L' anima sparita

L' anima sparita

miércoles, 26 de mayo de 2010

adiós

A la orilla de un beso a media luz, en la penumbra de unos ojos lejanos, tan lejanos como el otro lado del mundo. Un abrazo frío pero largo me anuncia el adiós, inevitable despedida. Sonrío al mirarte a los ojos y reflejarme en ellos; sonrío con ganas de llorar realmente. Jamás creí que este día llegaría, nunca pensé en este día como una posibilidad, sino como una pesadilla que no quería en mis horas de sueño... ahora es una pesadilla en mis horas en vela.

Acaricié tus cabellos atrapando su esencia en mis manos, atrapando tu alma entre mis dedos... ¿Realmente tienes que irte? Una lágrima rodó por mi mejilla, el miedo de no tenerte en mi futuro... de ir perdiéndote en mi presente... no quiero que dejes de estar... no quiero que dejes de vivir en mi mente y cuerpo, no quiero vivir de recuerdos, que de recuerdos he vivido mucho... Siento la necesidad de susurrarte al oído mi miedo a perderte, pero tus ojos me han dicho cuanto te duele partir... cuán terrible sería pedirte que te quedaras... No, yo sé que no debo decir nada. Beso tu pecho al descubierto entre los botones de tu camisa y levantas mi barbilla. Un beso en la frente y tu mano recorriendo mi mejilla, bajando por mi cuello y rozando mi brazo... tomas mi mano y la aprietas con fuerza...

Ya no hagas más difícil tu partida, que yo intento ya no hacerte más difícil la despedida... Sonrío nuevamente con ese gesto que desearía romper en llanto... Dos lágrimas escapan de mis ojos y giro mi torso para que no me veas llorar. Seco las lágrimas... cuando vuelvo mi mirada, te has ido... Y yo di rienda suelta a las lágrimas que dejaron de contenerse en mis ojos...

sábado, 15 de mayo de 2010

Cafeína

Sentía tantas cosas al mirar sus ojos. Su mirada penetrante y misteriosa era lo que más llamaba mi atención sin duda; esos ojos castaños que parecían tender sobre quien los mirara, una red que no permite escapar.
La primera vez que nos vimos, me encontraba tomando un café cerca de mi trabajo, el frío era tal que no pude dormir, pero el sueño que tenía sin duda no me permitiría trabajar como se debe. Pedí un americano mientras leía el periódico que había comprado en el kiosko que se encontraba fuera. La mesera me trajo una taza donde vertió un humeante y aromático café. Aún tenía media hora para disfrutar del día, a pesar de que, para mí, no había mucho que disfrutarle: un día gris, nubes grises, gente gris... Se notaba a leguas que el invierno había llegado.

27 de diciembre; las luces navideñas titilantes, los moños y la escarcha seguían adornando cada uno de los edificios de la ciudad. El aire aún cargado con notas de nostalgia y tristeza, me recordaban con un agridulce sabor cuán incómoda había pasado la navidad en casa de mis padres.

Comencé a divagar y mi mirada se perdió en un edificio que se encontraba en la acera de enfrente. Sólo logré volver a mi realidad cuando un hombre pasó justo frente a la ventana por la que miraba, el cual entró al café donde me encontraba. Era un hombre entrado en años, piel curtida y cabellos tan grises como la mañana de ese día. Llamó mi atención el paso tan despreocupado con el que caminaba. Se sentó en la barra, a escasos pasos de mi mesa. Pidió un espresso doble que bebió de un sorbo en cuanto se lo entregaron y pidió uno más.

Tal vez sintió mi mirada y se volvió hacia mi: ahí fue cuando me atrapó su mirada. Me sonrió y se mudó a mi mesa, como si mis ojos le hubieran invitado a sentarse conmigo. Comenzamos a platicar sobre mi trabajo y su reciente retiro del campo laboral. Platicábamos sobre cuán gris era el día, pero discerníamos en lo que nos hacía pensar un día como ese. Sin darme cuenta, se me hizo tarde para entrar a trabajar, me levanté para pagar mi cuenta, pero él no me lo permitió. Nos despedimos como si fuéramos grandes amigos. El día dejó de ser gris, al menos se había aclarado.

