser una persona tan única, especial y tan importante que aún lloro.
Gracias, Paty, por enseñarme que sonreír es una responsabilidad tan grande que aún me da miedo aceptar.
Gracias, Paty, por compartir conmigo 21 años maravillosos, tal vez un poco más.
Gracias, Paty, por confiar en mí, por permitirme ser parte de tu familia, por permitirme agregarte a mi pequeño mundo.
Gracias, Paty, por ser amiga, tía, mamá, cómplice, cocinera, niñera. Por teñir perros de colores y limpiar batidillos de una mocosa hambrienta, por ser la tía consentidora.
Gracias, Paty, por el paseo en limosina, me sentí tan grande ese día en tu boda.
Gracias, Paty, porque has sido un ejemplo a seguir, un orgullo.
Gracias, Paty, por los recitales de ballet, las fiestas de cumpleaños, los arroces verdes y los yogures con búlgaros... Por los Años Nuevos y las Navidades que no tienen un botón de pausa o para rebobinar.
Gracias, Paty, porque me dejaste quererte como a nadie y por el saludo cálido, incluso con las llamadas más sencillas...
Gracias por seguir en mi vida, por dejar tantas enseñanzas, tanta luz, tanta paz y tanto amor en mi vida.
Gracias, Paty, por compartir tu vida conmigo, por ser más que fotos en una pared y recuerdos en una canción.
Gracias, Paty, por llenar tantos días de alegría, de colores y collares, de tardes de La ley y el Orden, de paseos por el outlet.
Gracias, Paty, por regalarle a esta vida dos más. Por brindar luz a tus hijos, tus hermanos, tus sobrinos, por seguir brillando, aún estando en donde estás.
Gracias, Paty, porque tu existencia significó una bendición en la mía, porque sigue siendo un honor y un privilegio del que siempre estaré agradecida, el haber compartido un sinfín de anécdotas.
Gracias, Paty, por no resumirte en 15 frases, porque tu existencia es más que eso, porque aún eres, porque seguirás siendo, porque te seguiré queriendo a pesar del tiempo y la distancia, a pesar de la vida, la muerte y las ganas de no dejarte ir.
Gracias, infinitas gracias, por ser esa persona que sigue doliéndome tanto, a pesar de los días y los meses... y seguramente, a pesar de los años que están por venir.

Sé que algún día, estaré contigo... no sé la fecha ni la hora, sólo sé que espero con ansias ese día... love you forever...

jueves, 9 de septiembre de 2010

Fantasmas de colores

"Fotografía. Fracasar. Fracción. Fractura. Fragancia. Frágil. Fragmento."
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I

Mis fantasmas son tan coloridos como el arco iris de tus ojos, tan coloridos como mi tristeza enmudecida. Mis fantasmas son tímidos, no hablan con nadie. Prefieren mantenerse callados, mantener un silencio sepulcral a menos que estemos solos en una fiesta donde los únicos que disfrutan son ellos, mis fantasmas. Mis fantasmas confían en mí, sólo conmigo se atreven a hablar.

Son estos pequeños fantasmas que crecen, que pasan de un simple recuerdo a toda una historia a tu lado. Fantasmas que están sin cesar acosándome, que parecieran aguardar el momento preciso para emerger de mis pensamientos y hacerme su presa. Recuerdos que me cogen desprevenida para hacerme llorar... No, ellos no lloran, ellos sólo disfrutan haciéndome llorar. Son como bullies en la escuela, en la escuela de la vida de la cual pareciera no haber aprendido nada, porque cada vez que tropiezo, me doy cuenta que ha sido la misma piedra la que me ha hecho caer.

¿Cómo deshacerse de los fantasmas?

Las limpias no me han servido. He desechado todo lo que me recuerda a ti, desde las cartas hasta los presentes, incluídos tu aroma, tu sonrisa, tus labios... tus pupilas palpitantes... He desechado todo, pero los idiotas fantasmas lo regresan a sus cajas como si fuera imperioso guardarlo todo. Son estos fantasmas que se empeñan en recolectar trocitos de corazón que pegan con mesura, pero que termina por romperse nuevamente... es frágil y tanta astilla en él y ausente de él han causado que se vuelva aún más frágil. Pepenadores de recuerdos son mis fantasmas.

