L' anima sparita

L' anima sparita

martes, 25 de octubre de 2011

Desastre

Quizás sea un malentendido, una convención social eso de creer que soy una buena persona. No lo soy, mi naturaleza me lo prohibe. Todo lo que toco, todo lo que hago suele afectar negativamente a las personas que más quiero en mi vida y es así, con mi repelencia a la buena suerte, al cariño de lo más sagrado, es que termino tan alejada de aquellos que han sido parte esencial de mi vida, porque no soportan más mi presencia en sus vidas... Seguramente, a tí te sucederá también. Que te des cuenta de quien soy, que sepas que no nací con los favores que Dios da a todos sus hijos, es una situación inminente que, si bien lo niegas los primeros días, después te arrepentirás por no haber hecho caso a tu primer instinto: alejarte cuanto antes.

No sé, realmente no sé por qué soy tan mala compañía, tal vez nací en un mal día o de mala gana. Puede ser ésta segunda, pues me han contado que tardé un par de días más de la fecha programada para que yo viera el mundo... y el mundo me viera a mí. Reticente a nacer, a dañar vidas ajenas, pero nadie hizo caso a mis deseos; supongo que cuando se es una unión de gametos de más o menos nueve meses, no tienes derecho a opinar... Bueno, que aunque uno deseara opinar a esa edad, simplemente no puede comunicarse... Maldito aparato fonador incompetente, no es suficientemente maduro para cuando nacemos... Supongo que estoy en la misma situación que él después de casi veinticuatro años.

Inmadurez, inseguridad, incompetencia, insuficiencia, imperfección... imbecilidad. Imbécil: Eso soy, pero navego con bandera de saber, con bandera de persona normal. Creo que nunca debí robarle la bandera a ese soñador al que ahora creen un loco. Cambié su lugar en la sociedad por el mío y ahora, por mucho que lo deseara, jamás podré sentirme bien con esta bandera, con esta piel... A veces dudo si justo el no encajar en esta sociedad, en esta ideología compartida sea una bendición. Por lo general, termino creyendo que es una maldición, más que por no ser normal, por no estar cómoda conmigo.

Soy un desastre natural, un mal por naturaleza y es curioso y desmoralizador darse cuenta que dentro de los damnificados, te encuentras tú. Juro que no pretendía ni pretendo en ningún momento dañarte y sin embargo, te he dañado, destruí tus sueños, tu vida, tu paz. Arracé con la persona que eras antes de conocerme, arrastré con mis dramas, todo el amor que florecía en tí por mí... Hoy somos un manojo de objetos, de escombros que parecieran no poder unirse, que parecieran no poder reestructurarse más... Y me duele ser este desastre andante, porque lo que menos quería, era hacerte sufrir.

Te ofrezco mil disculpas que, seguramente, no serán suficientes ni hoy ni nunca. Te ofrezco mi vida de infortunios y tristezas que, de no quererla, te ruego la tires en un cesto de basura orgánica, pues es perecedera, aún teniendo una duración más larga de la que se (re)quiere, aún sin refrigerarse, una vida (in)útil que nadie realmente desea que se aproveche... ¿Quién quiere cargar con un desastre en su vida? Supongo que mejor sólo te ofreceré las disculpas e intentaré alejarme de tí... Como ola que se retrae de vuelta al mar para dejar a su paso, una ola de desolación y destrucción... Aunque me es una cuestión sumamente difícil, pues sigo totalmente enamorada de tí...

De verdad, lo lamento.



jueves, 13 de octubre de 2011

Máscara

Tal vez suene exagerado, nunca en la vida me había sucedido. Me espanté, ¿qué otra cosa podía esperarse si se tiene enfrente un espejo y no logras reconocer ni a tu propio reflejo? No lo niego, sentí miedo, asco y repudio de mí misma. La razón era sencilla: no saber nada de mí, no saber nada de esa persona que con desconcierto me miraba.

Fue como regresar al examen de admisión para la preparatoria, pues la misma pregunta pasó por mi mente: ¿quién soy? Curiosamente, en aquella época escolar, me fue más fácil responder a la pregunta de lo que me resultara ahora; aún sin solicitud que llenar, sin papeles que entregar, sin uniforme que vestir,... Bueno, la verdad es que eso es un decir, pues todos usamos uniforme o mejor dicho, un disfraz para introducirnos en las sociedades de las grandes urbes y aparentar normalidad.

Para mí, el disfraz no está completo sin las máscaras que tengo en mi recámara, supongo que para muchos es la misma situación. Sin embargo, en estos días me di cuenta que mi máscara con la sonrisa perfecta e intacta, está ya muy gastada, tan gastada que la sonrisa que antes era cristalina, cada día se asemeja más a una mueca de tedio, como si con sorna me dijera "pronto, muy pronto, mi querida, mi sonrisa se irá... ¿Y tú qué harás sin mi sonrisa? Soy tu falsedad, pero al mismo tiempo, tu puerto seguro para que nadie note tu infelicidad".