Lo demás del día, no lo recuerdo, sólo sé que su presencia en mi día quería repetirla de nuevo, por lo que me desperté temprano al otro día y entré en el café nuevamente, esperando encontrarlo de nuevo. Entró tan despreocupado como la mañana anterior, se sentó en el mismo banquillo de la barra y esta vez, fui yo quien se levantó de la mesa. Toqué su hombro y me miró sonriente, como si esperara que apareciera tarde o temprano en su día. Bebimos sendos cafés mientras la plática se desarrollaba amenamente. Ese día platicamos sobre su próximo aniversario de bodas, la emoción se reflejaba en sus ojos, el amor con el que hablaba de su esposa parecía que hablara de alguien con quien apenas un día antes, hubiera contraído nupcias; la realidad era que llevaban 55 años de casados. Felizmente casados, como dijo él. Esta vez no se me hizo tarde para ir al trabajo y esta vez también, fui yo quien pagó el café de ambos. Nos despedimos como quien se despide de un viejo amigo y crucé la puerta.

Así pasaron tres meses. Era súmamente puntual, a las 7:25 lo veía entrar por la puerta de vidrio y madera del Café Matisse, donde el pago del café era turnado. La conversación era tan sui géneris que tocamos temas tan álgidos para mí como para él. Sin embargo, su sonrisa, aunque incómoda por el tema, siempre era sincera. Incluso hablamos de temas tan dolorosos como la pérdida de su único hijo y también la muerte de mi único hermano. A pesar de lo espinoso del tema, pudimos comparar las dos caras de la moneda: la pérdida como padre y la pérdida como hermana.

Jamás supe su nombre, a mí me gustaba imaginar que se llamaba Manuel, siempre me gustó ese nombre. Jamás supo mi nombre, pero realmente saberlo estaba de más. La amistad no requiere de una identificación o de un nombre para existir.

Su elocuencia al hablar me atrapaba y más de una vez llegué tarde al trabajo, pero eso realmente no era importante, pues más me importaba encontrarlo entre semana. Los fines de semana pasaban lentamente, parecían eternos y yo esperaba con ansias el lunes. Me volví adicta a la cafeína, pero más a su voz alegre, amable y grave con la que hablaba con familiaridad de cualquier tema que le planteara. No era recíproco, pues había veces en las que yo no sabía qué decir y nos echábamos a reír.

Sus ojos seguían teniendo el mismo fulgor con el que mira un chiquillo de cinco años el mundo a su alrededor. Su mirada parecía sorprenderse con cada cosa que aparecía frente a sus ojos, aunque fuera lo más común, incluso si dos minutos hubiera aparecido una cosa semejante a la que ahora le impresionaba. Parecía como si todo lo viera por primera vez. Su mirada aún me tenía atrapada en la red que tendían como las que los pescadores tiran al mar. Yo era el pez dentro del entramado de la red de sus ojos castaños.

El 6 de abril llegué, como siempre, a sentarme en la barra, en el lugar que ya habíamos hecho nuestro punto de reunión. Miré mi reloj, eran las 7:22 y desde ese momento, comencé a mirar hacia la puerta con regularidad como lo hacía normalmente para verlo llegar. Dieron las 7: 27 y "Manuel" no había llegado aún. Me extrañó, pero no me preocupé debió quedarse dormido, me dije. Esperé hasta cinco minutos antes de mi hora de entrada pero nunca llegó. Pagué mi café y en una servilleta, que entregué a la mesera para que a su vez, ella se la entregara a él, le escribí:
Espero verte mañana porque hoy te extrañé.


Al día siguiente esperaba su llegada de nueva cuenta; sin embargo, tampoco apareció. Comencé a preocuparme, pero no tenía manera de saber si estaba bien o no. Pedí el café a mi pesar, pues la preocupación había causado en mí, la gastritis que había logrado controlar hacía un año. Poco antes de que pidiera la cuenta, se me acercó la mesera con una servilleta. Debe ser una disculpa por lo de ayer, o una explicación del por qué no ha venido, dije para mí. Sin embargo, al abrir la servilleta doblada a la mitad, encontré el recado que había yo dejado para él. Desconcertada, le pregunté a la chica lo que sucedía. Me miró compasiva y triste y me dijo:
Murió hace dos noches. Tenía una enfermedad terminal; sentía mucho dolor, pero jamás lo demostró a los demás.