Mis fantasmas de colores se enredan en tus cabellos, se resguardan en tus cabellos... se camuflan entre tus cabellos y se acuerdan de mí después de haber absorbido el color y el olor de tus perfumados cabellos... Con fantasmas, a pesar de los fantasmas, no encuentro manera de estar libre de ti, de mi adicción a tu existencia, de mi adicción a llorar tu ausencia...

Tengo frío y mis fantasmas no pueden hacer nada para quitarme este frío que cala los huesos y el alma. Sólo me recuerdan cuán calientita estaba al dormir a tu lado, contigo y en tí.

Los fantasmas no sólo son pasados, también lo son presentes... incluso son futuros, éstos más jóvenes son los más crueles, pues me hacen pensar en lo que hubiera sido de mi vida si siguieras en ella, como una caricia eterna, una sanguijuela que se robara mis penas...

¿Cómo pedir al tiempo llevarse a los fantasmas?

El tiempo es su aliado, tengo que hacerme aliada del tiempo. Necesito encontrar la manera de despojarlos del privilegio de prevalecer al pasar las horas, al pasar los días y al pasar tus “te amo” frente a mis labios, sobre los mismos como dulces chispas de sabores, de colores.

Fantasmas en mis labios.

II

Conocí el tiempo hasta que conocí a los fantasmas. Estos imbéciles fantasmas que no son más imbéciles que yo, pero que de igual forma, me permiten llamarlos estúpidos, adorables, agradables, hijos de puta... fantasmas al fin, no importando el adjetivo, el idioma o la sorna o la alegría con que se les nombre, siguen siendo mis fantasmas.

Los fantasmas tan negros como tus ojos, tan rojos como tu boca, tan amarillos como tu sonrisa adicta al tabaco...

¿Quién tiene el antídoto contra los fantasmas?

Fui a la farmacia, al supermercado, al banco, al parque, incluso puse avisos en los árboles y postes de luz, en los tableros de la escuela y en los aparadores de las boutiques famosas, y de las no tan famosas también, esperando respuesta. Dejando cuanto dato fuera posible para comunicarse conmigo. Tal vez creyeron que no iba a pagar la suma necesaria, porque no recibí llamada alguna... Daría lo que fuera por que los fantasmas se fueran... o porque tu volvieras.

¿Qué tienen mis ropas que atraen a los fantasmas?

Las he quemado todas, incluso aquellas donde mi cuerpo orgiástico de abundancia, no cabía más, incluso aquellas que ni siquiera tuvieron contacto directo contigo. Me he quedado desnuda y los fantasmas han encontrado la manera de refugiarse en mi piel... Mi piel es el único hábito que me queda para andar por la casa... Tal vez lo que deba quemar es la casa.

III

¿Dónde estás?

¿y dónde están esos para siempre que nos prometíamos dentro de un abrazo que abrasaría incluso a los fuegos eternos? Un fantasma se acercó y me entregó una hoja doblada en dos: un corazón dibujado con tu nombre y el mío, un corazón que no pudo desafiar la existencia del tiempo... Un corazón como el tuyo o el mío.

¿Cómo aprender a amar a los fantasmas?

No existe ese sentimiento, no hacia los fantasmas. Lo que se siente por ellos es más bien la melancolía y la nostalgia...Tal vez, de momentos lo pasamos bien, pero después beben tanto de tus caricias que terminan borrachos de amor doloroso como terminé yo y se vuelven borrachos hostiles y agresivos... Ponzoñosos y violentos. Me golpean la cara con tu desprecio y la cabeza con tu cariño que ya no está como cura para mi cruda mental, mi cruda de ti...


Mis fantasmas suelen ser grises como el swearter que guardaba tu aroma y el de tu loción. Suelen ser rosas como las del 15 de agosto, del 20 de abril, del día y la hora precisos,de la fecha imprecisa, sin importar realmente si era una fiesta patria o un día como cualquier otro. Las rosas eran símbolo de la complicidad, del plan maestro de mi vida a tu lado.