Frente al espejo lloré de rabia y grité con fuerza, pero la máscara ahogaba mi llanto y en vez de reflejarse mi amargura, me mostraba esa sonrisa falsa y gastada que había hecho de mi cara, parte de un ser desconocido. En ese instante, me sequé las lágrimas, pues ya ni llorar me servía. La máscara lo absorbe todo, dejando en vez de lágrimas, una sonrisa amplia y una mirada triste. Nadie lo entiende, creen todos que así siempre ha sido mi mirada y como nunca han visto mis fotos de niña, no puedo ni deseo rebatir nada.

Sentí por un momento una impotencia y desesperación que no había sentido antes; la impotencia porque no había nada que pudiera hacer para quitarme la máscara que incluso, se me había encarnado y la desesperación por no saber si cubrir con maquillaje mi tristeza o buscar a alguien que hiciera de nuevo, una máscara a mi medida, con amplia sonrisa para compartir.

Tal vez suene exagerado, pero de verdad, nunca antes me había sucedido.

lunes, 10 de octubre de 2011

Repentino

Grises mis entrañas, pero negro mi corazón. Sí, así siempre ha sido... bueno, casi siempre. A decir verdad, alguna vez hubo un poco de color en mi vida.

Sentada yo en la banqueta afuera de mi casa mientras fumaba un cigarrillo para matar el tiempo antes de que éste me matara a mí, se me acercó una pintora y no de brocha gorda. Me sonrió y me ofreció dibujar algo para mí. Me negué, pues odio gastar mi dinero en vendedores ambulantes. Le sonreí, tan cortés como pude, le dije que no, pero no se fue. En vez de eso, me devolvió la sonrisa, me miró fijamente a los ojos y después dijo "te haré un dibujo, si te gusta, me regalas un cigarro y me dejas fumar contigo. Si no te gusta, te regalo el dibujo y me voy. Del dibujo en ambos casos, puedes hacer lo que te plazca". No pude negarme, siempre quise que alguien me hiciera un dibujo y por un cigarro, no iba a negarme.

Sonrió de nueva cuenta, se sentó frente a mí, me miró fijamente y comenzó a dibujar. Sí, ya sé que dije que era pintora, pero los pintores tienen esa habilidad de hacer mil y un cosas con su imaginación, sus manos, un lienzo (llámese papel, tela, el piso, una pared, mi espalda...) y algo con lo cual diseñar (lápiz y grafito, bolígrafo y tinta, pincel y pintura, lengua y saliva...).

Después de un rato, me entregó un dibujo realmente hermoso... Obvio, si era hermoso, no podía ser yo. En lugar de entregarme un rostro con lentes, cigarro entre los labios, rizos alborotados y mirada triste, me entregó el dibujo de una libélula flotando sobre el agua y de fondo, la luna con un par de nubes cubriéndole la parte inferior. "¡Es hermoso!", murmuré. Ella se encogió de hombros y me dijo "eres tú, sin ser tú". Sonreí y no dudo que me haya sonrojado. Le entregué mi cajetilla de cigarros y dijo "sólo quería uno", la miré y contesté "pero te la mereces toda".

Nos miramos un rato, prendí su cigarrillo y después de exhalar la primera calada, me dijo "nunca entregues todo de tí. Ni siquiera tu cajetilla de cigarros". Sonreí tímidamente y encendí otro cigarro. Nos quedamos en silencio y no porque no hubiera nada que decir, sino porque su mirada y la mía se habían dicho todo ya.

Comenzó a llover. Me levanté del piso, le ayudé a levantarse y caminé hacia la puerta de mi casa. Giré la llave y con un ademán, la invité a pasar. Se sentó en mi sillón favorito y yo fui por café a la cocina. Puse música, tal vez a Coltrane, tal vez a La Banda El Recodo. Como si eso realmente importara. Lo importante era que estaba en mi sala, en mi vida.

"¿Así de fácil dejas entrar extraños a tu casa?" preguntó y continuó "no me extrañaría que te rompieran el corazón una y otra vez, ¿sabes?" Sonrió y acercó su mano a la mía. Intenté alejarla, pero su movimiento fue más rápido que el mío. Sostuvo mi mano y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. La miré, se acercó. Me besó. La besé. Perdí la noción del tiempo, del espacio, del recuerdo, del mundo y de mí. Dejé de ser yo, fui por un momento parte de un "nosotros" en brazos de una desconocida. Y no me arrepentiría ni en mil años. Esa sala guarda tantos recuerdos de esa tarde y, aunque ya no conserve su aroma, imagino que lo guarda como Cerbero las puertas del Inframundo.

Bebimos café, le ofrecí una segunda taza y se negó a aceptarla. Se levantó del sillón. Me levanté un segundo después. Me abrazó, me besó por enésima vez y sin más, tomó mis manos y también las besó. Metió su mano en mi bolsillo, sacó otro cigarro y se fue...

Al final, no se llevó la cajetilla, pero sí el último cigarro que me quedaba. Al final, no se llevó mi alma, pero sí una parte de ella; al final, no me dejó con las manos vacías, sino con dos tazas vacías y un sinfín de preguntas. Sin embargo, no tengo nada que reprocharle, pues llenó una tarde de tantos colores que ni siquiera sé si pueda nombrarlos todos. Al final, sólo me quedo con el recuerdo que me embelesa y me prohibe caer en un abismo de tristeza y desesperación.