La noticia me tomó totalmente por sorpresa, no pude llorar en ese momento. Me levanté del asiento, pedí la cuenta, pagué y salí hacia la oficina. De momento todo volvió a ser gris: los edificios, la gente y las nubes.

lunes, 10 de mayo de 2010

A simple vista...

Un año sin verte y pareciera que jamás nos hubiéramos conocido. Zapatos nuevos, estilo nuevo, vocabulario tan extravagante y extraño. Por un momento dudé realmente conocerte, tuve que mirarte de nuevo, detenidamente, debajo de esas capas de maquillaje, detrás de esas ropas que gritaban estar en un cuerpo que no se sentía a gusto con ellas.
Nos saludamos, tu voz incluso sonaba tan distinta, tus gestos, una pobre imitación de aquéllos que tu amiga empleaba con tanta soltura. Tu pose de niña snob no concordaba con el vago recuerdo que tenía de tí, tu sonrisa era una máscara de mala calidad conseguida en algún mercado. Lo único reconocible en tí era esa mirada ávida por conocer, necesitada de un brazo protector, de una guía. Esa mirada que se perdía entre la gente, esperando encontrarse a sí misma. Supongo que en tu amiga creíste encontrarte... pero lo único que se refleja de tí en ella, es el vacío de tu alma.

Tus ojos aún tienen ese brillo que te hacían una persona única, tan auténtica que parecías un imán de gente; ahora repeles a quien se te acerca... incluso a quien alguna vez fue tan íntimo tuyo.

Algunas veces siento que reconozco tu cara, pero tus actitudes me dicen que no eres quien creo. Después te miro fijamente y encuentro en tus ojos la verdad: eras esa persona a quien tanto quise, pero hoy eres tan diferente que no puedo reconocerte a simple vista... y dudo que puedas hacerlo tú.

Te quise mucho, no lo negaría... pero ya no eres ni la mitad de la persona que eras.

sábado, 8 de mayo de 2010

Muebles

En el espejo un te quiero con marcador rojo de pizarrón blanco que jamás quise borrar, porque quise creer que mientras estuviera ahí, me querrías... Ahora empiezo a creer que debo cambiar la luna del espejo, el espejo mismo, la cómoda, el buró, la cabecera de la cama... Ahora empiezo a creer que debo cambiarlo todo o quemarlo todo, para intentar así, borrar tu recuerdo.

Abrir y cerrar los cajones aún me parece una labor titánica que me hace dudar de mí y mi fuerza mental que se externa y, al intentar abrir el cajón, mis ojos se llenan de lágrimas y mis manos no pueden con el peso del mueble.

La razón de tu partida aún es confusa, aún es inexplicable de dónde surgió la idea de alejarte de mi vida. Sin embargo, mi estupidez de dejar mi bienestar después del tuyo, me obligó a encoger la mano que estaba a punto de estirar para sostenerte del brazo y decirte "no te vayas". ¿Realmente fue esa ideología la que me hizo detenerme o fue el miedo al rechazo? Ese miedo que siempre tuve y siempre callé ante ti, porque siempre quise ser fuerte para tus ojos, para mantener tu sonrisa en esos labios que me invitaban cada noche a beber de ellos, elhixir prohibido para cualquiera, excepto para mí.

¿Hacia dónde fuiste y por qué no puedo ir contigo? Tu adiós sigue resonando en mi mente como si lo repitieras una y otra vez, sin inflexión cansada en la voz, simplemente, dices adiós. Detrás de ese adiós sólo puedo leer tu insatisfacción. Creo haberme vuelto el lastre que siempre dijiste odiar en las relaciones de pareja. Por querer evitar justamente tu hartazgo, lo alcancé incluso más rápido de lo que esperaba... Te extraño.