¿Por qué me persiguen estos fantasmas?

Tal vez no han encontrado una persona más estúpida que sea tan sumisa como yo. Tal vez no han conocido a alguien que te extrañe tanto como yo, que comparta contigo tantas tonterías y pseudo- sabiduría, tantas aguas de jamaica o tantos tacos como yo.

IV

La tristeza es como la tela que te venden en la Parisina. Si no le dices a la dependienta cuántos metros debe darte, sigue sin cesar... hasta que se acaba el rollo de tela... Como aquella vez que fuimos a comprar cierres y terminamos comprando un helado en la nevería junto a la mercería.

V

La tristeza es como la merienda del preso; escaso el alimento pero larga la agonía dentro de esas cuatro paredes. El tiempo. ¿Recuerdas cuando...? No, no lo recuerdas, fue un sueño que ya no tuve oportunidad de contarte... para entonces, estabas a metros, kilómetros o a besos de distancia.

Sigo con frío... ¿por qué te fuiste?

VI

He apostado mi vida con el tiempo y creo que voy perdiendo... Mis fantasmas cada vez parecen reír más fuerte, mi sordera aún no los logra callar. Esta sordera que era imperioso desarrollar para silenciar a los fantasmas, para callar tu voz en mi memoria... Se ríen a carcajadas, como si fuera un chiste tan malo que no debiera ser jamás contado, pero que aún así, les causa gracia.

VII

¿Morir es la muerte de los fantasmas?

La idea me ha asaltado en mi lecho de muerte, pero así también ha crecido el acoso de mis fantasmas. No sonríen, sólo me miran, sonríen... Se ríen. Bailan a mi alrededor y se regocijan... Sin embargo, algunas veces, guardan minutos de silencio, tal vez temen que mi teoría de la muerte sea cierta. Tal vez temen morir conmigo a pesar de su amigo el tiempo...

VIII

¿Qué extraño más de tí? ¿Qué odio más: tu ausencia o tu presencia fermentada en mi memoria?

IX

Mis fantasmas lloran mi presencia agonizante, tiene miedo a que nadie más los piense, a que no puedan hablar nunca más con nadie... Quieren perder la timidez, pero temen que no haya alguien más que los recuerde con tanto fervor y con tanto cariño como lo hago yo.

Mis fantasmas empiezan a decolorarse o tal vez sean las cataratas las que me cuidan de verles.

Tengo tanto frío y tú tan lejos... y yo tan sola... y tú tan tuyo.

X

Mis fantasmas siguen siendo de colores tan vivos y tan muertos como siempre, siempre bañándose en tu aroma, en tus besos, en tus caricias y en tus pasos cansados y besados por el rayo de luna que entra por la ventana.

Mis fantasmas son tan coloridos como tu ausencia y son tan coloridos como mi tristeza enmudecida.




- L'anima sparita siguió desaparecida incluso después de la muerte. Deseaba con ansias que los fantasmas se fueran, al menos para esta alma atormentada y desaparecida. L'anima sparita murió o se perdió en un lugar cuya ubicación espacial aún se conoce.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Dulce

¿A quién le debía su nombre sino a la ironía de la vida? ¿Al dulce rocío de lass lágrimas que regaban sus mejillas? ¿al empalagante zumo de sus miserias y sus tristezas, o al brillo de los fracasos en su haber?

Nació mujer, nació sana, rozagante, sin llanto que expresara su sufrir al llegar a este mundo... ¿Para qué si tendría una vida, corta, para llorar después? Qué urgencia había para que gritara su expulsión del mundo que conocía si después gritaría porque desconocía y odiaba el mundo al que fue vomitada? No, ya no estaba conforme, ya no quería seguir callando y llorando a escondidas, buscando un refugio donde guarecerse al darse cuenta que sus lágrimas habían inundado todo lo que fue obligada a conocer.

Creció sin sonrisas para regalar al mundo... Vivió sin alegrías que valga la pena contar...