Y no sólo mis ojos preguntan por ti, sino que mis manos, mis labios, mi piel me agobian con la misma pregunta a horas y deshoras... Con y sin husos horarios, o simplemente, con horarios propios, pero siempre preguntan con ese gélido silencio de tu ausencia. Te extraña cada fibra de mi, y cada molécula de los muebles de la casa... ¡Hay que quemarlos todos!

¿Dónde está ese para siempre que decíamos después del te amo callado por un beso que, más que travieso era ilegal? ¿Por qué te llevaste contigo los cuentos de hadas, mi cuento de hadas favorito donde los protagonistas eran personajes burdos de tí y de mí? ¿Dónde está el país de los sueños que me has intercambiado por este país de pesadilla del que no puedo despertar?

La muerte va más allá de lo que el ser humano comprende. No sólo se trata de lo orgánico, donde las células mueren, los pulmones, el cerebro, el corazón dejan de servir... ¿Dejas de extrañar después de la muerte? Quiero la muerte orgánica si me concede olvidarte, porque ni quemando el mundo entero logro borrarte de mí.

Hoy

Esta mañana desperté con un aire renovado, como si mi vida debiera tomar un rumbo nuevo. Ya basta, me dije. Había sido suficiente de lágrimas, sufrimiento y tristeza por demás inútiles, por demás estúpidas.
Incluso me había despertado poco antes de que el despertador sonara, mucho antes en realidad. Después del ritual matutino y obligado para salir al trabajo, me di cuenta que no le extrañaba realmente. Que el sentimiento que había guardado era más hacia las memorias que a la persona misma. La nostalgia nubló repentinamente mi vista, pero se desvaneció al instante.

Mi paso seguro, mi mirada al horizonte, mi sonrisa sincera; todo era parte de un nuevo comienzo. Que me devolviera todo aquello que alguna vez dejé en su hogar, jamás hubiera sido tan placentero como en ese instante. Habíamos cerrado el ciclo, por fin, habíamos dejado el pasado en el pasado. Al fin comenzaba a ver que mi camino tenía destellos de una luz que no creí jamás ver... Finalmente, logramos superar el pasado... nuestro pasado.

Hoy desperté con la firme convicción de que no hay ser que necesite para existir que los huesos y la carne que me sostienen... Nada más.

martes, 4 de mayo de 2010

Ritual

- De donde vengo, los cielos son azules, con blancas nubes; el clima es cálido, la gente igual. Todos nos conocemos... Somos como una gran familia siendo un pueblo tan pequeño-. Comenzó la mujer.

- Pueblo chico, infierno grande, muchacha, no lo olvides- dijo él.- ¿Qué haces en la capital?

-Vine a buscar empleo, señor. No terminé la secundaria, en el segundo año mi mamá se puso grave, tuve que encargarme de Rosalba y Tomás, mis hermanos menores. Mi papá no vivía con nosotros y la cosa se puso difícil. Sigue difícil, señor, sólo que ahora tengo edad suficiente para trabajar en la capital. Quiero mandarle dinero a mi hermana.

- ¿Y a Tomás por qué no?- preguntó él.

La expresión de Armida se hizo dura, su voz se volvió lúgubre.

- Tomás ya no necesita dinero. Lo necesitó, pero... ahorita ya está liberado de ese tipo de cosas, señor.

José Sierra frunció el ceño y miró a Armida fijamente, como si intentara entender qué pasaba por su mente.

- Murió dos años después que mi mamá se puso mala. Se ahogó en el río. Se me perdió tres días...- la voz de Armida cada vez era menos entendible, se entrecortaban sus palabras.- Lo busqué cerca, no creí que andaría tan lejos de la casa pero dos días después, encontraron su cuerpo cerca del Coloradito...- comenzó a sollozar y no pudo continuar el relato.

- Ni hablar, muchacha. Y a todo esto, ¿qué sabes hacer?

- Pues trabajar duro, señor. Sobre todo, si de barrer, trapear, cocinar y todo eso se trata.

- No suena mal. Nada mal. Por desgracia, hay muchas chicas que buscan trabajo, lo sabes, ¿verdad?

- Sí, lo sé, señor. Por eso vine, porque Angélica, mi prima, vino con usted hace... dos meses, me dijo que le consiguió trabajo. Quería ver si corría con la misma suerte.

- Ah, claro, tu prima, la niña de los ojos de aceituna. Sí, la recuerdo. Tiene un lunar en la espalda...

- Sí, ella es. Pero ¿cómo sabe lo del lunar, señor?

- Ah... es que... venía con una blusa muy bonita, tejida, y se veía el lunar- dijo José Sierra, nervioso.

Armida sonrió apenada, su mente había volado lejos, donde la decencia no tiene cabida.

- Sé lo que piensas, Armida, pero yo no soy así.- Sonrió él, amable.

- Perdone si lo ofendí, señor...- dijo ella, agachando la mirada.

- No, no. Entiendo por qué lo pensaste, dije algo que sonaba comprometedor y lamento haberte espantado.- Tosió y continuó- ¿qué te parece si me dejas los datos del lugar donde estás quedándote y yo paso a avisarte?

- Sí, sí señor.

Armida dejó los datos de donde se alojaba en una hoja de libreta que llevaba consigo. José Sierra y Armida se despidieron esa tarde y ella salió del pequeño despacho ilegítimo en la calle de Estambul.

Tres días con sus noches pasaron y Armida no supo nada de José Sierra, empezó a creer que todo era un juego y que incluso, su prima le había mentido. Sin embargo, cerca de las dos de la tarde, la puerta del cuarto donde estaba sonó. Era José Sierra con un trabajo para ella.

- Siempre pagan bien, muchacha. No te preocupes. Sabiendo tu situación, pensé en qué lugar podía ser lo más seguro para ti, por eso te mando allí.

-¡Gracias, señor!- dijo Armida emocionada. - Verá que no le quedo mal.
- Sé que no, Armida. Debes ir hoy a las cuatro para que te den instrucciones.
Armida asintió con la cabeza. Fue la última vez en cinco meses que se verían.

II

Armida llegó a las cuatro de la tarde a la iglesia de San Juan Apóstol. El portón de madera encerraba tras de sí un recinto lleno de lilis, bancas de madera y santos... muchísimos santos, más de los que ella creía que existían.

Cerca del altar, la absidiola, en la que se encontraba Hilario, el párroco de la iglesia. Encendía las velas y ella lo observaba detenidamente. Las últimas veladoras las encendió con una plegaria, como si fueran las veladoras más importantes del recinto.

- Buenas tardes- dijo él después de sobresaltarse con la presencia de Armida. - Creí estar solo, perdona.
- Buenas tardes, padre- dijo ella apenada.- José Sierra me ha mandado con usted para trabajar aquí.
- Ah, ¡con que tú eres Armida! Me alegra conocerte al fin, escuché cosas buenas, pero no imaginé que tan pronto te conocería. Dime, ¿qué te trae por aquí?

Armida relató su historia de nuevo, esta vez, con más confianza si se trataba del párroco y, aún mejor, si se le tomaba como secreto de confesión. Hilario escuchaba atento a la niña de los ojos negros como si quisiera interpretar más allá de las palabras de la muchacha. Entusiasmado, le enseñó la iglesia y los deberes que tenía por hacer el día que seguía. Le mostró el patio y la recámara que le asignaría, pues quería una muchacha de planta.

- Espero te guste el lugar, Armida- dijo él, amable.
- Sí, padre, es muy lindo. Le agradezco la hospitalidad- dijo Armida feliz.
- No, mi niña, ni te fijes.

III

Los días pasaron rápidamente y pronto se cumplirían los dos meses de la estancia de Armida en la iglesia. Su trabajo consistía en quitar el polvo de los santos, cambiar el agua de las flores, lavar los manteles usados en las misas, barrer y limpiar las bancas. Armida se esmeraba en su trabajo y hacía que cada peso que le pagaban, valiera cuarenta veces su valor.

Agotada, Armida dormía plácidamente después de la misa que terminaba a las 9 de la noche. Su cansancio era incontenible y tenía que dormirse temprano para poder levantarse antes de que llegara el alba para comenzar sus labores diarias.