Perdió las batallas contra los llantos; los fracasos que iban desde la pérdida de su muñeca favorita hasta la falta de ganas de existir un día más la orillaron a descender, a tocar el Inframundo. A conocer lo que en realidad, era la vida, al pasar a la muerte.

La dulce esencia de la muerte siempre le extasió al grado de querer conocerla mucho antes de querer conocer el mundo fuera del seno mateno, le intrigaba el aroma a muerte que creía percibir al pasar por el terreno valdío cerca de su casa de regreso a casa.

Fue entonces, en uno de esos rutinarios andares de regreso a casa de sus padres que conoció a la compañera que jamás se atrevió a mirar de frente, a pesar de amarla en secreto; la misma que desde su concepción, se unió a ella, esa que con el embrión que la anunciaba en una prueba de embarazo, la hacía presente en la Tierra. Aquella, la siamesa de la vida: la muerte.

Su curiosidad siempre la llevó a caminos que jamás hubiera pisado por voluntad propia, por miedo al castigo de sus padres. Sin embargo, fue por la misma curiosidad que conoció a Marcelo en el parque cuando decidió caminar por dentro del mismo en vez de rodearlo como le había enseñado su madre. Marcelo era un niño dos años más grande que ella. Sonriente, se acercó a ella con un globo azul y le mostró lo que el globo podía hacer. Ambos miraron al cielo, viendo cómo el globo se alejaba de su vista, mientras el helio lo llevaba a flotar cada vez más alto, al tiempo que la madre de Marcelo gritaba y corría para alcanzar el globo fugitivo.

Gracias a su curiosidad, había encontrado un billete de veinte pesos tirado en la acera de la calle que cruzaba la suya y que jamás había pisado porque su padre le enseñó el camino seguro para llegar a casa. Sin que sus padres lo supieran, la calle de Mirto (la calle donde encontró el tesoro) se volvió su camino favorito para volver a casa. No sólo porque esperara encontrar nuevamente dinero tirado, sino porque caminando por allí, desafiaba las reglas familiares, se sentía un poco más libre y sí, también era allí donde esperaba cinco minutos para aspirar el olor a putrefacción del terreno valdío. Jamás se preguntó qué era lo que se encontraba en descomposición, pues era lo que menos le importaba; ya fuera una pila de manzanas, un gato, un hombre, un contenedor de composta... No importaba qué emanaba ese dulce aroma a muerte, sólo le importaba que estuviera allí hasta que dejara de vivir cerca de ese sitio.

Poco le duró el gusto. Dos, tal vez tres meses después de su hermoso y enfermo encuentro frente a frente con su más grande fascinación, llegó la desgracia a casa de los Muoiolli. Eran las cinco de la tarde de un día de verano, las hojas de los árboles se movían con el viento que soplaba con el sopor que las tardes en esa estación generan. Dieron las siete y la niña seguía fuera de casa.

-No, señora Muoiolli, lo lamento, no se puede hasta pasadas las 24 horas- dijo la voz del otro lado del auricular, con voz calmada, intentando así calmar a la Silvia Muoiolli, que lloraba desde hacía varias horas al encontrar su casa vacía, sin su hija.

Llegó Miguel Muoiolli a casa y fue recibido con los brazos abiertos de la tristeza en casa. La niña de los ojos tristes, de la sonrisa extraviada, su hija, no había vuelto de la escuela. La preocupación de los Muoiolli no disminuyó con las horas, a pesar de haber salido a buscarla, no encontraron rastro de la niña. Buscaron una y otra vez por donde sabían que la pequeña caminaba de regreso a casa, el camino que el Señor Muoiolli le había enseñado.

Cuatro días después de su desaparición, recibieron una llamada, la llamada que devastaría a los Muoiolli y que dejaría descansar en fragantes campos a Dulce: el mismo terreno que la detenía al menos cinco minutos para que se deleitara con su pútrido aroma.

La única sonrisa de la niña, fue justo en el momento en que se dio la oportunidad de ver a su compañera fiel a los ojos, el momento en que la muerte le sonrió y ella le sonrió de vuelta.