Era una noche de abril, el calor incluso se sentía en la noche. El calor atormenta hasta al más frío de mente, lo apacigua incluso lo ataranta. Por lo que esa noche Armida terminó sus labores un poco más tarde de lo habitual. Se fue a su recámara cerca de las diez y cinco. Tan cansada estaba que, al sentarse sobre la cama para quitarse los zapatos, quedóse perdídamente dormida.

El tiempo que estuvo dormida, no lo supo, pero despertó cuando sintió un cosquilleo cerca del cuello. Creyendo que era un mosquito, lo golpeó, pero escuchó un quejido y se despertó.

- Armida, sabes que eres bella, ¿no es así?
- ¡Qué hace, padre!- dijo casi gritando y al mismo tiempo, intentando incorporarse sobre la cama, pero el corpulento hombre se lo impedía. - ¡Por favor, déjeme en paz!- gritó mientras intentaba safarse de las manos de Hilario.
-¡Qué muchacha tan necia, déjate querer!

IV
La sonrisa de Armida se borró de a poco de su cara. Soportaba todas las noches una visita de Hilario a su recámara que podía durar más de hora y media. Aunque cerrara con llave, Hilario encontraba la manera de entrar... Incluso Hilario decidió que sería mejor quitarle la llave para no tener que pelear con ella.

Cinco meses después de haber llegado a la capital, José Sierra apareció en la iglesia, mientras Armida barría entre las bancas.
- Armida linda, ¿qué te ha pasado? Tu expresión no es la misma con la que llegaste.
Armida sólo lo miraba con rabia, con miedo. No dijo nada.
- Mi niña, ¿qué tienes? ¿Estás bien?
Armida se echó a llorar, dejando caer la escoba. José intentó abrazarla, pero Armida lo apartó inmediatamente.
- Armida, mírame a los ojos y dime qué pasa. ¿No estás a gusto aquí?- preguntó José Sierra casi paternal.

Después de un largo rato de llanto y sollozos, Armida logró contarle lo que sucedía.
-No puedo creerlo... ¡No puedo creerlo! ¡Maldito bastardo! ¿Alguien más lo sabe, mi niña?- Armida sólo negó con la cabeza.- Jamás lo creí capaz... pero claro, si por eso las chicas que venían a ayudar se iban antes de cumplir el año aquí. No puedo dejarte aquí. Ve por tus cosas, hoy mismo nos vamos. Ahora mismo nos vamos.

Armida fue a su recámara, tomó todo lo que pudo. El miedo se reflejaba en sus ojos; miedo por que Hilario apareciera de nueva cuenta.

Armida y José desaparecieron del pueblo. Dicen que José la llevó a su pueblo para salvarla de Hilario. José desapareció del mapa, excepto para Armida, con quien aún mantenía contacto.

- A pesar del dolor que viviste, siempre has sido fuerte, mi niña. Siempre.

sábado, 1 de mayo de 2010

...

Desperté, el rayo de luz tuvo el tino para deslumbrarme al momento que abrí los ojos. Me acomodé en la cama y estiré el brazo a mi costado, donde esperaba encontrarlo dormido junto a mi... el espacio estaba vacío y la almohada fría. Tal vez salió a fumar un cigarrillo, pensé y volví a adoptar la posición de ovillo que adopto cada noche desde que tengo uso de razón. Tanta cama y ocupas un pedacito, solía decirme mi madre al llevarme a dormir. Mi cara estaba hacia la puerta, esperando verlo volver, pero mis párpados se negaban a seguir en vela un minuto más, por lo que me dormí de nuevo.

Desperté por segunda vez. Giré 180° sobre la cama. Seguía vacía. Me levanté, amarré de nuevo mi enmarañado cabello, me puse las pantuflas y salí de la recámara. Caminé por el pasillo hasta llegar a la sala. Vacía. Entré a la cocina, abrí la puerta del jardín... Estaba sola.

Volví dentro, con la interrogante en mi mente y en el alma. Caminé hacia el comedor. Sobre la mesa, una rosa, una nota y una vela a punto de apagarse. Se fue y no me despertó para decirme que se iba... no me despertó para decirme que me amaba...